32. Fraude

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Un final feliz es una cosa muy difícil, pero ¿qué sabe mi hermana Ádelfa de historias? Nada de novela literaria, nada de la profundidad ni de lo esencial de una obra, nada de finales abiertos: ella solo quiere la última palabra.

Se coloca en el centro del hall con todo el mundo alrededor y comienza su monólogo:

"Tal vez era una broma. Quizá nunca podamos encontrar el tesoro, porque no existe. De verdad, no tenemos ninguna prueba de su existencia, excepto un papel y unas cucharas. Pero sí tengo la prueba de algo diferente, la prueba de algo muy importante. Ahora conozco al culpable de un fraude como no hemos conocido antes en Andalucía. Y ese es..."

Todo el mundo mira a Ádelfa, que de verdad puede ser una estrella del teatro, después de seguir unos cursos intensivos, por supuesto. Pero sabe atraer la atención con esa pausa dramática... que se alarga... hasta hacerse insoportable... "¡Joé!, tía, no nos hagas esperar. ¿Qué fraude?"

"El fraude de engañar al estado y a todos los españoles que pagan impuestos..."

"Menos mal. Pensaba que hablabas de mucha gente, pero solo de los que pagan impuestos. De estos hay muy pocos en Andalucía."

"Ángora, mi sol, te quiero más que una sala llena de público, pero, por favor, ¿puedes callarte un rato?"

Ya te prestan la atención a ti otra vez. De verdad es buena artista, mi hermana.

"El fraude es que cuatro personas están cobrando un sueldo por ser funcionario, pero todos son falsos y en realidad son la misma persona, pero con barba o bigote. El alcalde Eugenio de la Torre, el juez Ernesto de la Torre, el notario Enrique de la Torre y el policía Eduardo de la Torre en realidad no existen, porque son todos un invento del señor Emilio de la Torre."

Mientras le levanta la voz pronunciando ese último nombre coge al alcalde por la perilla y levanta la mano con agilidad y fuerza. Con un gesto de triunfo enseña su mano con la perilla falsa y con la mano izquierda apunta al sorprendido Emilio con su traje de alcalde. Todos gritan: "¡Oh!" y "¡Ah!", pero Ádelfa no espera el aplauso porque no ha terminado todavía.

"El error que cometiste, señor Emilio, era algo en que se fija cada mujer cuando ve a un hombre. No, el culete no. Y el paquete tampoco. No, damas y caballeros, fueron sus zapatos. Zapatos italianos, hechos a mano y con el cuero más fino del mundo, el cuero de los ciervos del Piamonte. Un zapato clásico que cuesta tres sueldos de un policía y que no puede comprar todo el mundo. Pero cuando cada uno de estos presuntos hermanos de la Torre se presentaba, podía ver perfectamente que cada uno tenía los mismos zapatos. Y esta era la prueba de que los cinco hermanos de la Torre en realidad eran solo Emilio con otro disfraz y otro carácter. De verdad, como actriz reconozco que tú eres un buen actor y has hecho un trabajo fenomenal. Todos nos lo hemos tragado con papas. Un aplauso para Emilio."

Ádelfa comienza a aplaudir y todos los demás se unen en la festividad. El pobre Emilio mira tímidamente hacia abajo. Esto de verdad nunca lo hubiera esperado. Pero se relaja y esboza una ligera sonrisa, porque la verdad es que ha sido un espectáculo.

Ádelfa no quiere dejar el mando a otro y comienza a callar a la gente. "Sssst, sssst. Quiero decir una cosa más. Y es que Emilio nos va a decir cuánto siente haber engañado a todo el mundo..."

"Lo siento mucho. De verdad."

"... pero de verdad que ha representado todas estas profesiones bastante bien y lo vamos a perdonar si promete que va a comprar un barco para Nacho, para que pueda pescar en el mar sin problemas..."

"voy a comprar un barco para Nacho."

"... y a partir de ahora solo va a cobrar el sueldo de policía. El resto de los cheques los va a regalar a la M.C.C.M., la organización Mujeres Contra Cosas Malas..."

"voy a regalar los sueldos a esa organización."

"... y nos va a invitar a todos a una cena de siete platos en su restaurante..."

Emilio mira a Ádelfa con una mirada triste. Triste pero culpable: "Invito a todos mañana a mi restaurante a una cena de siete platos.", palabras que fueron recibidas con gritos de alegría y más aplausos, aunque Emilio no disfrutaba de la idea de servir sin cobrar. Pero, por fin, acepta su castigo como un hombre y comparte la alegría del entorno. No hay tiempo para quejas con una fiesta en la que te puedes concentrar. Porque vivir bien es un arte y somos artistas. Y, de verdad, me gusta cómo mi astuta hermana arregla una cena gratis a la que estoy invitada también. Te voy a apoyar hasta el séptimo plato, Ada, hasta que se rompan todos los botones de mi vestido. ¡Joé!

Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz