14- Dante

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La había reconocido enseguida, no había forma que no lo hiciera, aquel día en el aeropuerto, cuando nuestros costados chocaron, casi se me había cortado la respiración, pero mi mente racional me hizo creer que estaba equivocado, no había forma que Chiara Martini estuviera en Italia, ella se había ido, hace dieciséis años con su madre y hermana, habían abandonado este, nuestro mundo, para no volver jamás.

Jodida sea Stella Martini.

Racionalmente, sabía que la mujer había hecho lo que cualquier madre en su situación, pero mi corazón la odiaba con una fuerza peligrosa por el simple echo de haberla arrancado de mi lado, sin esperar a que me recuperara, sin dejarme despedirme.

Por otro lado, había herido a Pappa, la cabeza de la familia nunca había vuelto a ser el mismo, ya casi no sonreía y se enfrascó en el trabajo como si fuera el oxígeno que lo mantenía con vida. Todos en la famiglia sabían que Stella era la mujer de Pappa, pero al mismo tiempo, era el secreto mejor guardado, nadie fuera de nuestra jerarquía lo sabía, nuestro medio creía que simplemente habían sido amigos de la infancia, cosa que no era mentira, pero que el alma del hombre más letal de Italia estaba a los pies de aquella mujer… Solo unos pocos teníamos la certeza.

Ellos aún se veían, incluso en lo complicado de la situación y la lejanía, planeábamos detalladamente cada vez que Pappa se ausentaba y dejaba el país para poder visitar a la madre de Chiara, siempre en lugares alejados, países sin conexiones con la mafia, en residencias seguras que habían sido mil veces comprobadas antes de poder ser usadas.

Sentía envidia. Le había pedido a Pappa a lo largo de los años que me dejara visitar a Chiara, pero siempre se negaba, sabía que le dolía tanto como a mí, él pensaba que mis sentimientos por ella se debían a una profunda amistad. Qué equivocado estaba.

Yo quería a Chiara Martini para mí.

Era mía.

Siempre había sido mía, desde que aquellos profundos pozos azules me habían mirado sin miedo, llenos de desafío. Incluso en mi mente infantil, sabía que ella había sido creada para mí.

Pero la lealtad de la famiglia, forjada en sangre y dolor, era algo de dos sentidos y por mucho que me carcomiera el alma no poder ir en su búsqueda, sin la autorización de Pappa, no daría un paso en falso.

Jamás lo traicionaría, incluso si eso me dejaba las bolas azules de lo mucho que la había deseado en mis fantasías.

Los años siguientes no fueron fáciles, Chiara era una mujer hermosa… Perfecta, y eso atraía a varios imbéciles rondando por ella, imbéciles que me había encargado de investigar y alejar sutilmente cada vez que fue necesario, afortunadamente mi preciosa Chiara no era una mujer que se dejara deslumbrar fácilmente y arrancaba a esos idiotas rápidamente de su vida.

Aquel día en el aeropuerto ella usaba gafas para el sol, había hablado en inglés, parecía cualquier otra turista y tal vez por ello, me alejé rápidamente de ahí, sentía que me estaba volviendo loco, y ya había tomado la decisión de hablar honestamente con Pappa, dejarle en claro que iría tras ella hasta que me aceptara a su lado y que, aunque deseaba su aprobación, eso no me detendría, no más.

Aun así, el recuerdo de aquella extraña estuvo en mi cabeza todo el resto de la semana y me descubría constantemente desconcentrado. Por la tarde Pappa ya me había llamado la atención por ello más de una vez y estaba por hacerlo de nuevo cuando su móvil sonó.

—Pequeña Anna, es algo tarde en Moscú para que me estés llamando ¿No? - Respondió él. Anna, la hermana gemela de Chiara, pero que a pesar de que la gente podía decir que eran genéticamente idénticas, en realidad, no se aprecian en nada, eran como el agua y el aceite, blanco y negro, pero ambas eran hijas de Pappa y él las adoraba por igual—Tranquila, pequeña, respira … Dime que pasó…

Todo mi cuerpo se puso en alerta ante la repentina tensión de Pappa mientras hablaba con su hija.

—Eso es imposible Anna… Tu madre me habría dicho si es que Chiara hubiera venido…

Nuevamente, guardo silencio y ante sus palabras el recuerdo del aeropuerto golpeó con más fuerza en mí.

—Voy a averiguar qué está pasando, la encontraré, te lo prometo, te llamaré después. —Dijo y finalmente cortó.

—¿Qué está pasando? —pregunté, incapaz de contenerme ante el nombre de ella.

—Anna dice que Chiara está aquí, en Italia, en L’aquila, que ha venido de intercambio, que ha hablado esta tarde con ella, pero que ahora no le contesta las llamadas o mensajes, que ha visto las redes sociales de una de sus compañeras de internado y que podrían estar de fiesta por el barrio medio.

El barrio medio era el sector más bohemio y con mayor vida nocturna de la ciudad, era parte del territorio de Pappa, pero en realidad era la frontera con los terrenos de Russo, algunos locales nos pertenecían y otros, a ellos.

Y Chiara podría estar en cualquiera de ellos.

—Iré con un grupo a buscar. — Avisé, dejando los documentos que hasta ese segundo sostenía, sobre el escritorio.

—Ve, yo tengo que hablar con Stella — Dijo con una fría tranquilidad, estaba furioso, realmente esperaba que le hiciera pasar un mal rato a su jodida madre, si había sido tan tonta para enviarla sin protección, entonces se merecía la furia de Pappa.

Me encaminé a la puerta de salida.

—¿Dante?

Me detuve y giré hacia él.

—Tráela, así tengas que volar todo el maldito barrio medio. La quiero aquí. Sana y salva. —Ordenó, su dominación hacía imposible, la desobediencia.

—Por supuesto, Pappa.




Cuando entré al séptimo bar de aquella calle, la vi, su melena rubia, su espalda casi desnuda, simplemente adornada por esos ridículos hilos que sostenían escasamente la prenda, su pequeña cintura era el paraje más hermoso que hubiera visto nunca, el sentimiento visceral de posesión fue un puñetazo en el estómago, emoción que casi me cegó en un ataque de ira cuando vi la mano de Flavio Russo sobre su codo.

Le cortaría la maldita mano. Tal vez no hoy, ni mañana, pero lo haría.

Casi la besé cuando nuestros ojos finalmente se encontraron y aquel bendito desafío en ellos encendió su mirada.

Si…

Ahí estaba, mi propia Donna, la única mujer que se atrevería a mirarme así, sin miedo, sin control…

Y por mucho que deseara mandar todo al carajo y llevármela a mi propio apartamento en el centro, tenía trabajo que hacer, tenía que asegurarme que su identidad siguiera en el anonimato, tenía que protegerla, por ella, por Pappa.

—Me has arruinado la fiesta Pinalli. — Dijo Flavio una vez que Rodrigo ya la había sacado de ahí — Las Americanas eran nuestras.

—Conoces las reglas, Russo — Aclaré manteniendo la postura tranquila, él bebió el resto de su botellín de un solo trago — El personal médico de la ciudad queda completamente fuera de nuestros conflictos e influencia.

—No buscábamos conflictos, no todo gira en torno a ustedes. —Señaló con desdén. —Tenemos una vida y necesidades.

—Me importa una mierda la posible asquerosa vida que puedas tener y aún menos tus necesidades Flavio, —Le aclaré manteniendo el mismo tono, él me fulminó, apretó el puño alrededor del botellín vacío y escuché el vidrio crujir en su mano — Este local es nuestro y las reglas existen por una razón. No creo que a Antonio le guste saber que estás jugando. No así.

Su ira se volvió casi tangible al escuchar el nombre de su padre.

—No hemos hecho nada. —Masculló con los dientes apretados.

—Porque te he detenido. La próxima vez, no seré tan civilizado —Advertí sin alterarme, incluso si aún estaba considerando cortarle la mano con que la había tocado. Me acerqué a la barra y le hice un gesto al bartender — Una ronda para los… Invitados. Luego se marchan a casa.

—Por supuesto señor. — Dijo el chico.

—Esto no se quedará así, sabueso. — Advirtió lleno de ira

—Disfruta la fiesta. Flavio. —Respondí antes de salir de ahí.



Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now