34- Palabras no dichas

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No estaba segura de qué rayos me había poseído para ponerme de rodillas y haberle hecho semejante oral a Dante. Pero sinceramente, no me importaba, había disfrutado de cada segundo, el poder de haberlo tenido así de vulnerable había sido… Embriagador.

Y quería más.

Me alejé de él para dejar que se vistiera, volví a la cocina y terminé mis tostadas antes de que el hambre, me convenciera de buscar saciedad en otras actividades. Dante apareció a pocos minutos después y se apoyó al otro lado del mesón.

— Pappa quiere que seas entrenada. — Soltó sin más. Detuve mi mano a medio camino de mi boca.

¿Por eso se había ido? ¿Para tener una reunión sobre mí, sin mí?

— Y supongo que ninguno, consideró propicio, pedir mi opinión. — No pude evitarlo, lo fulminé. Sabía que Dante solo obedecía órdenes, pero también estaba segura de que Pappa lo escuchaba, le daba el beneficio de la duda.

Dante me observó con la misma tranquilidad fría, pero estaba segura de que un poco de diversión bailaba en sus ojos. Eso me enfureció

— Por supuesto, ni siquiera lo pensaron. Lo pensaste. — Acusé, dejando la tostada con sorda en el plato.

— No es común pedir la opinión de…

— Una mujer, una persona bajo su jerarquía. Lo sé. — lo interrumpí — No importa. Gracias por reiterarme que estoy tomando la decisión correcta.

Una parte aplastada por la indignación que sentía, sabía que estaba siendo injusta con Dante. Pero, al mismo no tiempo, no iba tan lejos de la realidad. Dante sería Capo algún día y entonces, él sería quien ignorase mi opinión.

Me apresuré para rodear la isla y poder tomar mi móvil, más que dispuesta a tomar un jodido taxi.

Su mano firme encontró mi muñeca y me detuvo haciéndome girar para encontrarme de frente con su poderoso pecho. Traté de alejarme, pero su agarre en mi cintura debía ser más fuerte que el granito.

— No siempre será así. — Dijo entonces, una risa irónica escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla, una de sus manos llegó a mi mentón y me obligó a mirarlo — No quiero, ni busco tu obediencia, Chiara. Sé quién eres, jamás esperaría menos que me dieras todas las malditas opiniones, que se te vinieran en gana.

La certeza en su voz calmó mis instintos y me convenció, en parte, de dejar de luchar contra su agarré y poder tomar distancia, tiré para soltar mi mentón, él me lo permitió.

No estaba segura de si podía creerle.

O si quería creerle.

Pero por aquel segundo, le di el beneficio de la duda.

— ¿Por qué tengo que entrenarme? — Pregunté, consciente, que de cierta forma estaba cediendo. Por ahora.

— Pappa cree que Russo puede estar al tanto de tu identidad y la de tu hermana. Si bien, serían demasiado estúpidos el tratar de acercarse en nuestro territorio, es preferible ser precavidos y que puedas defenderte — Explicó Dante.

— Ayer, Flavio no parecía saber nada. — dije, negando con la cabeza, me ponía nerviosa el pensar que aquellos dementes pudieran conocer nuestros nombres y rostros.  Mi único consuelo es que al menos Anna, estaba a miles de kilómetros de distancia y si conocía a Pappa, se encontraba completamente segura.

— Probablemente, ayer, cuando hablaste con él, no sabía nada, pero luego hiciste un buen espectáculo en la carretera, no hay que ser un genio para unir algunos hilos, hacer un par de búsquedas en internet y ya. — Explicó Dante con la misma calma fría, pero podía ver la rabia sembrándose a fuego lento en su mirada. .

Me debatí unos segundos entre entrar en pánico y reflexionar con claridad. Nunca he sido buena para entrar en pánico…

— Vale, pero después de mis turnos, no interferirán con mi trabajo o asuntos personales, me niego a vivir escondida y asustada por el hermano de un psicópata y su repentino interés. — Zanjé y le mantuve la mirada a Dante.

Una perezosa sonrisa se dibujó en sus labios.

Joder…

Dante casi no sonreía y al verlo, sentí que se me cerraban las vías respiratorias, un hoyuelo en su mejilla izquierda, apareció de repente. Burlón. Sensual.

El suave calor se instaló en mi vientre. Dante normalmente era sexy, ardiente. Ahora era… Hermoso.

Su sonrisa cayó un poco y sus nudillos acariciaron mi mejilla suavemente, sus ojos brillaron mientras nos observamos, cómo si nos miráramos, pero de verdad, por primera vez.

Dante rompió el hechizo, pero su voz se había engrosado un par de octavas.

— A Pappa no le gustará esa respuesta. Quiere mantenerte a salvo, el hospital no está dentro de nuestro territorio, no puede protegerte correctamente ahí…— Explicó.

— Una lástima…

No había una sola gota de sinceridad en mi tono.

—Strega…— (Bruja) Gruñó suavemente.

Mordí uno de sus dedos que jugaba en mi rostro, cerca de mi boca.

Él siseó.

Me soltó rápidamente y dio un paso atrás. Como si mi cercanía le quemara.

— Haré una llamada. Saldremos en cinco minutos. — Dijo finalmente antes de dirigirse nuevamente al interior del dormitorio principal.


Yo me dediqué a levantar la mesa y lavar los platos mientras Dante volvía, cuando lo hizo, estaba lista para salir. Esta vez no se molestó en disimular, tomó mi mano en el minuto que entramos en el ascensor, para bajar directamente, hasta el estacionamiento del edificio.

— ¿Dónde vamos a entrenar? — Pregunté mientras me abrochaba el cinturón de seguridad, ya había supuesto que a eso nos dirigimos ahora.

Mi único día libre entre los próximos turnos que tendría y lo pasaría siendo un saco de box.

El jodido karma era una perra. 

— Dónde entrena cada miembro de la “Familiglia” claro, — Dijo Dante encendiendo el motor.

—¿El gimnasio? ¿ESE…Gimnasio? — Pregunté mientras Dante tomaba el camino principal fuera del edificio.

Pappa había construido, junto al padre de Dante, un enorme Gimnasio entre ambas propiedades, cuando éramos pequeños, nos colábamos en la azotea de la casa de Dante para mirar al otro lado de los muros.
Pappa era fuerte y exigía lo mismo de sus hombres, sus tenientes, tenían que entrenar directamente con él, al menos una vez por semana, y de chicos, tratábamos de presenciar aquellos entrenamientos.

Siempre éramos descubiertos por la madre de Dante y obligados a bajar de la azotea.

La comisura de los labios de Dante se curvó, suavemente hacia arriba.

— Ahora no necesitarás espiar desde el tejado. Pappa te ha dado acceso a todo el complejo. — señaló y una pequeña emoción se instaló en el centro de mi abdomen. — Sobre eso, necesito saber, además de armas, ¿Has tenido otro tipo de entrenamiento?

Dejé que la sonrisa más inocente que pude conjurar, adornara mi rostro.

— ¿Cuáles armas? — Pregunté y Dante me fulminó con la mirada. — No sé de lo que estás hablando.

Dante pasó el resto del camino tratando de socavarme información, el pobre no estaba al tanto que yo, era experta en evadir preguntas que no tenía intención de responder.

Así que, cuando detuvo el motor en el estacionamiento del complejo, estaba, indudablemente, muy cabreado.

Criada por la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora