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El apellido se respeta.
San Petersburgo/Rusia.
Mascherano.
12 de noviembre del 2017.
Londres/inglaterra,
Antoni.
No tengo palabras que expliquen cómo me estoy sintiendo, acorralada sería el termino correcto, porque eso hiciste, enjaularme en esta vida de porquería, me condenaste a tu presencia y ahora siento que mi vida no tiene sentido.
No sabes lo difícil que fue llegar a Londres como una delincuente porque eso soy ahora ¿sabes? Una delincuente igual que tú, no tienes idea de lo que duele ser señalada como una escoria traicionera después de haber estado sometida al yugo de tu tortura, de nada me sirvió, protegerlos y cuidarlos porque no me creyeron cuando llegue.
Sanaron mis heridas y me condenaron a prisión, veinte años para ser exactos. Veinte años pagando por un crimen que no cometí, ya no soy la teniente James, soy una presidiaria adicta a la porquería que inyectaste en mi cuerpo.
Te escribo desde el muelle de Santo Tomás, pueda que sean mis últimas horas, porque la FEMF me está buscando.
Odio lo que me hiciste y amo lo que era, pero no puedo negar que anhelo el HACOC en mis venas, solo tengo dos opciones tú y un calabozo lleno de oscuridad, no sé cuál de las dos es peor, pero estoy decidida a tomar la primera.
Necesito la droga o terminaré cometiendo una locura, así que acepto tu propuesta, llévame contigo, pero lo único que te pido es que dejes en paz a mis seres queridos. Olvídate ellos y enfócate en los dos.
En cuanto me recojas seré tuya para siempre.
No tiene caso nadar contra la corriente cuando eres un adicto desahuciado, mi vida perdió sentido y prefiero morir extasiada en medio de alucinaciones y no acabar en un pozo frío siendo tratada como una criminal.
Espero que mi mensaje llegue pronto.
Añado la dirección y espero que vengas por mí.
Estaré esperándote.
Tuya, la dama de la mafia.
Arrugo la hoja, nunca me cansare de leerla "Tuya" «Ella seria mia»
Pero la mataron, acabaron con un ser mitológico de carne y hueso el cual exudaba belleza y eso es algo que nunca voy a dejar pasar.
—Señor —se asoman en la puerta— Traje lo que me pidió.
Hacen seguir al grupo de mujeres y me acomodo en el sofá observando las siluetas que no son nada contra la ninfa que me arrebataron.
Todas manejan el mismo perfil; Altas, esbeltas, de cabello negro y ojos claros, me levanto a evaluar dejando que me sonrían, tratan de lucirse... Todas menos una.
La más joven es la que tiembla escondiéndose en la espalda de una de sus compañeras.
Tiene los ojos azules, pero no el azul que busco ya que el color de Rachel James era único en el mundo. Tomo al saltamontes asustado el cual tiembla en mis manos tal cachorro indefenso.
—Mi señor —susurra.
—Shhh —la consuelo— Nadie va a lastimarte pequeña.
—Lo sé —alza el mentón.
No es lo que busco, pero me mira con miedo y yo amo que me teman. La llevo a mi cama dejándola sobre las sabanas rojas.
—El señor eligió —dice la proxeneta desde la puerta— Márchense.
Me dejan sola con ella.
—Quítate la ropa —le ordeno.
No se mueve.
—Quítate la ropa —repito.
Se pone en pie, pero no es capaz de soltar el vestido.
—Estoy para satisfacerlo —baja la cara.
—¿Cómo te llamas?
—Bianca.
—Error —saco la pistola.
Retrocede aclarándose la garganta.
—Rachel, me llamo Rachel, señor.
«Asi es como debe ser»
—¿Y qué haces?
Se aturde mirando a todos lados.
—Carezco de paciencia...
—Soy teniente de la FEMF.
—Así me gusta.
Dejo que se quite el vestido y vuelvo a ponerla en la cama disfrutando de los galopes acelerados que emite su pecho. Lleno de besos el cuerpo desnudo y mi nariz recorre el pequeño coño que tiene.
—Dije que no iba hacerte daño.
Chilla cuando introduzco los dedos.
—¡Por favor!
Hay una barrera.
—Virgen —saco la mano—¿Por eso estas tan nerviosa?
Asiente.
—No quiero decepcionarlo es mi primer día y...—llora— Solo no me mate, por favor.
—¿Quién te reclutó?
—Estoy por voluntad, mi abuela está enferma de cáncer y... Necesitamos dinero para la medicina.
No me gusta este tipo de mujer ya que no me permiten disfrutar del buen sexo.
—Tranquilízate, no la perderás conmigo, solo me deleitare con ese coño tan pequeño que tienes —le paso los dedos por la abertura.
Pruebo la dulzura de sus fluidos pasando la lengua por su clítoris «Los coños vírgenes son exquisitos» Lamo y...
—Señor —interrumpe uno de mis escoltas.
—Fuera —demando volviendo a lo mio.
—Es importante
—Fuera.
—Pero...
—Que fuera...
—¡Isabel Rinaldi está aquí!
Aparto las piernas de la mujer que se cubre con las sabanas.
«Isabel» llevo dos años buscándola y la muy cagna ha sabido esconderse.
—Que me espere en el comedor —indico— Bajaré en un momento.
Amo que las cosas vengan a mi por si solas y más cuando las anhelo desde las profundidades oscuras que adornan mi alma. Me acicalo para ella eligiendo uno de mis mejores esmoquin «La sorpresa lo merece»
Bajo y ella esta al pie de la mesa
— Il mio bellissimo scudiero —me acerco.
«Il mio bellissimo scudiero: Mi hermosa escudero»
—Antoni —baja la cara— Me alegra verte mi señor.
—Qué forma tan simple de saludar a tu antiguo amante.
Le doy dos besos en la mejilla.
—Me mandaste a matar.
—Eso es tiempo pasado, querida —saco una silla para que se siente— Un arranque de locura, admito que te eche de menos.
Se mueve dudosa.
—Siéntate, ponte cómoda y cena conmigo.
Esta más delgada, ya no trae el cabello corto, ahora le cae sobre los hombros cubriéndose los tatuajes de la garganta.
—¿Que te trae a mis aposentos? —nos sirven vino.
Tarda en contestar ya que no para de evaluar a los hombres que nos rodean.
—Estoy cansada de huir, no quiero que sigas persiguiéndome como un animal.
—Huyes en vano, mis hombres no van a matarte.
—No mientas.
—No miento.
—Vine a proponerte un trato.
—Me gustan los tratos —corto la carne de mi plato.
—Mi libertad a cambio de tu protección. Déjame volver y te juro que nadie te tocara, pero a cambio quiero tu palabra.
—¿Y ese cambio de parecer?
Duda.
—Tengo un motivo para vivir ahora.
—¿Y que es? —indago curioso.
Toma una bocanada de aire.
—Todo a su tiempo mi señor.
«Esta ocultando algo»
—Eres bienvenida a mi lado —tomo un sorbo de mi vino— Come, parece que no te has alimentado bien en los últimos años.
No me cree.
—Estas jugando.
—Para nada, eres como de la familia. No puedo darte la espalda ahora que me necesitas, así que come tranquila que ahora estas en tu casa.
La melodía del violín nos acompaña durante la velada, ella no se ve cómoda, sin embargo acaba con los tres platos que nos sirven mientras yo evoco lo buena escudera que es. Me ha cuidado tanto que no controlo el impulso de levantarme ofreciéndole mi mano.
—¿A dónde vamos?
—Dije que te eche de menos —le beso los labios— Y no solo como escolta mi protettrice.
Los hombres se preparan para seguirme.
—Ven conmigo.
No se mueve, se pone a la defensiva llevando la mano a su espalda «Esta armada»
—No te seguiré si ellos te acompañan...
—Isabel —rozo la punta de sus pechos— Confía en mí, solo quiero recopilar viejos tiempos.
—No.
Miro a mis hombres.
—Esperen aquí —demando— ¿Contenta?
Asiente dejando que la lleve a mi alcoba, cierro las cortinas y regulo la luz tratando de que el ambiente quede perfecto.
—Y cuéntame ¿qué has hecho estos últimos años?
—Huir —contesta con sequedad— Sobrevivir entre obstáculos.
—Que interesante —le ofrezco una copa— Cuéntame más.
—Trabaje estos últimos meses.
—¿Trabajaste?
—En un geriátrico.
—No puedo imaginarte haciendo eso.
—Por eso volví —pasa las manos por mi pecho— No puedo vivir escondiendo mi naturaleza.
—Cierto, los demonios no usamos disfraces.
La desnudos dándome un banquete con su cuerpo. Hunde las rodillas en la cama y le penetro el culo desencadenando el chillido de dolor que tanto me gusta. Follo con ella sin venerarla ya que la única mujer que merece eso yace en un ataúd.
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Isabel duerme en mi cama mientras reviso sus pertenencias sentado en la orilla de la cama.
Tiene una belleza peligrosa, eso fue lo que me hizo caer cuando compartía cama con mi padre, la diferencia entre él y yo es que a mí siempre me ha amado.
No tiene nada del otro mundo, identidades falsas, billetes de poca monta y... Cuchillos, los reconozco. Mi padre le regalo una colección la cual ella no ha soltado nunca y aquí están dentro de su chaqueta.
Reparo la hoja filosa, armas que desencadenan pequeñas heridas superficiales, pero son letales ya que los estragos son irreparables.
Me acomodo sobre mi espalda cuando ella se mueve. Despierta buscando mi boca y dejo que se abra de piernas sobre mí contoneando las caderas, sabe moverse, sabe dar placer siendo una buena puta.
Me susurra que me ama besándome con autentica adoración y no dudo de ello ya que sus caricias me lo demuestran. Sujeto su nuca mirándola a los ojos.
Lástima que nada de eso apague lo que siento.
El apellido Mascherano está cargado de honor y orgullo, y hay cosas que simplemente no quiero dejar pasar.
Cambio los papeles correspondiendo el beso, jadea con los ojos cerrados y es ahí cuando muestro mis cartas rozándole la garganta con la hoja del cuchillo.
—¿Qué haces? —palidece.
—¿Qué crees? —le clavo la punta— Bonita colección de cuchillos, Isabel.
Pasa saliva.
—¿Con cuál la apuñalaste?
—Dijiste que no me matarías.
—No, dije que mis hombres no te matarían.
—Lo hice porque te amo.
—Querías una muerte lenta —juego con la punta—Era nuestro día especial y lo único que hizo fue retorcerse de dolor. Eso es algo que nunca te podré perdonar.
—¡Por favor! —se le salen las lágrimas— ¡Ten un poco de piedad, lo único que hecho es amarte!
Deslizo la hoja acariciándole las costillas con el filo.
—¿Adivina qué? Eso nunca me ha importado, el único amor que anhele es el de ella y el de mi hermana, el resto no han sido más que estorbos en mi vida —clavo la hoja en su piel— Siéntelo, siente como se te clava en lo más profundo, siente como tu pulmón se llena de sangre mientras luchas por tomar oxígeno.
—¡No!
—Le enterraste este mismo cuchillo ¿cierto? Agonizo con esta misma hoja —lo saco y se lo entierro en el pecho— Con la misma hoja que murió Fiorella.
Se arquea escupiéndome sangre en la cara.
—Este cuchillo carga las almas del centenar de gente que te has cargado.
—Te pesara.
—No soy objeto de burla —continuo— Todos deben aprender que el apellido Mascherano se respeta.
Se lo clavo en el corazón acabando con sus fuerzas y pego mis labios contra los suyos dandole el ultimo beso.
—Hasta nunca, Isabel.
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