29. David (4/7)

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Le dan un susto tremendo al pobre David con tantas preguntas a la vez. El chico no se atreve a decir nada hasta que se callan, todos. Ádelfa se pone en cuclillas a su lado, cogiendo su mano y enseñándole la cucharilla que encontramos detrás del espejo.

"¿La cucharilla de tu padre, se parece a esta?"

"Pues, sí y no. La cabra es igual pero los números son distintos. Comienza con un siete, pero no me acuerdo del resto. Tenemos que ir a mi casa y preguntárselo a mi padre."

Ya todo el mundo está sorprendido, alegre, saltando, gritando "la quinta, la quinta, hemos encontrado la quinta cucharilla."

Ádelfa es la única que se podía controlar. Sonríe a David mientras le dice "¿Has estado en un coche alguna vez? Ahora vamos a devolverte a tus padres en un coche grande, como si fueras un príncipe de Persia en el día de su boda. Y a todos nosotros nos gustaría ver esta cucharilla de tu padre con sus números y su dibujo de cabra. ¿Qué te parece?"

Se puede entender que David no pone objeciones, aunque no le gusta dejar su taza de té en la mesa de la terraza. Pero no hay tiempo que perder y todo el mundo está deseando de ver la cucharilla cuanto antes. Te lo juro: todos vimos como Sandalio corría hacía el garaje para sacar el Bentley, aunque el propio Sandalio siempre insistía en que no corría pero andaba con la tercera marcha, con la misma dignidad pero con velocidad adaptada a la situación. La Condesa, alarmada por los ruidos, se asoma a la entrada en el momento en que queremos salir. Por suerte un Bentley es un coche inglés, diseñado para transportar gente con barrigón y ropa voluminosa, y cabemos todos. Ildefonso conduce, la Condesa con su trasero redondo cabe en el asiento de delante y Ada, Vicky, David y yo atrás.

Cuando llegamos abajo, Ildefonso no duda en conducir el Bentley por el cauce del río, arriesgándose a ensuciar el coche con unas manchas de barro y piedras sueltas que saltan del firme.

Cuando paramos delante de la casa de David, mi hermana dice: "Ildefonso, cariño, espero que puedas ser tan amable de ir a buscar al alcalde. Pregúntale si puede traer su cucharilla y le esperamos en el jardín de la mansión. Después puedes volver a buscarnos." Ildefonso afirma con un gesto de cabeza.

David anuncia por la ventana abierta: "Papá, mamá, aquí estoy otra vez."

Nacho se asoma, sorprendido, y llama adentro: "Mira, cariño, nuestro hijo en un coche. Y no un coche cualquiera, sino el coche del rey de Inglaterra."

Salimos del coche y Ádelfa se acerca a Nacho, sin saludar ni besos y formalidades, y pregunta: "Oye, Nacho, ¿es verdad que tienes una cucharilla más o menos como esta?", mientras le enseña nuestro ejemplar.

"Sí, tenemos una parecida. Es un regalo de mi padre que, antes de morir, nos dijo que teníamos que guardarla siempre porque trae buena suerte."

No puedo evitar comentar: "Pues, la verdad es que buena suerte, cuando veo las condiciones en que vives."

Nacho no está de acuerdo y me responde un poco irritado: "Señorita, tenemos buena salud y somos una familia feliz. Y nunca sabrás qué hubiera pasado sin la cucharilla de la suerte, ¿no?"

"Pues, mejor que te compres un billete de lotería. Con tanta suerte te tocará seguro."

Su esposa, que acaba de salir de la casa, defiende a su marido: "Lo siento, señorita, pero tenemos la suerte en el amor. Como sabe todo el mundo: la suerte en el amor y la suerte en el juego no van juntos. Como máximo puedes tener suerte en una de esas dos cosas y no olvides que hay mucha gente que no tiene ninguna de las dos."

"Es verdad.", dice Nacho y esboza una sonrisa ancha mientras besa a su mujer en la boca.

"Oye, escondeos en vuestro dormitorio con esas guarrerías. Hay niños presentes."

"¿Niños? Solo veo uno, su propio niño, fruto de su amor."

"Ádelfa, te quiero más que un banquete de fritura de pescado pero ¿puedes dejar de interrumpirme por una vez? No estamos aquí para criticar mi gramática, sino para resolver un asunto importante que tiene que ver con cucharas y tesoros. Por favor, Nacho, ¿puedes enseñarnos esa cucharilla?"

"Por supuesto.", dice Nacho y tarda nada más que un segundo en entrar en la casa para volver con la cuchara en la mano. Es evidente que esa es la quinta cuchara de la que habla el poema de Don Pedro. El mismo metal oscuro, la misma forma, la misma cara de cabra y una serie de números. El símbolo no tiene nada que ver con círculos o semicírculos. Es una barra horizontal con tres barras cortas apuntando hacia abajo, como un peine pequeño con tres dientes.

"Lo siento, Nacho, pero ¿puedes prestarnos esa cuchara por un tiempo? Es que tenemos un enigma importante que resolver y esa cuchara puede ayudarnos a resolverlo."

Nacho pone cara de duda y mi hermana se siente obligada a quitarle esa duda, aunque eso es lo más tonto que pudiera hacer: "El caso es que estamos tras la pista de un tesoro de oro, y si nos prestas la cuchara, te prometemos una parte de este tesoro cuando lo encontremos."

Laduda en los ojos de Nacho se ha convertido en avaricia cuando oye la palabramágica: "¿Un tesoro?"


Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraWhere stories live. Discover now