27. Los A.A. (1/2)

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Hemos llegado tarde a Córdoba. No queda tiempo para visitar los A.A. hoy. Primero tengo que buscarme un hotel. Encuentro el hotel Ritz en la Calle Caballo, pero para dos noches cobra más que el dinero que tengo para hotel más la vuelta. Por lo menos, necesito que me sobre algo para cenar y beber. Me marcho y encuentro un hotel más básico. Este hotel tiene un lobby que también es bar y también es restaurante y también es el patio de la casa con sillas árabes y mesitas bajas y cojines y plantas y un montón de gente. El camarero pregunta si quiero comer algo. Lo peor de viajar es que la comida nunca es como en casa. El plato del día es rabo de toro con patatas a lo pobre, pero hoy sin rabo de toro. Normalmente comen el rabo del toro de la corrida del día, pero hoy ha ganado el toro, pues, no hay rabo, solo patatas a lo pobre. Repito las patatas, porque están muy ricas, las patatas a lo pobre.

La noche pasa muy gesélag, con todos estos hombres que quieren ofrecerme una copa y brindar por mi salud. Me explican donde están los archivos. Me aconsejan que me lleve comida para mediodía, porque los archivos son tan grandes que me voy a perder ahí seguramente. Uno sugiere que, antes de entrar, corte un hilo de mi camiseta y lo ate en la puerta de entrada, quitando más hilo mientras me muevo más hacía las profundidades del edificio, para no perderme. Está claro que es un cabrón y un tío verde que quiere imaginarse cómo se hace más corta mi camiseta. Este hombre es un hombre, por eso nunca ha oído hablar de las bolas de lana que se venden en cada esquina, hasta en colores fluorescente para encontrar el camino para cuando se vaya la luz. Una dama nunca revela sus secretos, señor. ¡Ni en sueños!

Al día siguiente, me envían una carta para despertarme, este hotel todavía no tiene teléfono. Me lavo, me visto y me voy. El desayuno del hotel, café y una magdalena, no lo he pedido; cuesta más que mi billete del tren y necesito el dinero para volver si no quiero morir aquí. Entro en una pastelería y compro un pastel cordobés que como antes de llegar a los archivos.

Son las diez y abren a las nueve, pero todavía no hay nadie. Le pregunto a un pasante. Este levanta los hombros y dice: "Quizá todavía tiene el horario de verano, de nueve de la noche hasta las seis de la madrugada." No lo creo. Es enero.

Por fin, llega una señora gris con un traje gris con chaleco gris. Tiene los ojos grises, el pelo gris y unos zapatos grises, y tiene la llave del edificio. Me dice que tengo que entender que este edificio lo construyeron los árabes en el siglo VI y desde entonces no había nadie para pasar una fregona: los jeques no quisieron limpiar y tenían las mujeres solo para echar polvos por todos lados, por eso hay tanto polvo ahí. El bibliotecario anterior encontró hasta polvorones en el departamento 1800 – 1850.

Mi misión es buscar entre los años 1600 a 1650, que todavía está más al fondo. El truco con el ovillo de lana no hace falta, porque todo está ordenado con precisión militar.

No voy a cansar a los atentos lectores con tantos detalles sobre que encuentro ahí: no sois funcionarios que hacen espeleología administrativa para divertirse. Además había tanta información que me va a costar hasta seis libros de Ádelfa y Ángora para contaros todo. Ahora basta contaros que el señor Pedro Flórez era un playboy tan guapo y un gamberro tan astuto que no necesito investigar todo el árbol genealógico para tener la prueba de que es mi ta-ta-taratata-abuelo. Mi belleza y mi inteligencia, no las tengo de un forastero, eso está más claro que el agua.

Paso toda la mañana y toda la tarde en los archivos, sin comer y sin beber. Soy de letras, ¿sabes?, y en mi interior sabía que aquí estoy en el santo santuario de las letras, lleno de documentos antiguos con historias fantásticas. ¿Sabes que Olla Magazine, la revista para la mujer contemporánea, se fundó en 1515? Y ahí tenían una copia del número 1, con el joven Carlos I en la portada con su corona de Emperador y su capa roja. En estos años fue un anual, pero con muchas pinturas, porque nadie sabía leer excepto algunos monjes que no hablaban otro idioma que el latín. El número 1621 era el más interesante: tenía a Don Pedro en la portada y todas las noticias sobre este famoso andaluz después de la vuelta de uno de sus viajes y sobre su boda y la casa que quería construir y sus amantes y sus hijos bastardos y... ¿Sabes cómo despertar la curiosidad de un atento lector?

Te lo cuento más tarde...

Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraWhere stories live. Discover now