65 - EL ÚLTIMO CONSEJO

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El viento movió los cabellos en la cabeza de Lahri, duros por el polvo y la sangre seca

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El viento movió los cabellos en la cabeza de Lahri, duros por el polvo y la sangre seca. A su alrededor la plaza central tenía más movimiento que el cotidiano. Sobre unas extensas mantas repartidas frente a los troncos de la gran hoguera las habitantes se acercaban para dejar objetos a lo que Antina llamó "sustitución de bienes". La comida comenzaba a escasear y todavía faltaban algunos días para realizar el intercambio de esclavas, pero sin la varita no podía acceder a su escondite. Ante esa incertidumbre se le ocurrió este método para prevenir el caos social. Se deshizo por completo del sistema de trueques, en cambio, todas debían entregar sus pertenencias al pozo común y allí las designadas por la Alfa repartirán de manera equitativa para el pueblo. Las susodichas se hallaban en una fila delante de las mantas recibiendo a las brujas que hacían fila para recibir su parte.

—Aquí tienes —dijo sonriendo una de las delegadas al entregar un saco con provisiones. La receptora hizo un gesto serio de agradecimiento y se apartó para que la siguiente en la fila avance. Era una ancianita con largo cabello blanco. Ofreció un puñado enorme de yuyos diversos y esperó a recibir su porción. Al hacerlo, las manos arrugadas y temblorosas abrieron el saco para analizar el contenido—. Debe moverse, señora... retrasa la distribución...

—Pero... —pronunció con voz desgastada por la edad, luego metió la mano dentro de la bolsa y sacó una verdura naranja—. Solo hay una zanahoria...

—Claro. Todos los bolsones contienen lo mismo, es igual para todas —respondió la burocrata—. Por favor, deje pasar a la siguiente.

—Pero...

—¡¿Qué le pasa?! —preguntó con prepotencia.

—Es que yo siempre intercambio mis yuyos por más zanahorias, al menos diez o quince, las necesito para mi vista.

—Pues es lo que te toca, tendrás que arreglartelas con eso.

—No quiero quedarme ciega... —se lamentó la viejita.

—¡Oigan! —la encargada llamó a dos brujas que estaban allí para mantener el orden con sus demonios de rango superior—. ¡Esta vieja está retrasando la distribución!

Ante eso la anciana guardó la zanahoria y decidió retirarse para evitar problemas. La fila siguió avanzando mientras la mujer arrastraba sus cansados pies para regresar a su casa, un poco más lejos del evento fue interceptada por una voz.

—Oiga... —la aludida se volteó—. Puede quedarse con mi zanahoria, a mi no me hace falta... —anunció Paris extendiendo su saco.

—¿Estás segura?

—Claro, hace mucho tiempo que mis ojos no tienen reparación.

—Muchas gracias, querida —dijo al tomar la verdura del saco que le ofrecían—. Mis rodillas ya están viejas y me esfuerzo mucho toda la semana recolectando yuyos solo para intercambiarlos por zanahorias. No sé qué haré a partir de ahora... A mi edad me es imposible cultivar nada...

UN SECRETO EN EL BOSQUEWhere stories live. Discover now