67 - MÉTODOS OCULTOS

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La gran jefa estaba sentada en su sillón

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La gran jefa estaba sentada en su sillón. Con una mano pasaba las páginas de un libro apoyado en su regazo y con el muñón, que ya tenía algunos dedos deformes, acarició el pelaje del venado. Solo él, ella misma y su diario, conocían todas las penurias que pasaron juntos. Los vínculos se forjan en la felicidad, pero se fortalecen en la desgracia. Y el de ellos trascendía cualquier imposición pagana. Antina siempre ha sido acusada de soberbia al prescindir de su demonio para luchar, pero el motivo verdadero de esa decisión es mucho más profundo. Pues el cariño por ese animal la obliga a mantenerlo fuera de peligro. Algo que, por supuesto, solo es posible gracias a su abrumadora fuerza.

Mientras antiguas memorias removían los oxidados engranajes de su corazón llamaron a la puerta con fuertes golpes, "¡Alfa, Alfa!", gritaron desde afuera. La anciana devolvió el libro a su estante y con pasos desganados atendió la desesperación. Al abrir se encontró con una imagen devastadora, Yudith sostenía a su hermana mayor cubierta de sangre y el único gato vivo maulló con la misma intensidad que su compañera.

—¡Alfa! ¡Por favor, tiene que ayudarnos!

—¡¿Qué le pasó?! —preguntó la jefa sorprendida.

—Hemos cometido un error... —contestó la joven con Lisa moribunda colgada de su hombro—. Asumiremos el castigo que usted disponga, pero no deje morir a mi hermana...

Recostaron a la herida sobre el suelo, el venado se acercó pensando que se trataba de alimento y tuvo que ser ahuyentado por su dueña. Lisa entreabrió los ojos, abrumada por el mareo causado por la pérdida de sangre. Con un muy débil contacto buscó las manos de Antina.

—Lo siento mucho, Alfa... tenía razón... Maria, Rhamus, han muerto por mi desobediencia...

—Fueron a Orhin...

—Lo siento... —se interrumpió con una tos que escupió sangre—. Aceptaré cualquier sanción.

—Creo que ya has tenido castigo suficiente —contestó Antina desgarrando el vestido de la joven para descubrir el estómago atravesado, algunas tripas asomaban tímidas por el tajo y hacían el amague de escapar con cada respiración—. Eso se ve muy mal...

—Puede curarla, ¿Verdad? —preguntó Yudith conteniendo la preocupación al borde de sus ojos.

—Mi demonio... —sollozó—. Ya no saldré de aquí...

—No pienses en eso ahora, hermana...

—Ustedes han sido provechosas para mí —dijo Antina acariciando el cabello de la moribunda—. Han hecho un excelente trabajo de investigación y seguido mis órdenes al pie de la letra, descontando este pequeño percance, claro está. No voy a permitirme perder unas seguidoras tan valiosas...

Caminó el antiguo piso de madera hasta el umbral de la entrada. Yudith la siguió por inercia, dispuesta a ayudar en lo que fuera posible. Ambas descendieron los peldaños del pórtico hasta sentir la tierra bajo sus pasos, los mismos que las llevaron hasta el enorme árbol con madera gris en medio del jardín. De sus ramas colgaban unos extraños frutos con el mismo aspecto que un durazno, con la diferencia que el color era de un brillante blanco con pelos oscuros.

UN SECRETO EN EL BOSQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora