2- 16 años después. Baltimore, Maryland.

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Baltimore Memorial Hospital.


—¡¿Quién demonios crees que eres?! — Apreté la mandíbula y me obligué a bajar la mirada, me repetí una y mil veces. "Compórtate, compórtate, compórtate." — ¡¿Acaso ya te crees residente?! ¡Mamá no te puede ayudar aquí, Martini!

Eso había sido bajo… Pero que zorra.

Doctora William, Cirujana general, doctora de turno en urgencia, aquella noche. Siempre había sabido que no le agradaba, nunca entendí bien por qué, pero tenía una fijación maliciosa con mi madre, bueno, no era la única, ser interna de Cirugía de segundo año no era sencillo, la competencia era cruda, los cirujanos unos hijos de puta exigentes, crueles. Y como si fuera poco, cuando tu madre era la directora general de medicina, de la universidad de Jhons Hopkins. Entonces… Todo se iba al caño, estaba en un escrutinio constante, todos esperaban absoluta perfección de ti, de cada una de mis respuestas, de mis comportamientos.

En fin. Una verdadera mierda.

Levanté la mirada para fulminar a la cirujana, nunca había usado el título de mi madre a beneficio propio, pero aquella vez realmente me había hecho enojar, era la mejor estudiante, la que hacía más horas, tomaba los turnos que nadie quería, me esforzaba el maldito, doble. Si la posición de mi madre podía librarme de eso, entonces bien. Llevaba toda la semana asignada a la doctora Williams en urgencias, y había sido un completo infierno, la doctora no había hecho el mínimo intento en tratarme como nada más que una mísera lacra, me había hecho doblar los turnos y en aquel minuto, llevaba setenta y dos horas sin dormir.

Se me había ido la maldita resiliencia al carajo.

—¡¿Qué?!— Exigió ella cruzando los brazos sobre el pecho.

—La paciente está bien. La medicación asignada fue correcta. Sus signos vitales son esta…

—¡No tenias el puto derecho! —Volvió a gritar — ¡No eres más que una niñata engreída que juega a ser doctora!

—¡Al menos yo si hago mi puto trabajo! — Ella pestañeó pasmada, el piso quedó en silencio, no era extraño ver a un recidente reprender a gritos a sus internos, pero que uno de nosotros tenga los cojones, o la nula inteligencia, como para responderle, era inaudito, inaceptable.

—¿Qué dijiste? …— Su rostro se volvió rojo de ira.

Aquel era el minuto que debía de haberme puesto a rogar. Pero de nuevo, reitero, llevaba setenta y dos horas sin dormir. Claramente, no estaba en mi momento más brillante.

—¡Si no fuera por mí, el paciente se muere!, ¡Si no fuera por mi eficiencia, usted tendría un maldito cadáver en vez de un chico de diecisiete años listo para cirugía! — Le grite extendiendo mis brazos, la gesticulación de mis manos era algo que casi había podido controlar tantos años lejos de mi tierra natal, casi, pero bueno, no existe italiano capaz de contener la gesticulación del todo, pero estando enojados, era… Antinatural. — ¡¿Dónde cojones estaba usted?! ¡Se supone que responda el maldito teléfono!

Ella estaba pasmada, sus manos temblaban de rabia, pero de alguna forma, no parecía creer que le estuviera contestando, lo comprendía, yo tampoco podía entender cómo se me había encendido la sangre.

—¡Lo que yo estuviera…! — No pensaba dejarla continuar.

—¡Me interesa un pepino con quién estaba doctora! ¡Solo pídale al doctor Hernández que no se la folle tan duro! ¡Las neuronas deben dejarle de funcionar, lo suficiente, si no es capaz de contestar el puto teléfono!

Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now