12- La falta de sueño puede causar, crueldad desmedida

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Se hizo un pesado silencio en la cocina, hasta aquel segundo, no me había dado cuenta de que Ginno se había marchado. Pappa me golpeaba con la mirada, yo la había bajado antes de terminar de hablar y no me atrevía a levantarla sin delatar mis ojos cristalizados, mis palabras me dolían, escocían en las heridas que nunca habían sanado, el vacío, la ausencia y la culpa eran algo que había permanecido en mi pecho, enterrado, inamovible, como una molesta astilla en el dedo meñique del pie, pero más doloroso. Tal vez infectada.

—Princesa…—Su voz sonó casi rota, afectada, como si un millón de palabras estuvieran detrás de la pronunciación de mi simple nombre.

Huí, no era lo suficientemente valiente para afrontar esa conversación.

—Me voy a la cama. He tenido un turno agotador. —Solté poniéndome de pie, atravesé la cocina a toda velocidad dispuesta a correr escaleras arriba, pero una enorme dureza me detuvo de frente, chocando mi coronilla, el impacto dolió y me mareó, probablemente me habría caído sobre mi trasero de no ser por la fuerza del agarre en mi cintura. Apreté los ojos unos segundos antes de levantar la mirada.

Verde… Felinamente verde.

—Deberías mirar por dónde caminas. —Soltó él.

JO. Di.DO. Dante.

Me solté de su agarré y le fulminé.

—Y tú deberías dejar de meterte en mi camino.— tenía los dientes apretados.

—¿Cómo puedes atender pacientes si no tienes una pizca de amabilidad o buenos modales? —Preguntó en aquel jodido tono de superioridad fría.

—¿Cómo puedes cuidar de Pappa cuando ya has fallado en cuidar de alguien? Cualquiera pensaría que te queda mejor el trabajo administrativo. Al menos ahí no pones en riesgo a nadie.

—¡Chiara! — la reprimenda furiosa de Pappa llegó desde mi espalda. Dante me fulminó con la mirada, su mandíbula tan tensa que me sorprendió que no se quebrara algún diente.

No me quedé para escuchar más, o hacer frente a lo perra que podría haber sido, a esas alturas, ya tenía dolor de cabeza y un humor de los mil demonios. Pasé junto a Dante, sin mirarlo, sin tocarlo y corrí escaleras arriba.

Mañana, me prometí a mí misma, mañana me preocuparía por las consecuencias.


Pero por supuesto, las cosas casi nunca salían como quería, así que, pasadas las once de la noche, desperté en medio de la oscuridad de mi habitación, sintiéndome como la maldita que había sido, suspiré frustrada y me levanté, sabiendo que mi condenada consciencia no me dejaría dormir hasta que le pidiera disculpas al jodido de Dante.

Sabía que lo que nos había pasado hace más de diez años no había sido su culpa, que se había llevado la peor parte, lo habían golpeado hasta quedar inconsciente solo minutos antes de que la gente de Pappa irrumpiera en el lugar y viniera por nosotros, me había cuidado y defendido siendo solo un niño…

Y yo, le había dicho todas esas estupideces que, por lo demás, no sentía, solo lo dije porque estaba enfurecida.

No me moleste en vestirme, salí de mi habitación en pijama, con mis felpudas pantuflas de color rosa, no tenía idea en dónde estaba la habitación de Dante o siquiera, si es que vivía ahí, pero tenía que intentarlo, así que fui directamente con la persona que sabía absolutamente todo lo que sucedía en aquella casa. Ginno.

Él estaba en la cocina, guardando lo que parecían las sobras de la cena. En cuanto notó mi presencia sonrió al otro lado de la cocina.

—Pequeña Chiara, ¿tienes apetito nocturno? —Preguntó sin detener su labor.

—No, realmente — dije con la mueca en los labios— En realidad, me gustaría saber si… Si Dante sigue por aquí…

—Oh…—Entonces detuvo su actuar y se giró completamente hacia mí — ¿Por qué lo buscas?

—Tengo… Algo que decirle antes de irme a la cama — dije sin ánimos de explicar más, afortunadamente, Ginno, con diversión en sus ojos, asintió y no continuó con el interrogatorio.

—Durante días laborales se queda aquí, los fines de semana va a casa —Explicó — Es la tercera habitación a la derecha en la tercera planta.

—Gracias — Dije lo más tranquila que pude, aunque sin entender bien por qué, me sentía nerviosa, cómo quien se mete dónde no debe.

—De nada, cariño, buenas noches. —Dijo él y yo balbuce alguna despedida antes de salir de la cocina.

Seguí sus instrucciones hasta la tercera planta, encontré la puerta asignada y levanté mi mano para tocar, pero se me habían congelado los nudillos, tragué en seco.

¿Por qué estaba tan nerviosa?

No es como si estuviera visitando a mi novio a hurtadillas…

—Mierda… —susurré para mí misma, era una mujer orgullosa y no estaba acostumbrada a cometer errores, durante todos los años en Estados Unidos me había contenido a mí misma, tratando de enmendar mis errores, ser “perfecta”, tenía calificaciones de excelencia, había bajado la cabeza cada vez que era reprendida y no me había metido en problemas hasta … Bueno, hasta el incidente en el hospital. Pero una vez que subí al avión de vuelta aquí, me prometí a mí misma dejar de contenerme, vivir según lo que quería, cuando quería y ciertamente era liberador, ya no me sentía tensa todo el tiempo, alerta, ahora podía respirar, pero Dante…

Él me ponía de los nervios de la misma forma que estaba antes, pero a la vez, de una manera muy diferente, tampoco podía contener mi humor con él, no es que lo haya intentado, pero aun así, no podía.

Solté el aire de los pulmones y toqué.

Pasaron algunos segundos hasta que la puerta se abrió y cuando así fue, sentí que se me secaba la boca y se me encendía la piel…

Dante… Él estaba ahí, con solo un pantalón de chándal que colgaba pecaminosamente de sus caderas, a torso descubierto, el cabello aún húmedo y… Usaba gafas.

¿Cómo demonios podía verse aún mejor con gafas?

Pero así era, los mechones largos caían suavemente sobre los vidrios, tal cual como lo recordaba, sentí que se me fundían las neuronas…

¿A qué demonios había venido?

A ver sus increíbles abdominales no, pero bueno, no me estaba quejando…

—¿Chiara? —Preguntó él y su voz sonó suavemente más ronca y profunda, me gustaba como sonaba en sus labios, era íntimo…

Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now