Capítulo 9: Color rojo

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Era mi cuarto día en Columbia, pero sentía que llevaba unas cuantas semanas ahí. Me reía al recordar a la anterior Vanessa que se quejaba de la falta de rigor en mi antigua, o mejor dicho, original universidad. Las lecturas que otorgaban mis nuevos profesores eran extensas y complicadas, los trabajos eran laboriosos y sus rúbricas de evaluación muy estrictas; sin embargo, todo eso me parecía retador y me motivaba en sobremanera. 

Después de una noche de estudio, me encontraba de pie ante mi clóset envuelta en una toalla al salir de la ducha, estaba pensando en qué ponerme y una blusa a cuadros roja llamó mi atención, me reí para mis adentros y tomé un vestido rosa pastel en su lugar que combinaría con unas gruesas medias color hueso y mis botines crema, me cubrí del frío con una sudadera color hueso.

Desayuné deprisa un sándwich y opté por llevarme mi taza de café en un termo. En el subterráneo observaba a las personas leer sus celulares o periódicos impresos, absortos y ajenos a la actividad externa.

Llegué cinco minutos antes de que dieran las siete y mi mirada se desvió hacia el fondo del aula de clases por alguna razón, pero el último escritorio se encontraba vacío.

-Buenos días- exclamó una voz varonil detrás de mí y me volví para encontrar a William, un cosquilleo comenzó en mi estómago y terminó en mi pecho. -¿Buscabas a alguien?

-En absoluto, ¿parece que lo hacía?- repliqué con un tono despreocupado y él sonrió. -Buenos días- murmuré y él se encaminó hacia su lugar.

Ya de espaldas me percaté de que portaba unos vaqueros claros y una sudadera negra sin cremallera, cuánto agradecí no haber optado por aquella blusa roja y así evitar el ridículo. Tomé mi asiento y bebí a sorbos mi café, que poco a poco se enfriaba.

La clase transcurrió con normalidad, o por lo menos lo que se consideraba normal en Columbia, y escribí aproximadamente dos cuartillas de notas de datos específicos sobre la revolución francesa que desconocía. Mary estaba inhabitualmente silenciosa ese día. En el descanso asistí con ella a la cafetería y le inquirí con la mirada.

-¿Qué pasa?- preguntó mirando con desgana su desayuno en base de frutas.

-Esa es mi línea, ¿qué te sucede?- repliqué.

-Nada, ¿por qué?- respondió pegando un brinco. La miré fijamente.

-Mira, te conozco de tan sólo cuatro días, pero pareciera que llevo mucho tiempo en tu compañía y sé que hoy pasa algo por esa cabecita pelirroja tuya.

Mary me miró con tristeza, pero un resoplido de alivio se escapó de sus labios.

-Ayer llegó mi hermano a casa y me puso muy feliz, pero recordé cómo eran las cosas cuando vivía con nosotros y lo extraño, lo extraño mucho, pero no extrañaba esos... cuando, ya sabes... mi hermano siempre ha sido brillante y siempre ha sabido guardar la compostura, pero yo...- Mary se veía turbada, verdaderamente triste al percatarse de su situación.

-Pero tú eres una chica simpática, inteligente y altruista- culminé y ella me miró esperanzada. -Cuando era niña, mi hermano Esteban ya destacaba en los estudios, era el orgullo de nuestras escuelas y de mi familia, si te soy sincera la mitad de mi currículo se lo debo a ese sentimiento de no querer ser la sombra de él, pero un día pensé: ¿necesito destacar más que mi hermano para sentirme exitosa? ¿Acaso no lo quiero por ser mi hermano y él me quiere por ser su hermana? Y desde entonces todos los reconocimientos y opiniones ajenas salieron sobrando- relaté con sinceridad.

Mary me miró estupefacta, se puso de pie y me abrazó. Su cercanía me tomó por sorpresa, pero al final le devolví el abrazo.

-Ya te estoy queriendo- susurró y yo sonreí con ternura.

Volvimos al segundo periodo y transcurrió con normalidad, al finalizar Mary se fue directo a casa y Jordan me invitó a la heladería con otros compañeros, pero decliné. Pasé por la explanada rumbo a la cafetería y opté por rellenar mi termo de café.

Caminaba mientras trataba de cerrar el termo cuando tropecé con un bordo en el suelo y casi caí de bruces de no ser una mano que me sujetó del brazo; todo mi café se derramó sobre mi sudadera, sentí el ardor caliente a través de mi vestido y me despojé de ella rápidamente. Estaba maldiciendo en silencio cuando recordé que había tenido a un salvavidas, me giré para agradecerle y casi me quedo muda al observar que era precisamente William quien me había ayudado.

-¿Me estás siguiendo?- cuestioné de pronto. William rió fuerte y su risa me pareció entonada y varonil a la vez.

-Te prometo que no, estaba pasando y de casualidad alcancé a evitar que terminaras en el suelo, de nada, por cierto- explicó y sentí la pena arder en mi rostro.

-Gracias... en serio- dije y me sonrió con dulzura. El frío me calaba hasta los huesos a través de mis brazos ahora desnudos y opté por apresurarme en llegar a mi apartamento, le devolví la sonrisa como despedida y emprendí camino, pero él me tomó por el brazo para impedírmelo.

-William, me gustaría quedarme a conversar, pero estamos a diez grados y estoy que me congelo, así que si me permites...- exclamé, pero él sonrió.

-Si eso ya lo sé- dijo mientras se quitaba su sudadera.

-No, por favor- comencé, pero me dedicó una mirada que me incitaba a guardar silencio.

-Insisto, no puedo permitir que mueras de hipotermia si estoy en condiciones de evitarlo.

-Pero tú... ¿con qué te vas a cubrir del frío?- cuestioné, pero ya se había quitado la prenda y dejó al descubierto una camisa medio holgada de mangas tres cuartos con tres botones café al frente... color rojo.

-Esto para mí es un día cálido- sonrió burlesco haciendo referencia a su país natal y puso la prenda en mis manos, estaba tan impresionada porque efectivamente vestía del color que me había dicho que no pude replicar. -Hasta mañana- concluyó y se marchó.

Me quedé de piedra en la explanada hasta que una corriente de gélido aire me recordó la baja temperatura a la que me encontraba y me sacó de mi ensoñación.

-Maldición- murmuré al dejar mis cosas en el suelo y vestirme con la sudadera de William, inmediatamente sentí alivio al cubrirme del frío y recogí mis pertenencias para alejarme del campus lo más rápido posible.

Su sudadera me quedaba varias tallas más grande, por lo que los demás podían percatarse de que no me pertenecía, la tela estaba impregnada de un olor a jabón y pergamino y me alcanzaba inevitablemente, era un olor muy agradable, si debía admitirlo.

En el subterráneo me hice un ovillo temerosa de que alguien milagrosamente reconociera su sudadera y casi corrí para llegar a mi apartamento. Al abrir la puerta me desproveí de ella con celeridad y cubrí mi rostro entre mis manos, no podía tener tan mala suerte. Aún así, una sonrisa rebelde se negaba a contenerse en mi rostro al recordar la camisa de William y pensar que se había vestido pensando en mí.

Cálmate, Vanessa, ya, tranquila... si hace dos días lo tenías como un arrogante y un fastidioso, debes controlarte. Recogí su prenda de donde había parado al quitármela con prisa y la observé fijamente, pensé en que tal vez, sólo tal vez, William podía ser alguien agradable si se lo proponía. Me dispuse a lavarla para entregarla a su dueño el día siguiente, pero me ganó la tentación y aspiré el aroma que tenía impregnado una última vez.

En serio, Vanessa, debes calmarte.

Mi nombre es WilliamWhere stories live. Discover now