Betania, Fred y yo quedamos en vernos antes de las tres del atardecer. Me informan que acaba de salir dos autos del estacionamiento donde todo un enjambre se reúne. Faltando poco para el ataque, repaso la calle y me quedo mirando la portezuela de atrás que está revestida de metal. Riño un poco con la gruesa cadena de candado.

Hago una llamada rápida y me instalo dentro del auto que está estacionada a una manzana. Inhalo profundamente y los preparo a todos. Muestro cifras muy considerables y recopilo toda la información. Hago alusión a nuestro escuadrón que ha liderado años en la lista negra de la dinastía austriaca.

—Tienes diez minutos para prepararte —me dirijo a Fred.

—Ya casi está listo.

Prepara los equipos especiales para la gente que nos rodea en el asiento de atrás, ya que estos son de mayor utilidad y eso es algo que él ha aprendido en la granja de su padre cuando iban de cacería. Poco después, trato de poner mi parte al ver cómo le va a Betania quien está en el asiento del piloto apuntando las bases que ya toca hacer.

—¿Cómo vas con eso?

—¡Tranquilo vaquero! Que todo va bien —Betania muestra su entusiasmo a pesar de todo. Desde nuestra última conversación.

—Saldrá todo como lo planeamos —digo decidido.

—Si tú lo dices.

Y eso es justo lo que quería saber. Mi gesto la pone en evidencia, resulta que acaba de hacer su mejor intento.

—¿Sigues molesta?

—No, qué va.

Con un gesto apresurado, guarda el dichoso material en la guantera y se retira un gran mechón de cabello. Con ella hago el más mínimo esfuerzo, pero parece complicarse más de lo debido y eso es justo lo que me merezco.

—Ya está listo —Fred nos concede una sonrisa alegrona.

—Bien, bajemos —pongo mi mejor cara una vez que cargo el arma de fuego que va por encima de los 9mm. Es la misma que papá me lo acaba de obsequiar.

«Haré mi mejor uso», pienso para mí mismo.

—Espero que no nos atrapen, aun soy joven para morir —dramatiza Fred.

—No es momento para bromas —bufa la de la mirada recriminatoria.

—Solo decía.

—Andando —señalo la salida.

Antes que nada tomo una menuda delantera y miro a todos lados. Golpeo la puerta a empujones a dármelas de líder y un hombre cuarentón aparece a mi derecha haciéndome una ligera reverencia con el ceño. Me dedico a estudiar ilustradamente y con años de preparación. Lo miro por el rabillo del ojo e impongo la orden con una mentalidad estratega.

—Reúne a tus hombres y esperen aquí. No quiero fallos ¿entendido? —le ordeno al tipo que está vestido de negro.

—Como usted diga, señor.

—¡Andando!

Me apresuro a decir, pero a los pocos segundos, se detiene y voltea a verme como si algo realmente le preocupara.

—Señor, antes hay algo que debería saber —Se pone al frente y luce ligeramente cabizbajo.

—Te escucho —procuro ser tolerante.

—Su padre dijo que no actuara todavía por ese lado.

—¿Y yo qué te dije?

De solo mencionarlo, se me atasca el corazón en la caja torácica y los músculos de mis brazos se me tensan. No puedo actuar de forma moderada, mucho menos ser condescendiente. Sugerí ayudarlo en la misión, pero últimamente no hecho caso a su petición.

Rhys Mitchell: El sabor del recuerdo [II] +21 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora