31- Promesa

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Me quedé observando aquellos felinos verdes que me miraban con tanta intriga, pero no pude con el peso de ellos, así que desvié mi atención a otra cosa aún más interesante, los tatuajes en el torso de Dante, un diseño de curvas y enredaderas entre sí, los tatuajes de su lealtad hacia la “Famiglia” y algunas púas que se enredaban en su pectoral izquierdo, deslicé mis dedos trazando suavemente el camino sobre ellas, el cuerpo de Dante se tensó bajo mi tacto.

No pude evitar cuánto me gustaba que reaccionara ante mí.

— Yo jamás seré como mi madre…

—Gracias al cielo. — Me interrumpió él y le fulminé con la mirada. No sé inmutó.

—Lo que quiero decir, es que ese nivel de devolución, de sumisión… Lo que vimos… Jamás podría darte algo así. — Expliqué — Nunca me someteré de esa forma…

Él detuvo mi mano tomándola con una inquietante suavidad con la suya.

— Jamás he querido o pedido eso de ti. — Aclaró.

— Te convertirás en Capo. Esperar eso de tu esposa, es lo mínimo — Dije manteniéndole la mirada.

La curva de su labio se movió hacia arriba y sus ojos brillaron con algo que podría definirse como posesividad y diversión.

—¿Ya piensas en nuestra boda? — Dijo en un tono ronco — Elige la fecha y es tuya.

A pesar del traspié que dio mi estúpido corazón y el calor en mis mejillas. Me las ingenié para soltar un suspiro frustrado.

—¿Solo escuchas lo que quieres? — Espeté

— Solo lo importante — Me corrigió con la misma expresión. Su mano soltó la mía y sus dedos se enredaron en mi cabello, peinando suavemente — ¿Por qué quieres marcharte?

Sus ojos no habían dejado los míos y barajé el millón de cosas que podría decir, las mentiras que saldrían fáciles y tranquilas de mi boca. Pero ese, era Dante. El amigo que, en realidad, nunca me había rechazado y el hombre que seguía ahí, ahora en mi cama, o en realidad, la suya.

— Vine a Italia buscando no solo la verdad sobre mí… ascendencia, sino también, un poco de libertad.

—De tu madre. — No era una pregunta. Él entendió.

—Sí, de mi madre. Ahora ya tengo la verdad que quería, aunque no me haya gustado del todo. Es la verdad, son hechos — concluí, — Pero además, no salí de una jaula para entrar a otra. Quiero mi libertad, ir a un lugar donde nadie me conozca, ni a mí, ni a mi familia. Decidir sobre mi vida y vivirla como me plazca.

Dante abrió la boca para decir algo y luego la cerró. Ambos sabíamos, sin tener que expresarlo en palabras, que una vida a su lado traía un montón de responsabilidad y una posición en la que nunca. Jamás, podría ser realmente libre. Me convertiría en un blanco de sus enemigos, no podría ejercer libremente mi profesión y tendría que andar de un lado para otro con una considerable escolta.

—A si qué, te vas. — concluyó y vi con un profundo horror, como el hielo cubría sus ojos otra vez.

En un movimiento demasiado rápido, demasiado letalmente fluido, se levantó de la cama, sin dejarme responder, incluso si no sabía qué decir, me habría gustado no dejar las cosas así…

Pero cuando me senté en la cama, la puerta del cuarto de baño ya se había cerrado a su espalda. 



Traté de no pensar en lo que acaba de pasar, en la forma en que sus ojos se nublaron por el frío, o la decepción que los cruzó solo una milésima de segundo antes.

Pero me fue imposible, así que, mientras el agua de la ducha seguía sonando, me puse de pie, busqué en el cuarto de closet de Dante hasta encontrar una camiseta negra, sin mangas que pobremente me cubría el trasero, pero serviría, fui hasta la cocina y comencé a preparar el desayuno, tostadas, huevos, café para él y jugo de naranja para mí.

Cuando había dispuesto todo en la isla que separaba la cocina de la sala, Dante apareció, salió de su habitación ya vestido, pantalones negros, camisa del mismo color y la chaqueta bajo el brazo, se veía igual de letalmente hermoso que siempre, llevaba sus gafas, jodidas gafas …

Comenzaba a creer que había desarrollado un fetiche personal respecto a ellas. Pero lo que me quitó el aliento no fue nada de toda su maravillosa imagen, sino la mirada penetrante e intensa en sus ojos, lanzó la chaqueta sobre uno de los taburetes y antes de que pudiera alejarme de aquel depredador, su mano envolvió mi cintura y me levantó para sentarme sobre el mesón. A solo centímetro de las tostadas. Me quedé sin aliento cuando su boca chocó con la mía y todo mi cuerpo se tensó solo para volverse arcilla, segundos después, cuando su dominio doblegó el mío y mi lengua cedió a sus exigencias, las manos de Dante abrieron mis rodillas y se puso entre ellas, solo para subirlas hasta mis muslos y apretarme más contra él, bebió mi gemido contra su boca como si fuera su mayor deleite y un gruñido de satisfacción erizó mi piel, deliciosamente, cuando nuestros cuerpos quedaron alineados en todos los puntos interesantes. Su boca implacable no soltó la mía hasta que me había arrancado dos gemidos más y la prueba de su propia excitación presionaba contra mi núcleo sensible. Solo entonces, entre cortos jadeos, separó nuestras bocas.

— Dices que te vas a ir, bien. — soltó bruscamente antes de que pudiera terminar de hacer funcionar mis neuronas — Pero me reservo el derecho de hacerte dudar. Nadie te está amarrando aquí, a mi lado, es una opción, una que quiero que consideres.

—Dante…

—No he terminado. Cállate la boca, Chiara. — entrecerré mis ojos en una silenciosa advertencia, él me ignoró. Por supuesto. — Y después de dieciséis años esperando por esto… No pienso privarnos de ello. Después de que haya acabado contigo, te reto a que trates de irte.

Era doctora. Ser competitiva era parte del currículum.

—Te tienes demasiada fé, Pinalli. — le gruñí, pero la diversión bailó en su mirada penetrante, incluso cuando su expresión seguía siendo del maldito póker.

—Cuando termine contigo…— Repitió —Tu cuerpo me reconocerá a un nivel tan primario, que bastará con que te miré para que te mojes para mí. — Su voz se había enronquecido y… Dios mío… mi centro palpitaba y mis dedos de los pies, se curvaron, sus manos se apretaron en mi carne, tuve que morderme el labio inferior para no soltar el pequeño gemido que quiso rasgar mi garganta — Incluso si te vas, no podrás encontrar a alguien que te haga sentir como yo lo haré, nadie te va a satisfacer cómo yo lo haré, tus gemidos, tu humedad, tu piel, cada una de tus deliciosas reacciones, me pertenecerá.

Tragué con dureza luego de que un pequeño estremecimiento me recorriera, él lo sintió y la sonrisa breve que cursó su rostro, no era nada menos que decadencia letal.

Había tal férrea determinación en sus palabras, en su mirada que…

Dios santo, le creí.

Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now