56- Límites

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Podía sentir la mirada de Dante taladrarme la espalda desde la pared opuesta, mientras nos mecíamos suavemente al ritmo de la música.

— Jamás lo había visto ser tan posesivo. — Comentó Flavio, podía escuchar la burla en su voz. Me hizo girar suavemente y su mano se deslizó otros dos centímetros, por mi espalda, más abajo cuando volví a sus brazos

— Sigue moviendo esa mano y te prometo que te la cortaré. — Dije levantando la mirada hacia él.

Su sonrisa socarrona se hizo más grande y un brillo peligroso apareció en sus ojos, Flavio era indiscutiblemente guapo, tenía el cabello ondulado y oscuro, unos ojos igualmente azules que los míos y su tez suavemente bronceada solo le daba mayor atractivo. Sus rasgos masculinos habían llamado la atención de todas las mujeres en el bar en el que habíamos estado la primera semana de residencia, también había llamado mi atención, pero no de la misma forma, la sonrisa de Flavio me ponía nerviosa, inquieta, hacía que todo mi instinto me gritara “Fuera de ahí. Ahora”. Aun así, no dejé que viera cómo me afectaba.

— Te has puesto las garras desde la última vez que nos vimos, bella cugina— (hermosa prima), aquella última palabra no tenía ningún tono fraternal, era ronco y había acercado su rostro peligrosamente cerca.

— Siempre habían estado ahí, no tengo obligación de mostrarte todas mis cartas. — No retrocedí, por mucho que quería correr al otro extremo del jardín. Su mano se apretó en mi cintura y juntos giramos al compás de la música.

Cuando volvió al movimiento suave, Flavio mantuvo su agarre firme como el acero, impidiéndome relajarme o alejarme, aplastaba mis pechos contra su torso y podía sentir lo que, con toda mi alma esperaba que fuera un arma, me daba nauseas sentir aquella dureza contra mi vientre, jamás me había sentido tan asqueada y mantenerle la mirada fulminante, ha sido lo más difícil que he realizado en años.

— ¿Tienes idea de lo que podríamos hacer juntos, cugina? — Preguntó, su tono bajo y sus labios a unos pocos centímetros de los míos. Se me heló la sangre. — Seríamos perfectos, imparables…

No pude evitar pestañear debido a la sorpresa, lo que estaba sugiriendo era…

Retorcido, horrendo, era traición y sacrilegio…

Y sobre todo, era profundamente asqueroso…

— Tenemos la misma sangre. — Fue lo único que se me ocurrió decir. Comencé a sentir como el pánico se deslizaba en sudor frío por mi espalda, mi pecho palpitaba con fuerza dentro de mis costillas y sentía que no podía seguir soportando respirar la asquerosa loción de su perfume. Deslicé mi mano por el pliegue de mi vestido mientras sus labios comenzaban a aprovechar mi desconcierto, para acercarse a mí, su brazo a mi alrededor era hierro, por mucho que trataba de alejarlo con mi mano libre, no lograba un solo centímetro extra entre nosotros.

No… Solo un poco más. Rogué para mi misma.

— Perfectos, hechos el uno para el otro. — Dijo y sentí hechos casi un susurro fantasmal, sobre mis labios, los suyos.

El “clic" que sonó sobre mí, sobre la frente de Flavio, me devolvió la respiración. Su agarre en mi cintura se relajó y di un solo paso atrás. Pero mi primo no estaba mirando el cañón del arma que Dante tenía sobre su frente, sino la cuchilla curva que presionaba sobre su pectoral izquierdo. Perfectamente alineado hacia su corazón.

Dante sujetó suavemente mi cintura mientras retiraba la cuchilla y la guardaba sobre mi muslo, mi pareja siguió el movimiento de reojo sin bajar su arma.

Solo entonces lo noté, el ambiente había enmudecido por completo, ya no sonaba la música o las suaves risas y conversaciones,  una mirada alrededor hizo que casi me echara a temblar, trague con dificultad, todos tenían sus armas alrededor, Pappa caminaba hacia nosotros, nuestros hombres habían salido de todas partes y habían creado en cuestión de segundos, una barrera entre mi familia y el resto. Flavio guardó las manos en sus bolsillos.

— Todavía no es tu mujer, Pinalli. — Dijo Flavio.

— Tienes razón. — Dijo Dante y para mi sorpresa, sacó otra Glock, soltándome un minuto y me la dió, sujeté el arma como si fuera un bisturí, con la misma pericia de manipular algo que has hecho mil veces. Dante guardó su arma. — ¿Quieres dispararle?

Su mirada estaba fija en mí. Quité el seguro y apunté a su maldita y retorcida cabeza. Flavio se tensó y levantó las manos. Nadie se movió a nuestro alrededor.

— Si disparas, será la guerra. — La voz de Antonio sonó fuerte y se posicionó a una distancia prudente de nuestros hombres, detrás de su propia escota. — Eres una doctora, Chiara. No disparas armas.

La burla en su voz realmente me molestó. Disparé desviando solo un centímetro la trayectoria y el jarrón detrás de mi queridísimo primo, explotó.

— ¡Merda! — Exclamó Flavio y Dante a mi lado sonrió.

— Dijiste que no llevabas nada debajo del vestido. — Su voz era un susurro ronco cerca de mi oído

— Dije que no llevaría cosas que debajo de este vestido se marcaría, la daga no queda bajo el vestido, queda bajo los pliegues de la falda. — Señalé manteniendo el mismo volumen.

Los ojos de Dante brillaron peligrosamente y su mirada, bajo unos segundos a mis labios, no pude evitar la sonrisa.

— Strega…

Pappa llegó a nuestro lado y puso su mano sobre mis brazos, bajé obedientemente el arma. Se giró hacia Antonio.

— Chiara está comprometida con Dante, tu hijo ha sobrepasado los límites. Tendría el derecho de cortarle la mano al menos. — Dijo Pappa, y su voz fría, lenta y letal hizo que la temperatura bajara varios grados. Vi a Flavio estremecerse al poco más de metro y medio de distancia. — Qué tu hijo no se vuelva a acercar a mi familia, Antonio, no te daré una maldita segunda advertencia. Esos son mis términos para un acuerdo de paz. Si lo veo cerca de mi hija, a menos de tres metros, le vuelo la cabeza y mis hombres dejarán desparramados sus pedazos por todo tu puto territorio.

La máscara de buen anfitrión de Antonio, cayó. En su lugar, solo había rabia y odio, un muy profundo rencor. No sabía que alguien podía odiar tanto a otra persona hasta que vi aquella noche, a Antonio Russo, él no tenía una competencia “sana” de territorio con Pappa, él lo odiaba desde lo más profundo de su interior.

— A casa. Ahora. — Ordenó nuestra cabeza antes de comenzar a caminar como el rey que era, delante de todos. Nuestros hombres, que no recordaba, fueran tantos, nos rodearon y avanzamos con la cabeza en alto fuera de la propiedad. Dante se apretaba el auricular del oído y daba varias indicaciones, cuando terminamos de atravesar el pasillo de la casa, más hombres y varios coches nos esperaban. Pappa se giró hacia Dante luego de ayudar a subir a mi madre y antes de subir él mismo, se acercó a mí y besó cada una de mis mejillas — No lo pediste, pero siempre ha sido tuyo, eres mi heredera. Ahora y siempre. Lo que has hecho hoy… Estoy orgulloso de ti. — Obligué a mis lágrimas a retroceder, se giró hacia Dante. — Los quiero a ambos mañana para el almuerzo en casa. Tenemos detalles que discutir.

— La cena. — Negoció Dante y no pude evitar reír. Pappa afiló su mirada y un gruñido salió de su pecho. Dante no bajó la mirada.

— Será una cena temprana. — Terminó tranzando Pappa antes de subir a su coche.

Dante me guió hasta su propio coche y me ayudó a subir al asiento del copiloto, dio vuelta al coche y subió a su asiento detrás del volante.

— Hay un lugar al que quiero llevarte. — Dijo de repente, la suave tensión que desprendía, incendió mi curiosidad.

— Vamos.

El motor rugió cuando Dante apretó el acelerador.









Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now