25. El Jabalí Sonriente (1/2)

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A la mañana siguiente no hay un desayuno amplio como el domingo pasado: café y una magdalena. Ádelfa no está en condiciones para hacer más. Tiene unos cardenales en las costillas y anda un poco coja.

"Oye, Ada. ¿Rodrigo todavía está enfadado contigo por destruir su coche anoche?"

"No sé. Pero por cierto la Condesa no viene hoy para desayunar con nosotros."

"Has tenido suerte de que Roberto pudo pararla, porque estaba convencida que quería matarte por romper la valla de la entrada, tres de sus estatuas, su puerta principal y el armario chino que tenía en el hall."

"Pues... El seguro paga los daños, ¿no? No tiene por qué quejarse. Es una plasta, esa mujer. ¿Cómo está tu cabeza?"

"Son de poca calidad, estos coches alemanes. Mi frente es más dura que sus ventanas. Pero todavía me duele el brazo del golpe. La próxima vez intenta frenar con el pedal del centro y no con el de la derecha."

"Derecha... izquierda... No me gusta la política cuando estoy borracha. ¿Es que no lo sabes?"

Tomamos nuestro café en silencio. No quiero hablar más de anoche. Siempre es igual cuando sales con chicos. Mejor olvidar y mirar hacia delante ¿no?

Mi hermana y yo, somos gemelas y me alegra que pensemos siempre en la misma dirección, cuando Ada pregunta: "¿Cómo vamos a estar esta noche? Lo de la cena en 'El Jabalí Sonriente' quiero decir."

"Ada, te quiero más que una cena de siete platos, pero eres un poco corta de memoria. Me prometiste ayer por la mañana que me ibas a prestar tu vestido, me vas a arreglar el pelo y me voy a poner tus sandalias. Vamos a estar radiantes. Me lo has prometido."

* * *

Esta noche estoy aún más radiante de lo que mi hermana me ha prometido. Me miro en el espejo con mi sonrisa irresistible y tengo que confesar que no me acuerdo de otra ocasión en que estuviese más guapa que ahora. Casi puedo olvidar lo del vestido japonés. Ádelfa también se ha puesto muy guapa, pero está claro que ni puede hacerme sombra, porque es un poco difícil en la oscuridad de la noche, tener sombra. Ildefonso, con chaqueta y gorro de chófer, nos lleva en el Bentley y nos abre la puerta del coche delante del restaurante para completar nuestra entrada.

El Jabalí Sonriente no es un restaurante muy grande, pero gesélag y acogedor, el interior un poco oscuro con mucha madera vieja, vigas gordas en el techo y en todas las paredes unas herramientas antiguas del campo. Las luces y la música están bajas y el camarero es alto, todo como me gusta.

"¿Cómo se llama este camarero?", susurra mi hermana.

"Pues, pelo oscuro y corto, bien afeitado, hombros anchos y brazos musculosos, manos firmes pero con uñas cortadas y dedos suaves, guapo o mejor dicho..."

"¿Divino?"

"Sí, divino, esa es la palabra que estaba buscando. Pero no creo que se llame Jesús. Me parece que se llama Cristiano."

La sonrisa de mi hermana tiene que avisarme, pero estoy concentrada en Emilio que viene para saludarnos y no le presto atención a ella.

"Buenas noches, señoras. Usted debe ser la señora Ángora Flórez, ¿no?"

"Sí, esa soy yo. Recibiste mi carta, ¿no?"

"Sí, por supuesto. He reservado nuestra mejor mesa para ustedes. Como aperitivo sugiero un vino tinto de la Rioja. Como primer plato tenemos una ensalada de tomate con queso italiano de búfalo con finas hierbas o una lasaña con espinacas y queso feta fresco de Grecia. De segundo plato tenemos chuletas de jabalí con salsa estrogonof o pinchito de ciervo con salsa de setas del bosque. En esos platos también servimos verduras, patatas fritas y mayonesa."

Mi hermana todavía tiene sus ojos en el camarero y responde ausente: "Me gustaría morder un buen culete... eh... chuleta quiero decir. Y la lasaña de primer plato. ¿Qué vino podemos beber con esto?"

"Tenemos un Burdeos francés que va muy bien con las chuletas de jabalí. Y a la señora Ángora, ¿qué le apetece?"

"Sí, las chuletas me suenan como algo muy atrevido también, pero me gustaría probar la ensalada de tomate y mozzarella. Se llama ensalada caprese, ¿no?"

"Ah, usted conoce la cocina italiana. Sí, ensalada caprese, un plato típico de la isla de Capri, famosa por sus flores. Puedes servir el vino, Cristiano."

Mientras el camarero va a la cocina, oigo un profundo suspiro de mi hermana que le sigue con sus ojos hasta que desaparece.

"Ada, te aviso que te comportes como una dama y no como la primera fulana del barrio."

"No...,no. Te equivocas. Solo estaba admirando el interior del restaurante. ¡Québonito!, la barra de madera de roble. Y me gustan las cortinas también. Pero¿no me vas a decir que escribiste en esta carta?"


Ádelfa y Ángora - una divertida aventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora