49 - LA HUIDA

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El golpeteo de la mesa contra la pared acompañaba las fuertes embestidas de Jol y solo era interrumpido por los gritos de Diadema, sofocados entre besos húmedos

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El golpeteo de la mesa contra la pared acompañaba las fuertes embestidas de Jol y solo era interrumpido por los gritos de Diadema, sofocados entre besos húmedos. La tenía rodeada con sus brazos, aferrado al cuerpo de su amada, cubierto por el sudor del gozo y completamente entregado a los deseos de él, que incluso luego de tres orgasmos no parecían satisfechos.

Los dedos del cazador rodearon el cuello de ella hasta la zona posterior y el pulgar empujó el borde de la mandíbula para levantar el rostro y darle espacio a la lengua para recorrer la garganta agitada. No se detuvo ahí, continuó hasta las orejas para saborear por completo a su bruja.

Las manos de ella no podían abandonar el interior de la camisa, los abdominales se sentían casi tan duros como lo que entraba y salía de su intimidad. Solo soltó los músculos cuando fue empujada hacia atrás, quedando acostada sobre la tabla y siendo retenida por el cuello con firmeza.

Jol ahorcó un poco para evitar que se levante y con la otra mano subió el vestido para desvelar toda la desnudez posible, luego alzó la pierna derecha de Diadema hasta su hombro donde la retuvo con la misma fuerza. Desde allí tenía un primer plano de su virilidad siendo envuelta por los labios íntimos de su bruja. Aún se escurrían los restos del éxtasis anterior, una imagen que lo incendió y lo obligó a incrementar la rudeza de manera drástica.

La posición en que la había puesto le dió a Diadema una dosis de placer que no pudo reprimir, enterró las manos en su propio cabello y llevó los ojos tan atrás que quedaron blancos, un fino hilo de saliva escapó por la comisura de la boca acompañado por un sollozo agudo sostenido. Todo su cuerpo se estremeció de placer y explotó con su hombre dentro. Solo entonces él la liberó, dejando sueltas las piernas que temblaban. Luego se agachó hasta el medio de ellas donde la lujuria apestaba y con suaves lengüetazos limpió la zona circundante, sin tocar el centro que permanecía sensible.

Luego volvió a subir para dejar pequeños besos sobre el abdomen expuesto y seguir el camino hasta las mejillas coloradas. El pecho de ambos palpitaba con vehemencia, él la alzó para cambiar de lugar con ella y sentarla en sus piernas con abrazo mientras recuperaba el aliento. La bruja se desplomó sobre los hombros de Jol. Fue cuando al fin estuvo cara a cara con la ventana, hecho que le hizo dar cuenta de una realidad: el crepúsculo. Había oscurecido mientras no prestaban atención.

—¡Amor! —se exaltó ella— ¡Tenemos que irnos!

—¿Qué?

—Ya casi es de noche... es el mejor momento para pasar desapercibidos...

—Espera, al menos tomémonos un respiro...

—No hay tiempo —Diadema corrió por la habitación con una cerilla encendiendo algunas velas—. Estamos completamente locos, podría haber entrado mi madre... —se admiró antes de entrar al pasillo y regresar en menos de unos segundos con una túnica— Toma, cúbrete con esto.

Mientras el cazador se encapuchaba, ella juntó velozmente las pertenencias en el suelo para devolverlas al morral. Él quedó cubierto hasta debajo de las rodillas, dejando a la vista solo el pantalón negro con los pies descalzos. Con suerte la noche ocultará las huellas.

—¿Podemos llevarnos esto? —Jol tenía un sahumerio de lavanda en sus manos— Mi casa era un infierno, solo le llamaba hogar por las noches leyendo con mi hermana frente a la chimenea. Este olor me recuerda a eso...

—¡Sí, sí! —la chica tomó todos los sahumerios de un puñado y los puso dentro del morral, se movía con mucha prisa. El origen de esas ansias residía en lo inoportuna que sería la llegada de Lahri. Cuando todo estuvo a punto, ella con su zurrón, él con su morral, se acercaron a la puerta de entrada, las manos finas de Diadema cubrieron el semblante de su amado bajo la profunda capucha— ¿Estás listo? —él asintió con la cabeza, aunque lo cierto es que su pecho sintió algo de temor— Tranquilo, solo actúa normal. Nadie se dará cuenta en plena oscuridad nocturna.

Ambos respiraron profundamente y cruzaron el umbral. El exterior mostró un ambiente ameno, algunas brujas distraídas caminaban sin prestarles atención y las ventanas iluminadas de las casas tampoco le dieron importancia a los amantes.

La escalera caracol que ingresa a Refuggi no estaba tan lejos y a esa hora las calles estaban libres de sobrepoblación. A simple vista la tarea era muy sencilla, solo andar con la mayor naturalidad posible hasta la salida. Aunque esto fue más fácil decirlo que hacerlo, pues las irregularidades del terreno, como las piedritas, molestaban demasiado al cazador que no poseía magia en la suela de sus pies.

Caminó medio raro las primeras cuadras, doblándose por el dolor y dando pasos exagerados, todo eso haciendo el esfuerzo de contener sus quejas. Una niña que andaba por allí, lo observó extrañada cuando casi se cae al perder el equilibrio por una roca que se le clavó en el pie. La pequeña bruja vio claramente dentro de la capucha y los ojos de las dos razas se encontraron.

—¡Shh, shh! ¡Vete! —exclamó Diadema con un ademán para ahuyentarla. La niña hizo caso y se perdió por la esquina corriendo.

—Lo siento...

—No importa ¿Estás bien?

—Sí, es la falta de costumbre. Antes corría campos enteros sin botas.

Era cierto. Luego de dejar atrás varias esquinas se acostumbró a la caminata y fue mucho más sencillo mantener la postura. Sin contar ese fugaz encuentro, no tuvieron mayores problemas para alcanzar su objetivo. El enorme hoyo en la tierra con la escalera dentro estaba frente a ellos, solo una calle los separaba. La escasez de población era absoluta en esa zona, pues el horario hizo que la mayoría de las brujas estuvieran ya en sus hogares.

La emoción pudo con ellos de inmediato y decidieron correr. La salida se hacía más grande al acercarse, ya se percibían libres.

Sin embargo, justo cuando el escape estaba delante de sus narices, tuvieron que detenerse en seco. La tierra frente a ellos chilló con susurros infernales para mostrar una abertura, de la cual unos brazos demoníacos extrajeron a Antina con su venado.

Un escalofrío quebró la columna de los jóvenes, las pupilas rojas de la anciana se clavaron en el humano.

—Eso no parece un conejo... —dijo con voz intimidante.

La bruja más poderosa del pueblo los había descubierto. 


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UN SECRETO EN EL BOSQUEWhere stories live. Discover now