7- A casa

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Dante… Lo sabía de manera tan visceral que fue un puñetazo en mis entrañas, no llevaba gafas y aunque había crecido exponencialmente, convirtiéndose en un hombre… Hermoso, sobre el metro ochenta, mandíbula cuadrada y hombros enormes, su perfil, sus ojos verdes, felinos, seguían ahí. Era él. No necesitaba preguntarlo, casi di un paso hacia él.

Pero entonces, el entendimiento fue otra bofetada,

Si Dante estaba ahí, los hombres que venían con el mismo aire violento detrás de él… Todos eran parte de la mafia.

¡Maldita sea! Teníamos que salir de ahí.

—Tranquilo sabueso Pinalli, solo nos estamos divirtiendo.— Dijo el aludido como Flavio…

Flavio, no podía ser ESE Flavio …. ¿Cierto?

—¿Qué demonios están diciendo? —me susurró Jenny casi al oído, sacándome de mi estupor, la miré desconcertada, no porque me estuviera haciendo la idiota, sino porque olvide por un segundo que ellas no podían entenderles. —Tu madre es italiana, ¿No?, Chiara.

Jenny hablaba en voz baja, pero me asustó de igual forma que aquel que sabía era Dante, a mi lado, la hubiera escuchado decir mi nombre. No alcancé a responderle porque “él” habló entonces en inglés, dirigiéndose a mi grupo.

—Siento molestarlas, señoritas, pero me han enviado de la administración. Es hora de que se vayan.— Dijo de una forma tan tajante, tan dura que ninguna de mis amigas, a pesar de su indignación, se atrevió a refutar. — Mis hombres las llevarán a la residencia médica, no pasan taxis a esta hora.

¿Como demonios sabían que veníamos de la residencia médica?

Maldita. Jodida. Sea.

Decidí que era hora de mantener la boca callada y seguir a las chicas. Pero su mano me detuvo, su mano envolvió suavemente mi muñeca y me plantó en mis pies, sentí como el calor de sus largos dedos recorrían cada célula de mi cuerpo, me estremecí suavemente. Se agachó hasta quedar a la altura de mi oído y susurró.

—Tú no, Chiara, tu seguirás a Rodrigo.— Dijo y señaló al enorme hombre de ojos grises que asintió.— Pappa te está esperando.

Su voz era lenta y profunda, dura y ronca, nada comparable con el dulce chico que había jugado conmigo en los jardines de Pappa. Tragué duro y zafé mi muñeca de un jalón. Lo fulminé con la mirada, porque si sabía quien era, entonces no valía la pena fingir. Una sonrisa divertida y cruel se dibujó en sus labios. La misma sonrisa engreída de antaño.

Jodido Dante.

En silencio seguí a mis amigas afuera que fueron separadas en dos coches.

—Chiara, sube.—Dijo Jenny deteniéndose antes de subir. Suspiré y busqué en mi mente alguna escusa. Le hablé solo a ella, en voz baja.

—Es amigo de mi madre, puedes… ¿Guardar el secreto y cubrirme, solo por esta noche? —Pedí.

—¿Son familia? —Preguntó, me tomé un segundo, pero asentí.— ¿Estarás bien?

Suspiré, estaba en más problemas de los que nunca había estado, pero…

—Estaré bien, volveré antes de empezar el nuevo turno.— le aseguré y ella asintió antes de meterse al coche.

Observé como el vehículo se iba calle abajo.

—Por aquí, pequeña Chiara.— Dijo Rodrigo a mi espalda, no lo reconocía, pero reconocía el apodo. Maldito apodo, Pappa había hecho que todos los hombres me llamaran así, porque… Yo era su pequeña princesa Chiara.

—No me llames así.— Exigí fulminándole con la mirada, él asintió y me guio hasta uno de los coches, evalúe la posibilidad de huir, la descarté enseguida, incluso si hubiera la mínima posibilidad de escapar de seis hombres enormes, entrenados y armados, sabían donde me estaba quedando y no los llevaría donde mis amigas creían que estaban seguras. Así que sin más, me metí al jodido coche. 





El paseo en coche fue angustioso, sabía perfectamente a donde me llevaban y cuando las puertas del enorme portón negro se abrieron, pensé que vomitaría, no había querido ir a ahí, joder, estaba completamente decidida a ignorar la presencia de aquella enorme y hermosa casa, por lo que durara mi residencia en el país, y ahora, el coche se detenía entrene a las hermosas puertas dobles de la entrada, la fuente seguía ahí, todo parecía haber sido congelado en el tiempo, los árboles, las flores…

Rodrigo abrió la puerta para que yo saliera y le miré, él me hizo un gesto con la cabeza para que entrara.  Solté el aire en los pulmones lo más lento posible, aún quería vomitar, pero me obligué a cuadrar los hombros y caminar a la entrada, Rodrigo me siguió y abrió la puerta principal para mí.

—Gracias.— Dije débilmente y atravesé como quien va comino al matadero, el recibidor, entonces, por el pasillo lateral, apareció una elegante figura que reconocí al segundo, incapaz de contener mi sonrisa— ¡Ginno!

El hombre entrado en los sesenta, de enorme porte, esbelto y elegante, siempre en su traje me dio una enorme sonrisa.

—Pequeña Chiara…— Dijo con la voz casi rota, corrí a abrazarlo, él, entre risas casi ancianas y graves, me devolvió el abrazo. Ginno era el “mayordomo” de la casa de Pappa, él se encargaba de llevarnos y traernos a la escuela, preparar nuestras meriendas y ayudarnos con los deberes. Tomó mis manos entre las suyas, levemente arrugadas, se me hizo un nudo en la garganta, Ginno, siempre nos había cuidado, nunca nos había decepcionado y sobre todo, seguía en mi mente tan joven como lo recordaba, salvo que ya no era joven, era casi un anciano, incluso si estaba igual de regio y recto.— Estás hecha toda una mujer.

Su mirada dulce hizo que tuviera que hacer un esfuerzo por no derramar una lágrima.

—Ginno.— El tono solícito de Rodrigo nos indicaba que no teníamos más tiempo por ahora. El nombrado suspiro.

—Yo mismo la llevaré con Pappa, puedes volver a tus labores, gracias Rodrigo.— señaló siempre regio y cordial él. Rodrigo hizo una mueca, pero asintió y se marchó. Luego me dirigió una vez más la mirada.— Vamos, estás metida en muchos problemas, pequeña Chiara.

Suspiré y dejé que me guiara por el pasillo lateral, a un lado de las escaleras que llevaban a la segunda planta, al fondo, estaba la oficina de Pappa. Solo tardamos unos pocos segundos y nos detuvimos frente el enorme par de puertas de caoba, las náuseas habían vuelto.

Ginno me dio una mirada.

—Estarás bien.— Dijo en su voz, siempre cansada.— ¿Lista?

NO.

—Sí.— fue casi un susurro, pero él me escuchó y entonces se puso al frente y abrió ambas puertas, dando un paso adelante en su regia postura.

—Pequeña Chiara está aquí, Pappa— Anunció antes de salir nuevamente y me dio un suave empujonsito por la espalda, solté el aire suavemente tratando de controlar el pánico, di un par de pasos adelantes y escuché las puertas cerrarse detrás de mí.


Criada por la mafiaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ