Prólogo.

39.8K 1.9K 137
                                    



Prólogo:

1713. Castillo de Alderman, Norte de Inglaterra.

Los pasos apresurados de los jóvenes enamorados apenas eran audibles en ese enorme castillo. Las risas y palabras susurradas quedaban ahogadas por los besos suaves y dulces que Rylan Seymour prodigaba en la suave piel de la muchacha que lo acompañaba.

Un trémulo suspiro escapó de los rosados labios de Alyssa y la joven clavó sus enormes ojos verdes en el rostro de Rylan. Era el muchacho más apuesto que había conocido nunca; con el cabello del color del ébano y unos atractivos y misteriosos ojos de un inusual tono azul oscuro. Con sus apenas veinte años, el joven ya había conseguido conquistar el corazón de todas las muchachas inglesas de noble cuna, a algunas incluso sin haberlas visto jamás. Pero nada de eso importaba; desde que ese joven rebelde había puesto los ojos en Alyssa, no había podido pensar en ninguna otra mujer; la presencia de Alyssa lo turbaba y le quemaba en la sangre, como si necesitara estar junto a ella cada segundo del día.

Asegurándose de que no había nadie que los vigilara en ese rincón del oscuro castillo, Rylan se aventuró a probar de nuevo los deliciosos labios de la joven, que se abrieron deseosos de recibir esos besos a los que ya se había acostumbrado en ciertos aspectos, pero que aún le provocaban intensos cosquilleos en cada rincón de su piel.

—Te voy a regalar un castillo —dijo Rylan repentinamente.

Alyssa enmarcó una ceja, divertida.

—¿Un castillo? ¿Para qué quiero un castillo?

—No sólo para ti —aclaró él, como si resultara obvio—, para ambos. Para que vivamos allí juntos y tengamos una familia.

Esta vez, esas palabras provocaron una suave carcajada en Alyssa. Los ojos de Rylan no parecieron divertidos, sino que la miró seriamente hasta que la dama volvió a recuperar su gesto natural.

—¿No me crees? —le dijo Rylan.

—Me gustaría hacerlo...

—Entonces hazlo, porque es cierto. —En los ojos de Rylan brilló una inmensa emoción—. Quiero que seas mi esposa, Alyssa. Que seas la madre de mis hijos, pasar el resto de nuestras vidas juntos. ¿Tú quieres lo mismo?

Tras unos segundos mirándolo fijamente, Alyssa asintió con la cabeza.
Su madre siempre le había aconsejado no dejarse embaucar por los hombres, no creer sus palabras y nunca confiar en ellos... Pero Dios sabía que era imposible no creer a Rylan Seymour; se había enamorado de él perdidamente y sabía que caminaría por un puente en llamas si él le pidiera que lo hiciera.

—Sí, Rylan. Lo quiero.

Sintiendo su corazón henchido de felicidad al escuchar esas palabras, Rylan volvió a besarla de nuevo.

—Te amo y lo seguiré haciendo hasta el fin de nuestros días. Si alguna vez nos separáramos, si algún día te perdiera, siempre volvería a buscarte. Haré lo que sea, pero jamás te abandonaré. Es un juramento.

Las bellas palabras eran dignas de un joven caballero como Rylan e hicieron que Alyssa se sintiera como una princesa en ese momento.

Esta vez fue ella quien lo besó en los labios profundamente, acercando su cuerpo al del chico todo lo posible. Al igual que había sucedido ya en varias ocasiones, Rylan la detuvo disimuladamente, alejándose un poco de ella cuando comenzaba a sentir el incipiente fuego quemando en sus entrañas.

Para Rylan era difícil controlarse, pero sabía que debía hacerlo. Ella aún no había cumplido los quince años y, por mucho que pareciera deseosa de probar esas atenciones masculinas que muchas otras experimentaban antes de esa edad, Rylan se había prometido a sí mismo esperar. Quería que ella estuviera preparada, que fuera suficientemente adulta para disfrutar de algo así tanto como él.

—Será mejor que volvamos; alguien puede vernos —susurró el joven caballero en el oído de su amada.

—Estamos solos ahora —contestó ella, recostándose en el pecho de Rylan—. Por fin estamos solos.

Él posó sus manos con delicadeza en la delgada cintura de Alyssa, acariciando la lujosa tela rosada de su vestido. Era tan elegante como una reina, aunque tan sólo fuera la hija de un barón de mala reputación. Tras haber conocido a su padre en una ocasión, Rylan no podía explicarse cómo algo tan bello como Alyssa había podido surgir de un hombre como John Russell; aunque bien era verdad que tampoco él consideraba que tuviera ningún tipo de proximidad física ni sentimental con su padre, Gordon Seymour, duque de Alderman. La familia nunca se elegía, era algo con lo que había que vivir y, en ocasiones, sufrir.

Abandonándose durante al menos unos momentos, Rylan tomó a Alyssa entre sus brazos gentilmente y volvió a besarla, haciendo que la muchacha quedara con su espalda pegada a los muros de piedra que conformaban la pared y se aferrara con fuerza al cuerpo del joven.

Quizás si hubieran estado menos abstraídos con sus besos y abrazos habrían reparado en que una figura los observaba desde el otro lado de ese corredor, quizás incluso habrían podido distinguir el momento en el que esa joven sirvienta esbozó una sonrisa burlona, al tiempo que corría a avisar a su señor de lo que acababa de descubrir.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Si algún día vuelves. #Wattys [Romance histórico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora