74 - LA ÚLTIMA ESCLAVA

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El disgusto de los aldeanos ya era insostenible

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El disgusto de los aldeanos ya era insostenible. Muchos lloraban frente a sus negocios destruidos en el atentado de las brujas. Los esfuerzos de toda la vida yacían frente a ellos hechos añicos. Otros juntaban los cuerpos de sus familiares esparcidos por las calles.

—Todo por lo que me he sacrificado... está deshecho... —dijo el tabernero arrodillado frente a su local que aún desprendía humo, de las paredes quedaban algunas tablas carbonizadas, del interior solo carbón.

—Tranquilo, querido... —dijo su esposa mientras lo abrazaba por los hombros.

Detrás de ellos una mujer se quejó con furia por el mismo destino que sufrió su negocio. Un poco más allá un anciano aullaba sobre el cadáver de su pequeño nieto. Otro joven pedía ayuda mientras sostenía uno de sus brazos que colgaba de un par de ligamentos.

El tabernero apretó los dientes furioso y se acercó con esa misma emoción hasta el palacio del señor feudal. Unos guardias le cerraron el paso, él se echó hacia atrás pero no pensaba marcharse.

—¡¿Dónde está Formmo?! —rugió embravecido a las ventanas vacías de la vivienda—. ¡¿Por qué no sale a dar la cara?!

—¡Sí! —se sumó una mujer—. ¡¿Dónde está la seguridad que tendríamos con el aumento de impuestos?!

—¡Queremos respuestas! —gritó otro.

En menos de unos minutos toda la calle frente al palacio se llenó con una turba enfurecida que reclamaban la presencia de Ledrick. Los guardias tuvieron que pedir refuerzos para contenerlos.

A varios metros de allí Zanzi cruzó la calle hasta la puerta de Igor. Los fuertes golpes en la entrada fueron respondidos por la esposa del cazador.

—No es un buen momento... —dijo la mujer, pero el rubio la apartó y se metió a la casa.

No lo encontró en la sala y sin ningún tipo de pudor avanzó por el pasillo hasta el dormitorio. Allí estaba Igor, guardaba en enormes sacos de cuero algunas prendas, entre otras pertenencias. Corría desde el armario a los bolsos con gran énfasis. Era obvio que tenía mucha prisa.

—¿Qué haces? —preguntó el joven.

—Oh, Zanzi... —reconoció el hombre—. Eh... Es necesario informar enseguida al señor Ledrick de la situación, iremos con mi mujer en persona a Clapytus para darle el mensaje...

—¿Estás... huyendo? —solo recibió una mirada de vergüenza de reojo—. ¡Maldito cobarde!

—Escucha, muchacho, no sé por qué las brujas han estado tan activas últimamente. Pero no podemos hacer nada contra sus demonios. Si eres inteligente también te irás.

—¡Yo he matado a uno!

—¡¿Y cuando vengan diez?! ¡¿Eh?! ¡¿Cien?!

—Así que al final muestras tu verdadero rostro... no eres más que un cagón...

UN SECRETO EN EL BOSQUEWhere stories live. Discover now