16 - UNA FUERTE ADICCIÓN

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La farmacia de la curandera se hallaba en el mercado, muchas miradas de asombro y recelo se llevaron los dos lobos muertos que arrastraba el cazador

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La farmacia de la curandera se hallaba en el mercado, muchas miradas de asombro y recelo se llevaron los dos lobos muertos que arrastraba el cazador. La niña andaba alegre aferrada a su vestido que gracias a las habilidades de Diadema había quedado impoluto.

—La próxima recuérdame agradecerle por arreglar mi vestidito —dijo una risueña Azalea.

—Está bien, pero no olvides que nadie puede saber de ella.

—Sí —afirmó la alegre niña—. Es nuestro secreto en el bosque.

—Muy bien —y le acarició el cabello.

La tienda desprendía una amalgama de aromas potentes que se fundían en un solo olor pesado. Por el suelo había cantidad de vasijas y en algunos estantes algunas otras. También había frascos con pociones y algunos ungüentos.

—¡Ni se te ocurra entrar con esas cosas aquí dentro! —advirtió la ancianita al notar que el chico iba a ingresar con los cadáveres.

—Pero no puedo dejarlos en la calle, son mi botín de hoy.

—A ver... oh, son lobos negros... está bien, pasa, pasa.

Los dos hermanos se acercaron hasta el mostrador. Jol explicó lo que había ocurrido y enseñó sus heridas a la vieja, aunque ella no parecía prestarle atención, sus ojos examinaban los cuerpos de los animales detenidamente.

—¿Señora?

—¿Eh? Ah, sí, sí. Te has llevado algunos mordiscos, entiendo. No te preocupes, mis ungüentos curativos pueden solucionar casi cualquier cosa. Y si no... ¡Pues los muertos no se quejan! JA, JA, JA —se rió de manera estrepitosa la curandera, mostrando más ausencia que dientes.

Los dos hermanos se miraron un poco horrorizados y le entregaron una sonrisa forzosa solo por cortesía.

Sin ningún tipo de reparo ante los quejidos, la mujer le tomó bruscamente el brazo y lo examinó de cerca.

—La carne está bastante desgarrada, pero podría haber sido peor —anunció. Luego sacó su lengua para pasarla sobre la herida. Sus labios arrugados se cerraron e hizo los mismos movimientos como si estuviera masticando algo—. No hay riesgo de infección. Bien, perfecto. Con una pomada de ranuca te curarás en cuestión de horas. Pero, claro... es muy costosa.

—¿Cuán costosa? No tengo mucho dinero.

—Oh, no, no quiero dinero. Quiero eso —el dedo raquítico apuntó sobre el botín.

—¿Los lobos?

—¡No! ¡No los lobos, chiquillo! Sino sus corazones.

—¡Ay, mira! ¡Un perrito! —exclamó Azalea al ver un lindo felpudo asomarse moviendo la cola, el impulso de acariciarlo fue más fuerte que ella y no pudo oponerse.

UN SECRETO EN EL BOSQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora