Capítulo 7.

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Capítulo 7

Todas las personas que lo esperaban en el salón se callaron al verlo entrar y, tras unos segundos observándolo, comenzaron a hablar entre susurros. Él no titubeó en ningún momento, suspiró. «Por fin en casa», pensó mientras seguía caminando, sintiéndose incómodo llevando un atuendo tan formal. Ya no estaba acostumbrado a usar calzones, medias de lana o zapatos tan formales, y esa chaqueta parecía apretar demasiado su musculado torso.

Conocía (y detestaba) a la mayoría de personas que estaban allí en ese momento, a excepción, claro está, de sus hombres. Ellos lo habían acompañado en su destierro como si hubiera sido el suyo propio y nunca viviría lo suficiente para lograr devolverles todo el apoyo que le habían brindado durante esos años. Habían derramado su sangre por él, habían luchado con toda la fiereza que los caracterizaba y lo habían defendido hasta de quienes él consideraba sus propios amigos.

—Dichosos los ojos que vuelven a verte, sobrino. —Aaron Seymour se adelantó en el concurrido salón y se detuvo frente a Rylan, evitando que el joven siguiera caminando—. Estás hecho todo un hombre...

Las palabras amables sonaban falsas detrás de esa sonrisa amarillenta. Su tío Aaron llevaba el cabello largo y los dos mechones de su frente permanecían atados a la parte de atrás de su cabeza en una pequeña coleta oscura; sin peluca, a diferencia de la mayoría de los demás hombres que se encontraban a su alrededor. No era mayor, aún no había llegado a los cuarenta, pero su rostro estaba arrugado en un gesto de continuo aburrimiento. Sus ojos eran claros y opacos, pareciendo ocultar a cada momento sus pensamientos, pero no hacía falta ser adivino para advertir que en absoluto se alegraba de verlo.

—Los años pasan, tío —replicó Rylan, manteniéndose tranquilo—, para todos.

—Y que lo digas —dijo Aaron y se señaló las piernas cubiertas por unas medias de lana blancas y un calzón verde claro—, cada día me levanto más viejo y abatido.

Pese a ser un comentario sin humor alguno, el hombre se rió de buena gana, observando mientras lo hacía la reacción de su sobrino. Rylan no participó en la carcajada, sino que se aburrió más bien rápido de la actuación de su tío.

—Lamento oír eso —dijo sin miramientos—, supongo que te quitaré un peso de encima dispensándote de todo el trabajo que has hecho con las cuentas de la fortaleza en los últimos años. A partir de ahora seré yo quien se ocupe de eso.

Si algo no se habría esperado escuchar de la boca de su sobrino eran esas palabras. Durante un instante, el hombre procesó la información, después observó al joven con los ojos entrecerrados y expresión inquisitiva.

—¿Acaso no he hecho bien mi trabajo, sobrino?

—No lo sé con seguridad aún —contestó Rylan, que no quería decir un «no» rotundo encontrándose con tanta gente a su alrededor. Sabía que tampoco le convenía enemistarse con su tío de manera tan abrupta—, pero yo me valgo por mí mismo para hacer ese tipo de tareas. El nuevo duque de Alderman no precisa de nadie en lo que confiere al gobierno del ducado.

Aunque las personas presentes fingieran no prestar atención, estaba claro que todos estaban intentando escuchar lo que sucedía ahí y en ese momento estaban escandalizados por el morbo de la situación. Finalmente, Aaron, se dio por vencido en esa ocasión y volvió a dejar una enorme sonrisa extenderse por su rostro de un modo casi malvado.

—Como ordenes. Ahora tú eres quien manda aquí.

Rylan tan sólo asintió con la cabeza y esperó a que su tío se apartara de su camino para abrirse paso de nuevo hasta su silla, que lo estaba esperando a unos metros de él. Antes de llegar a ella vio a Duncan, de pie con la espalda bien recta y expresión orgullosa en su rostro, mientras prácticamente todos los asistentes al nombramiento lo observaban de reojo con desprecio al ver el kilt con tartán azul y rojo que representaba a su clan, los MacLachlan.

—Amigo —lo saludó Rylan cálidamente.

Duncan hizo un asentimiento de cabeza y después saludó con cortesía a Khadira, que le dedicó una brillante sonrisa al escocés.

—Parece la coronación de un rey —comentó Duncan, riéndose por lo bajo.

Rylan no encontró divertida esa broma y paseó la vista por la sala. Estaba bastante molesto por tantas formalidades; le habían entregado un título que no quería en un lugar que detestaba para ser el señor de gente que no le agradaba; el destino podía ser muy irónico a veces. Ni siquiera se percató del rumbo que estaba tomando su mirada hasta que sus ojos se fijaron en algo que habían intentado no mirar desde el primer momento en que había puesto un pie allí; Alyssa se encontraba con su hermana al otro lado del enorme salón y ambas lo observaban ese momento. Durante un largo instante, los ojos de Alyssa se cruzaron con los suyos por primera vez en seis años... y ninguno de los dos apartó la mirada.

El pulso de Rylan se aceleró al contemplar a la muchacha; llevaba un vestido largo y elegante, de un tono verde oscuro que tan sólo hacía resplandecer aún más los mechones rubios en su cabello y su piel blanca. Apreció cuánto había cambiado; cómo su cuerpo transmitía una elegancia que nunca antes había visto en una mujer. Su expresión seria nada tenía que ver con la niña alegre que había conocido... y amado. Fue él quien rompió el contacto visual, sintiéndose perdido durante unos instantes. De pronto, la presencia de Alyssa allí le afectaba de un modo que no debería y el pensamiento de que ella podía seguir mirándolo en esos momentos lo turbó hasta puntos insospechados.

¿Cómo se atrevía a mirarlo así después de tantos tiempo? ¿Cómo se atrevía a mantenerle la mirada después de haber destrozado su alma seis años antes? Porque para él había sido así; ella lo había roto, lo había traicionado... y Rylan Seymour se juró a sí mismo, como llevaba años haciendo, que ese mismo día Alyssa Russell iba a recoger los pedacitos de lo que ella misma había quebrado.

—Creo que es hora de que te sientes —le susurró Duncan de pronto, haciendo que Rylan volviera a la realidad después de estar tan enterrado en sus pensamientos—. El público aguarda.

Con un ligero gruñido, Rylan asintió imperceptiblemente y asió el brazo de Khadira con más fuerza aún que al principio, evitando que la joven se quedara junto al escocés.

—¿Qué está haciendo, mi señor?

—He cambiado de idea respecto a la silla —respondió él rudamente—, quiero que la compartas conmigo.

Frente a ellos se encontraba un pequeño trono plateado, adornado con un par de cojines de color granate. Era pretencioso y feo, pero aun así representaba mucho para esas tierras. Junto a él se hallaba una versión muy parecida de esa silla, más pequeña, destinada a su señora.

Khadira pareció no entender al principio, pero cuando comprendió de qué le estaba hablando, sonrió, complacida. Acto seguido, ambos se sentaron en aquellos cómodos asientos, fingiendo que no escuchaban los murmullos escandalizados de toda la gente de su alrededor.


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Si algún día vuelves. #Wattys [Romance histórico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora