8. El asunto del coche descapotable (1/2)

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Al día siguiente, tomamos el café en la terraza con vista a la entrada principal. Por el portón grande entra un policía. Su paso firme, casi militar, su uniforme con gorro, chaqueta y pantalón negro, en el cinturón tiene su palo de goma que se mueve peligrosamente con cada paso: todo indica una intensa dedicación a la Ley. El policía es gordo, redondo, y su impresionante mostacho le da aspecto de ser un Eduardo.

"¿No has pagado tus multas? ¿O has puesto la basura fuera en la calle en el día equivocado?", pregunta Ádelfa.

"Seguramente solo quiere saber quienes somos. La curiosidad no es una mala cualidad cuando eres policía. Si quieres que te proteja la ley, ayuda a que te conozcan."

Pero la cara seria de Eduardo muestra que no viene de visita para divertirse con unas damas o para tomar café.

"Buenos días, señoritas. ¿Está el señor Sandalio?"

"Sí. Lo voy a llamar.", digo y sueno la campanita. Sandalio viene con un poco de retraso, limpiándose las manos con un trapo.

"Buenos días, señor de la Torre. ¿Cómo está usted?"

"Buenos días, Sandalio. Tengo unas preguntas sobre un Porsche que encontramos ayer en el centro de Málaga."

Respondo, un poco nerviosa: "Aquí no tenemos ningún porche."

"No, no hablo de un porche, sino de un Porsche, un coche rojo descapotable."

"Tampoco tenemos un Porsche aquí."

"Lo raro es que este Porsche tenía en el maletero la ropa de unas señoritas."

"No sabemos nada de un Porsche descapotable con maletas de señoritas."

"En la guantera había un mapa de la región en que alguien había puesto un círculo rojo alrededor de Mansión Pedrobalejo."

Comento rápido: "No sabemos nada de un mapa tampoco. Las mujeres no saben leer mapas."

"Hemos encontrado ese Porsche en una fuente y en la misma fuente hemos encontrado una sandalia italiana con el tacón roto."

"Tampoco sabemos nada de sandalias."

Ya oí suficiente. No voy a decir nada más sin mi abogado.

Eduardo sigue: "Y en estas sandalias había escrito algo debajo de la suela. Un nombre: Ángora Flórez de Alba. ¿Usted conoce a esa señorita?"

"¡Ádelfa! No solo te has puesto mis sandalias sin preguntarme, también las has roto con tus tonterías."

La tonta hermana mía está perjudicando totalmente la investigación de ese policía y si ella no toma la iniciativa rápido, terminaremos en algún calabozo con ratas y pan duro. La cara de Eduardo se ilumina, y pregunta a mi hermana: "¡Aha! Supongo que usted es la señorita Ángora Flórez de Alba y ese Porsche es de su propiedad."

"No, yo soy la señorita Ádelfa Flórez de Alba. La señorita Ángora es mi hermana. Gracias por venir, señor. Quiero denunciar un robo. Alguien ha robado las sandalias italianas de mi hermana y ahora están destruidas. Y sospecho de alguien en concreto."

Eduardo saca su bloc de notas y un lápiz, moja la punta con su lengua y se prepara para escribir. Este deja a Ada justo el momento de tiempo que necesita. La fregona, la criminal, la ladrona, merece pasar el resto de sus días en unas mazmorras oscuras, eligiendo cual de las ratas y cucarachas será su comida y cual su única compañía... Pero es mi hermana gemela y no será justo. Siempre hemos sido nosotras y la verdad contra el mundo. Tengo que esperar a matarla hasta que, por lo menos, el policía se haya ido. No será necesario tener un testigo de uniforme.

Ádelfa continúa: "Sí. Un robo de un coche, unas maletas y un par de sandalias. El coche era el Porsche mencionado y sospecho de un ladrón que suele vestirse como mujer. Según tu descripción del escenario puedo concluir que no solo robó nuestro equipaje, sino que se vistió con nuestra ropa. El Porsche pertenece al señor Alejandro Santos, nuestro guardián y amigo de la familia, que nos lo prestó de buena fe para nuestro viaje a la casa de nuestros tíos. De verdad, apreciamos que ya hayas dado orden de repararlo y devolverlo, porque ese robo nos ha afectado mucho y hemos estado muy preocupadas por explicar la pérdida a nuestro guardián y amigo. Mientras tomas nota, ¿te podemos ofrecer un café? Sandalio, una taza para el comisario, por favor."

"Gracias por esa información, señorita, y no, gracias, no podemos tomar nada mientras estamos de servicio. ¿Pero tal vez tiene usted una descripción detallada del agresor?"

"No lo hemos visto, porque estuvimos en el club Oh-La-La donde algunos clientes nos invitaron a unas copas. Será fácil encontrar algún testigo que pueda declarar que salimos de ahí en condiciones que no eran aptas para conducir un coche y además tenemos todavía los billetes del tranvía con que llegamos aquí. Y hombres que se visten como mujer... ¿Cuántos habrá? Solo debes ir al centro de Málaga y coger a cada mujer por los senos con tus manos, hasta que encuentras alguien que los tenga falsos. Ese es tu hombre."

Al pobre Eduardo le asustan estas palabras y pregunta: "Pero... No puedo tocar los pechos de todas las mujeres de Málaga."

Pero Ádelfa ya está totalmente en su papel: "Por un asunto tan grave no habrá otro modo. O tal vez puedes preguntarles si te los pueden enseñar, de verdad no es totalmente necesario tocárselos a todas. No me parece gran cosa. Claro que nosotras no hace falta que te mostremos nada para probar nuestra inocencia."

Eduardo está perdiendo totalmente el control que pensaba tener sobre el asunto. Confuso está ahí con su libreta y su lápiz. Tengo que ayudarle o no va a desaparecer nunca.

"Pues, me parece que el alcalde te debe una medalla por solucionar este asunto tan rápido, señor de la Torre. ¿O podemos llamarte Eduardo?"

"Sí, Eduardo, por supuesto... Sí, el alcalde... Sí..."

"Pues, gracias por todo y esperamos que vuelvas pronto con el coche. El seguro arregla todos los gastos, por supuesto."

"En este momento el coche se encuentra en la comisaría de Málaga, pero tenemos órdenes de devolverlo al dueño oficial según los papeles y los archivos. Esto dice la ley y todos debemos seguir la ley, ¿no?"

"¿No existe una ley que hable de dos señoritas sin transporte que necesitan moverse por la región para hacer sus trabajos? Supongo que deberías estudiar mejor la ley y después puedes traer el coche por aquí. También te ahorras un viaje largo al norte. Además creo que dice la ley que hay que devolver las maletas robadas a sus dueñas cuanto antes y has venido aquí con las manos vacías. Pero seguro que puedes explicarlo sencillamente."

Eduardo no quiere rendirse. Es hombre y a los hombres les gusta tener la última palabra.

"Vale. En caso de devolver el coche, este será un asunto del juez. Puedo apuntar vuestras peticiones y, en breve, os informaremos sobre el asunto. Tengo que irme. Os deseo un muy buen día."

Toca su gorro mientras se despide con un breve "Sandalio. Señoritas.", se gira y sale con el mismo paso firme.

Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraWo Geschichten leben. Entdecke jetzt