CAPITULO 89

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FORTUITO.

RACHEL.

Siete meses y medio, treinta semanas, doscientos diez días con los mellizos en mi vientre en medio de altos y bajos que me esmero por aguantar, aferrandome a la tasa en la que bebo el menjurge amargo, fuerte y espeso que me hace querer vomitar, pero no puedo devolver y lo termino pasando antes de echar la taza al fuego rabiosa por lo horrible que es.

Siento que la cabeza se me va a reventar, que los oídos me van explotar mientras que la sangre arde bajo mi piel en medio de los efectos del Taipan, compuesto que corre por mis venas.

Soy Rachel James Mitchels; políglota, francotiradora, criminóloga, rescatista, teniente de la tropa Alpha, «¡Puedo con esto!».

Me mantengo sentada sobre mis piernas dobladas frente a la chimenea con mi ropa de yoga, el sudor corre a través de mi piel y siento que me estoy prendiendo fuego con los mellizos moviéndose dentro, sin embargo, no me paro porque soy un soldado, estoy entrenada y preparada, ya que mi título de teniente no me regalaron, me lo gané con sudor, sangre y entrenamiento.

No hay energía eléctrica por la tormenta, el perro se mantiene a mi lado y mis pulmones se achican cada que respiro. Recibir oxígeno es una tortura cuando mi odio hacia Antoni entra en duelo con las porquerías que me ha suministrado sumandose lo que viaja por mi cuerpo.

—¿Dónde está Christopher? —le pregunto a Tyler en medio de la agonía que me condena a la bala de oxígeno.

—Recuestese, mi teniente —pide, pero me niego a que me levante ya que la cama me debilita más.

Los truenos retumban, el agua golpea el techo acompasandose con la tempestad y parece que estuviera en el maldito infierno. Los huesos me duelen, la vista se me oscurece a ratos, parece que tuviera la peor de las fiebres y los mellizos no dejan de moverse como si estuvieran padeciendo el mismo calvario.

—¿Dónde está Christopher? —vuelvo a preguntar.

No me gusta su silencio, son casi las dos de la mañana, no me ha hablado desde que se dio el resultado y desde ese momento no he podido contactarme con nadie.

—Tyler —entra Make—, ven por favor.

Entra a levantarme, pero me niego con el suplicio que estoy viviendo y Make no entra en contienda ya que Pucki se pone a la defensiva y termina alejándose, dejándome con el animal que me lame la panza descubierta.

—Buen perro, Hodor —trato de distraer la cabeza, pero en el fondo sé que algo está pasando, ya que Dalton e Ivan están prestando guardia bajo la tormenta.

Esta sintomatología aparece cada que me dan brebajes y no sé si me quiere curar o matar. Los movimientos adentro son bruscos y no resisto la posición levantándome como puedo.

«Italiano hijo de puta». La manguera del oxígeno es larga y me acerco a la puerta apoyándome de las paredes harta de tanto misterio.

Los escoltas están reunidos en el piso de abajo y Death está con ellos empapado por el agua de la lluvia al lado de la rubia. Me quedo en la esquina de la segunda planta cuidando de que no me vean mientras clavo la frente en la pared.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora