CAPÍTULO 38

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Noche de locos y desorden matutino.

Rachel.

—Ángel —escucho a lo lejos— ¡Ángel!

Abro los ojos y el mundo me da vueltas, la voz me hace eco en los oídos y no soy capaz de coordinar mis movimientos, trato de incorporarme y me vuelven acostar.

—Ángel.

—¿Stefan?

Me besan los labios estrechándome contra un torso duro y definido.

—Stefan —repito en medio del sueño.

—Estás conmigo, nena —vuelven a besarme.

—Stefan esta...

—Lejos —susurra en mi cuello— Lo que oyes no es más que la voz de un pobre desquiciado.

Suelta a reír, es Christopher lo sé por las manos inquietas que me recorren el cuerpo.

—Ángel —siguen llamando.

—Vamos a dormir —me abraza envolviéndome en sus brazos.

Los párpados me pesan y termino recostando la cabeza en su pecho, estoy en el limbo y lo único que hago es dormirme con el ritmo acompasado de su respiración.

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Algo vibra, el sonido me llega directo a las neuronas taladrándome los oídos. Me niego a moverme, pero el ruido no me deja descansar. Se mueven a mi lado y abro los ojos asustada.

«¡Maldita sea!» Salgo a voladas de la cama, el susto me quita la resaca y la borrachera. «Dios» ¿Cómo terminamos aquí?

—¡Christopher! —lo muevo— ¡Christopher!

Tengo el corazón en la garganta, esta vez no hay manera de explicar el porqué de su presencia.

—¡Rachel! —tocan la puerta— ¿Estás despierta?

Quiero llorar, lo de Bratt no se puede repetir. Trago grueso y vuelvo a sacudir al sexy semental que duerme en mis sabanas.

—Ángel —insiste preocupado— Debes levantarte, hay serios problemas que requieren de tu atención.

«¿Más?»

Siguen tocando.

—Step... —trato de sonar tranquila.

—¿Estas bien? —pregunta al otro lado— Llevo toda la mañana tratando de despertarte.

—Si, solo tengo un poco de resaca...

—¿Puedo entrar?

—¡No! —sigo moviendo al coronel— Quiero tomar una ducha primero...

—Va —voy sirviendo el desayuno— No tardes, por favor.

—¡Christopher! —le quito las sabanas y aparto los ojos de la divina tentación que tiene en la entrepierna.

—Buen día, nena —abre los ojos.

—Joder ¿Qué haces aquí? —me aparto — Tienes que irte.

Abro las puertas del balcón, si subió puede bajar y de seguro tuvo que haber enfrentado a alturas más grandes.

—Stefan está afuera.

—¿Y es mi problema por? —se toca la erección matutina.

—¡Tienes que irte! —corro al baño, la tardanza levantara sospechas— Cuando salga no quiero verte aquí.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora