Capítulo 5: Columbia

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Ese día hacía frío. Me vestí con un pantalón de mezclilla claro, una blusa beige manga larga que encabezaba un cuello alto, una chaqueta de piel café oscura y unos botines crema con un pequeño tacón cuadrado. Me maquillé de manera sencilla, peiné mi cabello con un recogido flojo y me puse los pendientes dorados que mi mamá me regaló hace años. Tomé mi mochila y antes de salir por la puerta le rogué a Dios que todo saliera bien ese lunes por la mañana.

En el subterráneo las personas leían, escuchaban música con sus audífonos o conversaban amenamente con sus acompañantes. Yo iba casi hecha un ovillo en uno de los asientos, con unos nervios que me cosquilleaban en el estómago, revisé mi celular y descubrí dos mensajes: uno de Esteban y otro de Aria.

Esteban: Tú puedes, adefesio, no hay nada imposible para ti. Y si no te gusta, te regresas y te llevo a comer boneless.

Aria: Amigaaaa, no te pongas nerviosa, tú puedes. No hables mucho y pon atención a cómo interactúan los especímenes.

Me reí ante sus formas tan peculiares de darme ánimos y una lágrima quiso asomarse en mi rostro, la borré rápidamente y me puse de pie para bajarme en esa estación. Caminé un corto tramo y me paré en seco al ver el imponente edificio que era Columbia. Había visto innumerables fotografías, pero jamás imaginé la soberbia y elegancia con que las paredes se ergían sobre el pavimento en ese lugar, lo verde que parecía el césped en el trayecto hacia el edificio central y la majestuosidad de su arquitectura.

Me quedé boquiabierta un momento, pero el vaivén de los apresurados estudiantes me sacó de mi ensoñación. Caminé a la par de ellos rumbo al edificio central, maravillada por cuanto escalón pisaban mis pies. Por dentro el edificio era aún más imponente, finos materiales adoquinaban en piso, las escaleras y las paredes, los barandales parecían estar hecho de oro, sentía que estaba dentro de un palacio y no de mi nueva universidad.

-Es un sueño, ¿no?- susurró una voz en mi oído y casi pegué un salto del susto, me volví y una chica de cabellera pelirroja y ojos castaños se reía de mi reacción.

-Lo siento, mi nombre es Mary Mig- se presentó recuperando la compostura. -Soy estudiante de tercer año y formo parte del consejo estudiantil, ayudo a los estudiantes nuevos a adaptarse a nuestro modus vivendi. Te vi y no me cupo duda de que eres nueva aquí, ¿cómo te llamas?

No me agradó nada el tono con que la chica me hablaba, no estaba acostumbrada a que se mofaran de mí o a que me hablaran como si supieran más que yo, pero, al menos respecto a esa universidad, Mary efectivamente sabía más.

-Soy Vanessa Félix, soy estudiante de movilidad- respondí y le ofrecí mi mano, que estrechó gustosa. Después de una semana mi acento había desaparecido un poco y mi pronunciación era casi tan fluida como la de cualquier neoyorquino.

-¿De qué departamento?- inquirió sonriente.

-Ciencias Sociales y Humanidades, énfasis en ciencias educativas- comuniqué y Mary sonrió de oreja a oreja.

-¡Pero si es ahí a donde pertenezco! Dime que eres de tercer año- exclamó entusiasta.

-Pues, sí... lo soy- respondí tratando de contener la risa ante su reacción.

De pronto Mary me rodeó en un abrazo y me tomó por sorpresa. 

-Bienvenida, Vanessa, no tienes de qué preocuparte, te mostraré todo lo que hay que saber sobre Columbia- pronunció con determinación y me condujo por los elegantes pasillos.

Al poco tiempo comprendí que Mary era una chica de palabra porque efectivamente me contó todo lo que hay que saber sobre Columbia... todo. A los quince minutos de caminar a su lado ya conocía cada oficina del trayecto a nuestro departamento escolar, junto con los nombres de muchos profesores y alguno que otro detalle de sus vidas privadas. Mary era extrovertida y alegre, hablaba muy rápido y al principio me costó un poco prenderle el ritmo, pero al cabo de un momento le escuchaba como si de español se tratase.

Mi nombre es WilliamWhere stories live. Discover now