Capítulo 13.

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¡Hola! Actualización sorpresa, al menos para contaros de nuevo la noticia... ¡«Si algún día vuelves» está en la lista corta de los Wattys! Muchísimas gracias por leerme y compartir conmigo mis historias, ¡sois verdadero amor!

¡Ojalá tengamos suerte y nos podamos hacer con uno de los ansiados premios, seguiré informando! <3


Capítulo 13

Pese a lo que Rylan había pensado al principio respecto a su nueva condición de duque, no tardó en descubrir que no se trataba de algo tan aburrido. Se tendía a pensar que la nobleza inglesa tan sólo invertía su tiempo en guardar apariencias y hacer costosos viajes a Londres para pasar el tiempo junto al resto de la sociedad. Comenzaba a quedar desfasado el hecho de permanecer en las tierras de sus antepasados, con sus castillos ancestrales. La nueva moda era, sin duda, establecerse en el sur, en una ostentosa casa que hiciera a la gente común y corriente —y al resto de ricos pretenciosos— anhelar un lugar similar en el que vivir. Desde luego, esto le era absolutamente indiferente a Rylan, que seguía convencido de que no duraría más de unas semanas en Inglaterra y que después por fin podría irse.

Fue increíble que los días pasaran tan rápido, convirtiéndose rápidamente en más de un mes. El nuevo duque se centró a fondo en las cuentas y números del castillo; encontrando pérdidas económicas repentinas, desde hacía varios años, y malas anotaciones de las compras y negocios del ducado. No le quedó duda de que su tío Aaron había estado robando de las arcas de su padre en cuanto había tenido ocasión, pero aun así Rylan quiso preguntarle directamente al hombre y no recibió como respuesta más que un «Yo no soy contable, muchacho, y eso tu padre lo sabía muy bien cuando decidió cederme esa labor». Rylan tuvo que apretar los dientes y no hablar más sobre eso, puesto que sabía que su tío lo negaría hasta la saciedad. Era obvio que no era un hombre tonto, los errores en las cuentas eran muy grandes, absurdos, incluso. Claramente habían sido intencionados, pero aun así Rylan sabía que la única manera de poder acusar de esa estafa a su tío sería tener pruebas contundentes; encontrar algo irrefutable.

El único consuelo de Rylan seguía siendo la familiar presencia de Duncan en el castillo, paseándose provocativamente, y también la reconfortante compañía de Khadira en su cama cada noche, tranquilizándolo y recordándole que no faltaba mucho hasta que pudieran volver de nuevo a su amada Escocia.

Para él seguía tratándose de algo particularmente incómodo el encontrarse con Alyssa en los rincones de su propia casa, pero si en algún momento osaba hacer algún comentario o si quiera gruñir al verla, su hermana Linnea saltaba como un resorte, recordándole sus obligaciones —que más bien parecían órdenes de una vieja institutriz— para con la joven viuda.

De todos modos, debía reconocer que Alyssa parecía hacer lo posible por no resultar una molestia. Intentaba comer en sus habitaciones cada vez que podía y se refugiaba largas horas leyendo en la enorme biblioteca del castillo. Justo cuando sabía que él no estaría allí. Rylan había quedado francamente impresionado al descubrir que los aposentos de Alyssa se encontraban en el lado opuesto al lugar de los que había ocupado su padre, por lo que ambos ni siquiera habían disimulado a la hora de proclamar que el duque y la duquesa de Alderman no compartían el mismo lecho.

Ese pensamiento le había parado el corazón al cruzar su mente, pero se había recordado a sí mismo que eso no era importante. Después de seis años casados, especialmente con un hombre viejo y fofo como había sido su padre, era normal que la muchacha huyera en cuanto tenía ocasión. La pasión no era un requisito ni medianamente relacionado con los matrimonios que él estaba acostumbrado a conocer en Inglaterra.

Esa mañana, sentado en su enorme silla ante la mesa de madera maciza de roble, Rylan observaba con poco apetito las tortitas de avena que una joven sirvienta acababa de colocar frente a él, con un coqueto pestañeo. Ya la había visto más veces, era la misma joven pálida y pecosa que no dudaba en ofrecerle su ayuda en «cualquier cosa que necesitase» y se sintió extrañamente molesto cuando reparó en que eso parecía casi una costumbre para ella. Se preguntó en silencio si también se había insinuado a su padre y a su tío antes que a él, pues si no, no entendía que se tomara semejante confianza actuando en su presencia.

A su lado, Khadira la miró y se rió en voz baja.

—Pensé que en Inglaterra las mujeres eran más sutiles —comentó, con su peculiar acento, alargando las «s».

—En Inglaterra nada es lo que parece —se mofó Duncan—. Me asombra que no te hayas dado cuenta aún.

—Me temo que en eso debo darte la razón —dijo la joven, removiendo con una cuchara la grumosa sustancia que le habían servido—. Creí que la comida sería mejor.

Este comentario quedó ignorado en el momento en el que alguien entró a la habitación, haciendo que los tres se giraran hacia la puerta en el mismo momento en el que un hombre mayor, con ropas caras y una peluca perfectamente rizada en la cabeza, apareció como de la nada.

Tras él, Jaime Fisher apareció corriendo, como si el hombre elegante lo hubiera dejado atrás, pese a su avanzada edad. Recuperando el aliento, Jaime les anunció la presencia del visitante a los señores.

—Howard Graham, señor duque —dijo, lanzando una mirada de reojo al aludido—. Enviado por el Rey Jorge para entregarle una misiva importante.

Duncan y Rylan cruzaron una mirada tensa en ese momento. ¿El Rey de nuevo? ¿Qué quería? Ambos apretaron la mandíbula y dirigieron sus ojos a ese hombre desconocido, que no pareció pasar por alto la indumentaria de Duncan, a pesar de encontrarse éste sentado. Fijó la vista en el kilt escocés durante unos instantes, pero después volvió a mirar al duque de Alderman y procedió a inclinarse respetuosamente.

—Mi señor, traigo una misiva del rey Jorge I —repitió, como si Fisher no lo hubiera mencionado ya—. El monarca se ha mostrado especialmente... interesado en que se la entregara a usted personalmente, para así contar con su respuesta inmediata, si esto es posible.

Rylan rechinó los dientes. De pronto tenía miedo de que los rumores hubieran llegado más lejos, de que algo hubiera sucedido y pudieran descubrir que en realidad él no era lo que aparentaba ser... al menos no del todo. Se culpó por no haber tenido cuidado suficiente, se dijo que debería haber controlado su lengua muchas veces, así como a sus hombres y las habladurías que los rodeaban.

Con extrema lentitud, se levantó de su sillón y caminó hasta el mensajero. Cada movimiento reflejaba fuerza y decisión, aunque en esos momentos una parte de su mente temblaba de anticipación.

—¿De qué se trata ese asunto tan importante? —preguntó, tratando de que la tensión no empapara su tono de voz.

Frente a él, el señor Graham sonrió, mostrando unos dientes artificialmente blanqueados y le tendió el sobre del Rey. Rylan lo aceptó y sus fuertes dedos rasgaron el sobre con rapidez. Dejó escapar todo el aire de sus pulmones mientras leía la carta y durante unos instantes se sintió realmente aliviado porque no pareciera una acusación, aunque esa sensación tan sólo duró hasta que su mente comprendió lo que significaba eso que estaba leyendo...


¡Gracias por leer, mil besos!

¡Gracias por leer, mil besos!

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Si algún día vuelves. #Wattys [Romance histórico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora