CAPÍTULO 57

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Éramos. 

Luisa.

Apoyo el hombro en el umbral de la puerta de baño mientras el que dice ser mi esposo se arregla frente al espejo. Esta de civil con vaqueros, zapatillas y playera. Simón no destila elegancia, pónganse lo que se ponga siempre tiene un aire casual y extrovertido.

—¿Vas a salir? —pregunto.

—Si, no me esperes despierta creo que tardare.

Prefiero darle la espalda a pedir explicaciones. Su ausencia me tiene harta, el que se esconda a cada nada y se largue cada que quiere. Faltan dos semanas para que nazca el bebé y solo se la pasa dándome dolores de cabeza.

No me siento amada, ahora me siento menos apetecida. Tiene problemas de erección, intento darle solución y evade el tema como si no me tuviera confianza sabiendo que soy la indicada para ayudarlo.

Sale en busca de su abrigo y se acerca a darme un beso en el vientre antes de buscarme la boca. Aparto la cara, no quiero besos hipócritas.

—¿Ahora que pasó?

—Nada —señalo la puerta— Ándate a tus mariconadas.

—Luisa, no empieces con lo mismo.

—¿Con que? —siento que esto no es lo mismo y mi matrimonio no es más que una pérdida de tiempo. Estamos forzando las cosas en una relación donde ya no hay amor.

—Afectas al bebé cuando te pones así.

—Como si te importara... Solo lárgate ¿Vale? No quiero verte, así como tampoco quiero que respires mi oxígeno.

Solo estoy esperando la confirmación del engaño para así pedir el divorcio, ya me instruí con un muy buen abogado, no voy a interpretar el papel de esposa engañada que aguanta todo por los hijos.

No quiero quedarme encerrada y tengo el tonto antojo de comer pastel de limón y no de cualquiera, del que prepara Stefan. Tomo el móvil ideando la manera de conseguirlo, supongo que Rachel está en la cita con el coronel y no le puede pedir a Step que me lo haga. Pero como el hombre es un pan de Dios no creo que me lo niegue si lo pido yo.

Marco su número y contesta al cuarto pitido, como lo predije el español le encanta consentir mujeres. Me asegura que empezara a prepararlo y no dudo en buscar el abrigo y salir para allá.

Busco las llaves de mi auto y no las halló en la cajonera, la empleada niega haberlas visto y caigo en cuenta que Simón uso el vehículo ayer cuando fue hacer las compras.

Me voy a la cesta de la ropa sucia rebuscando en los bolsillos del pantalón que traía y las llaves no es lo único que encuentro. Hay dos facturas referentes a pago de medicamento en un hospital especializado en pediatría, leo todo y no es una cuenta para nada económica a nombre de un niño que no conozco.

Reviso el número de cuenta de donde proviene el dinero y el muy idiota lo saco de nuestra cuenta familiar, menudo descarado ¿Y quién es el niño? O sea, se está gastando parte de mi dinero a mis espaldas.

Inhalo y exhalo para no perder la compostura. Ya está, esto es una señal clara que reitera mis ganas de divorcio. Arrojo las cuentas a la basura y me apresuro a la caja fuerte, tengo ahorros aquí y no voy a exponer mi dinero a manos de ese abusivo.

Recojo lo que necesito y parto lejos de todo lo que me lo recuerda. No lloro, eso solo le hace daño a mi hijo.

Stefan me recibe en mi antiguo apartamento, técnicamente es de mi amiga, pero Rick dijo que era para las dos y Rachel lo asumió así. Siempre me devuelve las llaves y me ha dado la potestad para que mande y disponga como quiera.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora