11- Inevitable dolor

41 2 1
                                    

Después de aquel aclaramiento, afortunadamente, no hubo más discusiones sobre la familia y pude proseguir el resto de mi turno en paz. Entrar al quirófano al menos tres veces y pasar corriendo en urgencias de un lado a otro.

El paraíso.

Aun así, después de cuarenta y ocho horas, todo mi agotamiento y buen humor se fue al caño. Afuera del hospital apoyado en un Mercedes negro, esperaba Dante.

Jodido Dante.

En su traje negro, se veía simplemente…

Jodido Dante.

Me mordí la parte interna de mi mejilla hasta sentir el sabor metálico en la lengua. El dolor no aminoró las malditas fantasías que me causaban el utilizar aquella corbata de otras mil formas diferente. Sus ojos encontraron los míos en cuento crucé las puertas del hospital, verdes, tan felinos, tan penetrantes que hizo estragos en zonas sensibles de mi anatomía, lugares que había mantenido dormidos mucho, mucho tiempo.

—Nos vemos el viernes entonces — La voz de Jenny me sacó del trance y me tuve que obligar a apartar la mirada.

—Nos vemos el viernes —Le dediqué una sonrisa, aunque estoy segura de que parecía más una mueca. Se despidió de la mano y siguió su camino, calle abajo.

Solté un profundo suspiro y me acerqué hasta el endemoniado hombre.

—Te ves horrible. — Dijo abriendo la puerta del copiloto para mí.

—Bueno, ya somos dos.— Respondí subiendo al coche, me negué a devolverle la mirada otra vez más. Pero por el rabillo del ojo estoy segura de que vi la comisura de su labio levantarse. Cerró la puerta y dio vuelta para subirse a su sitio. Me apoyé en el asiento cerrando los ojos. A estas alturas debería estar acostumbrada a los turnos largos, pero nunca era así, la falta de sueño siempre me golpeaba con una ola de mal humor siempre al terminar la jornada.

Recorrimos el camino a casa en silencio, yo no volví a abrir los ojos hasta sentir que el motor se apagó. Tomé mi morral del suelo y me dispuse a salir del coche, pero su mano sobre mi nuca, me detuvo. Le miré entonces, fulminante, pero en su rostro había una jodida sonrisa, la misma que me había dado hace dos noches, una que estaba segura hacía desaparecer pantaletas y abrir las piernas de cientos de mujeres.

El pensamiento de Dante con otras mujeres me hizo enfurecer irracional y sorpresivamente. Le mantuve la mirada.

—Suéltame. — ordené, por supuesto, él me ignoró y tuve que apretar la mandíbula cuando su agarre aumento y un gemido amenazó con salir de mi garganta.

Jodido Dante.

— Siento lo de esta mañana, en realidad, me alegra que estés aquí. —Soltó, y estoy segura de que pestañé por el asombro.

—¿Qué?

—Pappa está feliz, él siempre quiso volver a tenerlas, a ti y tu hermana en casa, me alegra verlo de mejor humor. —Aclaró y yo me abofeteé mentalmente por pensar estupideces de una mocosa ilusionada de quince años.

—Sueltame. Ahora— Ordené, esta vez muy tranquilamente, la furia era un plato que sabía cocinar a fuego muy lento.

Ahora fue él quien se vio sorprendido y me soltó casi inmediatamente. No esperé su pregunta o algún comentario más, me bajé del auto lo más rápido posible y azoté la puerta al cerrar. Idiota, me merecía el premio novel a la más grande idiota.



—Pequeña Chiara, debes estar hambrienta y agotada, déjame prepararte algo…—  Ginno me interceptó en mi iracundo camino hacia las escaleras. Quería decir que no, pero mis tripas sonaron en respuesta, solté un suspiro y asentí para seguirlo a la cocina, no había comido nada desde el café a medias de aquella mañana entre un paciente y otro. Escasez de personal.

Criada por la mafiaWhere stories live. Discover now