57- Un hogar

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En algún momento del viaje junto a Dante, me quedé dormida, el largo turno y la agotadora experiencia que habíamos vivido en la condenada fiesta, solo terminaron por acabar con mis fuerzas de una forma abrupta, en y cuanto estuve en la tranquilidad de la seguridad de Dante, mi mente simplemente se apagó. No sé cuanto tiempo había dormido, pero al abrir los ojos, el camino estaba completamente oscurecido, habíamos salido de la carretera, me di cuenta también, que mi, ahora prometido, atravesaba un extenso camino de tierra entre altos árboles, afuera no se veía más que la oscuridad salvaje.

— ¿Cuánto dormí? ¿Dónde estamos? — Pregunté estirándome un poco en el asiento, llevé mis manos hasta mi cabello y comencé a deshacer el peinado, no acostumbraba a llevar trenzas y la rigidez del peinado ya dolía en mi cuero cabelludo.

— Dormiste poco menos de una hora, estamos en Borgo San Pietro… — Estaba por volver a inquirirle por qué demonios me había traído a un sector tan remoto, cuando, frente a nosotros, el camino se abrió y en una extensa planicie, una hermosa cabaña de dos pisos se levantó ante pocos metros, era hermosa, en madera y piedra, era una casa preciosa y por alrededor, señalando el camino, pequeñas lámparas en el suelo alumbraban, la Luna llena reflejaba en lo alto y más allá podía ver que cortaba el cerro. — Benvenuto a casa…

Me quedé completamente pasmada mirando la casa, era simplemente hermosa, campestre y rústica, un lugar de cuento de hadas. Detrás de las finas cortinas se veían las luces encendidas y la chimenea, corría una brisa fría, pero no era suficiente para encenderla, aun así, no pude evitar imaginarme lo maravilloso que debía de ser en invierno. Cuando el coche se detuvo, yo ya había abierto la puerta y me bajé mientras me quitaba los zapatos, los tiré sin contemplaciones al asiento del coche antes de girarme para poder apreciar con claridad, la estructura era tan sencilla, vigas de madera, ventanas del mismo material, pero las paredes revestidas en piedra y aunque no había estado nunca en aquel lugar, me recordaba a algo, no podía estar segura de qué, sentía el recuerdo ahí mismo, justo detrás de mis parpados, cada rincón era como sacado de una revista, un libro, un cuento…

Dejé de respirar.

— “Ricitos…

— Y los tres osos…”— Los enormes brazos de Dante me rodearon por los hombros, su mentón se apoyó sobre mi cabeza, era una versión más grande, más lujosa, pero el esqueleto, el diseño, era sumamente similar al dibujo que estaba en mi cuento infantil. Cerré mis ojos y luché contra el inesperado nudo en mi garganta y el ardor de las lágrimas.

Cuando era pequeña, era constantemente parte de los cotilleos de los adultos debido a las circunstancias sobre mi nacimiento, había aprendido a ignorarlo, pero hubo un día que el comentario fue particularmente cruel. Una de las mucamas conversaba en el pasillo mientras coqueteaba con uno de los soldados de Pappa, ella le decía que la dejara ir, que tenía que ir por nosotras, para arreglarnos para la cena, el soldado entre risas y caricias juguetonas le respondió; “Tal vez deberías perderlas de vista, dejar que se las lleven de una vez, así a Pappa no se le pasará por la cabeza dejarlas en esta casa, su asquerosa sangre está contaminada, solo harán daño y causaran dolor.” La mucama rió y siguió con su ferviente coqueteo, recuerdo haberme escabullido para luego esconderme en uno de los cuartos antiguos de la casa, a llorar. Dante, que siempre, de alguna maldita manera, sabía lo que estaba mal conmigo, llegó con el cuento de Ricitos de oro y los tres osos del brazo, casi sin mirarme, se sentó a mi lado en el suelo y comenzó a leer en voz alta.

Gracias a él comprendí que el que nos hubieran adoptado no significaba que mi sangre estuviera contaminada o que no tuviera familia, sí que tenía, el enorme Papá oso era Pappa y la famiglia eran el resto.

También se había convertido en mi fábula favorita.

— ¿Es tuya? — Sentía que me temblaba la voz, pero frente a aquella muestra de aprecio, tan vulnerable, no tenía ganas de levantar ninguna careta, ninguna armadura, solo era yo.

— Mía, nuestra. Semántica. — Dijo como si fuera algo completamente mundano, no como si hubiera tomado la mayor de mis vulnerabilidades, mi mayor inseguridad y la hubiera convertido en un hogar, en su propia versión de adoración.

— ¿Por qué?

— Para que nunca olvides, no importa de donde vengas o donde hayas estado, ricitos, nos pertenecemos. Este es nuestro hogar. — Sus palabras eran casi suaves susurros, pero la seguridad y feracidad en ellas tronó en mi corazón. — Vamos adentro.

Dante me dió un suave beso en el cabello antes de tomarme la mano y llevarme al interior, la madera crujió suavemente bajo nuestros pies, como si nos estuviera dando la bienvenida, la sala tenía una mesa de comedor y un vello sofá tipo L que quedaba justo frente a la chimenea, sobre aquella misma pared estaba repleto de libros, no me detuve a leer los tomos o sus nombres, pero por supuesto que lo haría, por la mañana. A la izquierda del espacio estaba la cocina abierta, el espacio era separado solo por una mesa de barra con un par de taburetes de madera. También, una puerta que pude ver al estar abierta, era un pequeño baño, y al fondo estaban las escaleras para ir hasta la segunda planta. En el fondo del salón, a un costado del sofá, había un enorme ventanal que estaba cubierto por un par de cortinas color cobrizo. Me acerqué al perchero detrás de la puerta y me quité la capa negra, me giré para encontrar la mirada ferviente e intensa de Dante. Tragué con algo de dificultad.

— Entonces, arriba deben estar las habitaciones… — Dante asintió — ¿Me pasearás por las tres camas? ¿Para ver si lo prefiero, duro, suave o un término medio?

Su mirada brilló con picardía y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba muy lentamente. Casi me atraganté con un gemido cuando entendí el peligro de sus ojos.

— No te gusta, ni suave, ni a medias tintas, Piccola mia…

Dante se acercó a mí como el depredador que era y con su mano en mi nuca me jaló hacia él, levanté mi cabeza, buscando su boca, pero lo único que obtuve fue un agresivo mordisco en el labio inferior, saboreé el metal en mi boca y apreté los muslos al sentir como el dolor incendiaba mi piel, mi deseo, la necesidad que poco a poco comenzaba a anidarse en el centro de mi vientre. La mano libre de Dante se encaminó entre los pliegues de mi vestido, mi piel dolía en la necesidad de su cercanía, pero aun así, no me tocó, se las arregló para continuar el camino de su mano hasta la correa donde descansaba mi Daga, un peso consolador que comenzaba a reconocer y normalizar. Sacó el arma de la funda y la levantó para observarla, su mirada me encontró con pura intensidad. Sonreí con suficiencia.

— Esto es mío.

—¿Lo es? — la más pura fingida inocencia. — La encontré en casa de Pappa.

— Más específicamente, en mi cuarto, en mi armario…

— Mmm…

No lo ví venir, la respiración se me cortó en una aspiración audible y mi pecho tronó, latiendo a mil por hora, mezclándose en mis oídos con el sonido de la tela, rasgarse a la mitad, desde el centro de mi escote hasta la abertura de la pierna derecha. La tela cayó en un charco a mi alrededor y el repentino frío acaricio mi intimidad ya humedecida.

—Adoraba ese vestido…— Logré hablar en un suspiro. Dante volvió a poner la daga curva en su funda. Retrocedió un paso para observarme, su mirada fue la de un chico al ver su primera mujer desnuda, un náufrago hambriento, cada músculo de su cuerpo estaba tenso, listo para saltar. — Dante. 

Una súplica, una petición, una exigencia.

— ¿Qué puedo hacer por usted, madam? — Su voz era un trueno ronco, una fuerza a penas contenida.

— Llévame arriba. Ahora.

Criada por la mafiaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang