26. Viaje a Córdoba (3/4)

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"¿Espalda o cara?"

"Claro. Hay gente a la que le gusta viajar con la cara en la dirección del tren y hay gente que le gusta viajar con la vista al otro lado. Tenemos asientos a ambos lados, para más comodidad de los pasajeros."

Tienes que viajar, lo aconsejo a todos, porque puedes aprender cosas fascinantes y tener experiencias estupendas. De verdad estoy aprendiendo cosas increíbles en este viaje. Lo más fascinante es que por fin entiendo por qué las colas en la estación son tan largas, con la cantidad de preguntas que tienes que responder para comprar un solo billete a Córdoba.

"En el sentido de la marcha, por favor. Me gusta ver a dónde voy y no de dónde vengo."

Aparentemente la empleada sabe todo lo que tiene que saber de mí y se dedica con una cara seria a diversas actividades con papeles y sellos y pluma y tinta y unos cinco minutos después me entrega el billete a cambio del dinero.

"Buen viaje, señorita. En RENFE siempre estamos a su servicio, con una sonrisa y de buen humor."

Sí, de buen humor, porque me has robado el mío. El reloj en la plaza ya dice que son las doce menos cinco y me relajo un poquito mientras cojo mis maletas para buscar el andén. ¡Uy!, olvidaba preguntar...

"Lo siento, señora, una última pregunta. ¿De qué andén sale el tren de las doce a Córdoba?"

"Para esta información puedes dirigirte a la ventanilla 1, lo de..."

"Sí, lo de 'información de viajes', lo sé. Gracias."

Decido no perder más tiempo y me voy hacia los andenes. Cuando paso a uno de los tableros amarillo veo que no solo hay horario sino también el número del andén puesto. Todos los trenes, todos los destinos y todas las horas, salen del andén 1. No voy a perder el tiempo para investigar porque hay siete andenes cuando solo usan el andén 1. No estoy para estudiar la lógica, sino para investigar el pasado de nuestros antepasados. Tengo que darme prisa, porque casi son las doce.

Cuando llego al andén 1 exhalo un suspiro de alivio: el tren todavía no ha salido. Tampoco se ha ido, porque el andén está vacío como una zapatería después de las rebajas. Ni pasajeros, ni trenes, ni maletas, lo único que veo es un mozo de la estación, empujando un carrito de equipaje.

"Lo siento, señor. ¿Sabes qué hora es?"

El mozo saca un reloj de bolsillo y dice: "Son las doce menos uno, señorita."

"Gracias, guapo. ¿Y a qué hora sale el tren de las doce a Córdoba?"

"Eso no lo sé, señorita, pero si lo preguntas en las ventanillas..."

"Gracias, pero ahí tampoco lo saben."

El mozo saluda con un gesto y sigue su camino. Tengo que esperar un minuto, no está mal. Pero en este minuto no ocurre nada. Ni el minuto después. Tampoco en los cinco minutos siguientes. Y absolutamente nada en la siguiente media hora. Ni maletas. Ni pasajeros. Ni tren.

Tengo dos botellas de vino tinto y otra de aguardiente en mis maletas, en caso de emergencia, y decido que este es un caso de emergencia total. Bebo la primera botella de vino en el andén y bebo también la segunda botella cuando me doy cuenta que a este ritmo me quedaría muy rápido sin alcohol, que es aún más emergencia que un tren que no sale. La botella de aguardiente está en mi otra maleta y aunque busco por todas partes, no la puedo encontrar, que es ya la tercera emergencia en menos de media hora.

Casi es la una cuando el entorno cambia. El andén se llena de gente, andando, nerviosa y gesticulando, algunos corriendo hacia adelante, otros con paso firme pero seguro. En menos de dos minutos el andén está lleno y encima del ruido de los pasajeros suena el siseo del vapor. Ahí viene el tren. En el momento en que se para, de golpe todas las puertas de los vagones se abren y la gente de fuera comienza a empujarse para entrar mientras los que están dentro intentan salir. Justo delante de mi banco está la entrada a la primera clase y me sorprende que nadie salga ni baje de allí. Pues, mejor. A una dama no le gusta luchar delante de la puerta. Cojo mis maletas y me monto en el vagón, busco mi asiento (de cara y en la ventana) y me instalo para el viaje mientras me divierto siguiendo la lucha en el andén. Un poco después parece que todos los que querían salir han salido y los que querían entrar han entrado, porque el andén está tan vacío como hace cinco minutos. Ya podemos irnos.

Pero no nos vamos todavía. ¿Este tren es el de las doce que llega una hora tarde o es el de las dos que llega una hora antes? El susto me enfría el corazón. ¿Tengo que esperar otra hora? ¿Por qué no veo un maquinista o interventor o mozo del tren que me pueda informar? ¿Dónde está esa maldita botella de aguardiente?

El vagón de la primera clase está vacío aparte de mí. Abro la ventana y saco la cabeza para ver más adelante o atrás, pero no hay nadie. ¿Y si este no es el tren a Córdoba? Tengo que preguntarlo por lo menos a alguien mientras estamos parados, cuando el tren empiece a moverse será difícil de salir. ¿Dejo mis maletas aquí o me las llevo mientras busco información? No quiero tomar ningún riesgo y las saco del compartimento. El vagón de la primera clase está en el centro del tren. Voy hacia la parte delantera del tren hasta la segunda clase, pregunto si todo es como espero y después voy a volver a mi asiento. Un plan sencillo, pero no me siento muy segura todavía.

En segunda clase encuentro una merienda de negros. Un campesino ha comprado entradas para todas sus gallinas, que están por todas partes, porque si las llevas en jaulas tienes que pagar como si fuera equipaje y eso es más caro. En la mitad del vagón hay un grupo de niñas jóvenes con esquís, sentadas con los pies en los bancos del tren. Seguramente van a Granada y tienen que cambiar de tren en Córdoba, pero los esquís en sus pies apuntan a cada lado y evitan que pueda pasar. Intento llamarlas, pero no me hacen caso. En el banco más cercano hay una madre con, por lo menos, diez niños, repartiendo chucherías entre los peques que hacen una carrera para ver quién puede hacer más ruido. Todos ganan. Los negros son mi mejor opción. No saben a dónde va el tren, ni a qué hora sale, pero comparten su merienda conmigo y cuando encuentro la botella de aguardiente por fin en mi bolso de mano, pasamos un cuartito de hora muy gesélag.

Pero todavía el tren no se mueve. Decido volver a la primera clase y probar el vagón al otro lado. Ahí encuentro dos conocidos, el hombre de traje y la cuarentona con los paraguas. La mujer está cuidando el ojo del hombre mientras él intenta enderezar el paraguas arrugado de ella. ¡Qué bonito es el amor!

"Perdona, señora. ¿Este es el tren a Córdoba? ¿El tren que sale a las doce?"

Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraWhere stories live. Discover now