Cosas que nunca dejamos atrás

Od Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... Viac

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

La caballería

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Od Anix1781

Knox 

Le di un golpe bajo y fuerte y lo mandé directo al suelo. Una parte de mí era consciente de que Naomi estaba hecha un ovillo.

Debía llegar hasta ella, pero no podía dejar de pegar al hombre que tenía debajo.
Le clavé el puño una y otra vez hasta que alguien me agarró por detrás y me apartó de él.

—Ya vale —dijo Lucian.

Duncan Hugo dejó de existir para mí.
Solo existían Naomi y Waylay. Esta se arrodilló a su lado y se llevó la mano a su pecho. Las lágrimas que empañaban sus ojos azules me hirieron el alma.

—Despierta, tía Naomi —susurró.

Salvé la distancia que nos separaba y abracé a Waylay.

—Haz que despierte, Knox —me suplicó.

El tonto de mi perro se interpuso entre ellas y empezó a aullar.
Lucian estaba al teléfono y le palpaba el cuello amoratado a Naomi.

—Necesitamos una ambulancia —dijo.

Sin soltar a Waylay, me acerqué a Naomi y tomé entre mis manos el rostro de la mujer a la que amaba. La mujer a la que había perdido y sin la que no podía vivir.

—Joder, Flor, despierta —gruñí. Me ardían los ojos y la garganta, y veía borroso por culpa de los lagrimones que me enturbiaban la vista.

Casi me lo perdí. El imperceptible movimiento de sus largas pestañas.

Pero es que cuando abrió esos ojazos color avellana, estaba segurísimo de que alucinaba.

—Café —dijo a duras penas.

Madre mía, cómo la quería.
Waylay se tensó y por poco me ahogó con el brazo.

—¡No me has dejado!

—Gracias a Dios —susurró Lucian, que se pasó el dorso de la mano por la frente y se apoyó en los codos.

—Pues claro que no te he dejado —dijo Naomi con la voz áspera. Los moretones de su garganta me hicieron desear acabar con la vida del hombre que se los había causado. Pero tenía prioridades.

—Bienvenida, Flor —susurré. Me agaché y la besé en la mejilla, momento que aproveché para inhalar su aroma.

—Knox —musitó—. Has venido.

Antes de que pudiera contestar, la puerta lateral por la que me había colado mientras Lucian ejercía de distracción se abrió de sopetón. Vi la pistola y el brillo en los ojos del hombre y supe lo que pasaría. Actué por instinto: atraje a Waylay hacia mí y usé mi cuerpo para cubrirlas a ella y a Naomi en el suelo.

Se oyeron dos disparos rápidos, pero no sentí nada. Ningún dolor. Solo a mis chicas, sanas y salvas debajo de mí.

Me atreví a mirar arriba y vi al pistolero en el suelo.

—Imbéciles de mierda —dijo Nash mientras se apoyaba en la pared.

Tenía un corte en la cara, sangre en la camiseta y sudaba como un cerdo.

—¿Has usado la derecha? —inquirió Lucian, impresionado.

Mi hermano le restó importancia con un gesto de la mano mientras se deslizaba por la pared.

—Ya os he dicho que soy el puto amo en mi trabajo.

—¿Estamos vivas? —preguntó Waylay debajo de mí.

—Estamos vivas, tesoro —le aseguró Naomi.
Al apartarme de ellas con cuidado, me miraron igual de sonrientes.

Señalé a Waylay y dije:

—Tú vas a tener una fiesta de cumple de la hostia. Y después, tú y yo vamos a casarnos —le dije a Naomi.

Esta abrió los ojos como platos y me palpó el torso como loca.

—¿Qué pasa, cielo?

—¿Te han disparado? ¿Te has dado un golpe en la cabeza?

—No, Flor, estoy bien.

—¿Me he dado yo un golpe?

—No.

—No puede ser. Es que me ha parecido oír que decías que íbamos a casarnos.

—¿Crees que soy tan tonto como para dejaros escapar?

—Pues sí —contestaron Waylay, Lucian y Nash a la vez.

—¿Me compras un vestido para la fiesta y otro para la boda? — preguntó Waylay.

—Te compraré diez vestidos —le prometí.

—Vas a volverla una consentida —dijo Naomi mientras le atusaba el cabello a Waylay.

—Ya ves. Y a ti, también.

Su sonrisa juntó pedazos de mi interior que ni sabía que estaban rotos.

—¿Y Duncan? —preguntó Waylay.

Lucian se puso en pie y echó una ojeada a la estancia.

—Se ha ido.

—Vamos, no me jodas —masculló Nash—. Y por esto no hay que dejar que los aficionados se metan en los asuntos de la policía.

—Estoy deseando hacerme mayor para pasarme el día soltando tacos — anunció Waylay.

Todos oímos unas pisadas en las escaleras. Nash apuntó a la puerta con la pistola y yo me saqué la mía del cinturón de los vaqueros.

Lina y Sloane irrumpieron juntas.

—Dios, casi os meto un tiro —se quejó Nash, que bajó el arma—. ¿Qué narices hacéis aquí, cómo nos habéis encontrado?

Sloane tenía mala cara.

—Hemos seguido a Nash.

—Habéis dejado un reguero de cuerpos desde el aparcamiento. Nos habéis aguado la fiesta a las demás —dijo Lina, que se arrodilló al lado de mi hermano. Con amabilidad, le arremangó la camiseta—. Te has abierto los puntos, cabeza loca.

—Ni lo noto —mintió Nash como un bellaco.

Sloane vio a Naomi y empezó a andar hacia nosotros; pero Lucian ya estaba atravesando la estancia cual dios que va a destruir a un mortal.

Se encontraron a medio camino; los separaban escasos centímetros.

—Te he dicho que te quedaras en el pueblo —sentenció con desprecio.

—Sal del medio, pedazo de… —Dejó la frase a medias. Vi que miraba el cadáver que había lanzado Nash y se ponía blanca.

—Sloane.

Al ver que la bibliotecaria no lo miraba, Lucian la cogió de la barbilla y la giró hacia él con firmeza.

—Rodilla, pelotas, nariz —me susurró Naomi.

—Esa es mi chica. —Le di un apretón.

—Naomi, ¿estás bien? —preguntó Lina desde donde atendía a mi hermano.

—De maravilla —contestó Naomi, que me miró y esbozó una sonrisa que bien podría iluminar la vida de uno.

—Te quiero un huevo —le susurré. Naomi abrió la boca, pero negué con la cabeza y añadí—: No, no quiero que tú me lo digas todavía. Imagino que tengo que decírtelo al menos durante una semana para merecer que tú también me lo digas, ¿vale?
Su sonrisa no podía ser más radiante. Se le humedecieron los ojos.

—Perdona —dijo mientras se sorbía los mocos y se tocaba la cara—. Sé que no te gustan las lágrimas.

—Estas las acepto —le dije, y junté mis labios con los suyos.

—Puaj —protestó Waylay.

Naomi negó con la cabeza mientras se reía. Sin mirar, tanteé hasta dar con el rostro de la niña y la empujé suavemente. Esta se tropezó entre risas.

Se volvió a oír jaleo en las escaleras, y el umbral se llenó de policías.

—¡Tirad las armas!

—A buenas horas —masculló Nash, que bajó la Glock y enseñó la placa.

•••

Estaba sentado en la parte trasera de la ambulancia junto a Naomi, en plena noche, mientras una agente nos acribillaba a más preguntas. No soportaba estar a más de medio metro de ella. Había estado a punto de perderlas a ella y a Waylay.

Si Grim no hubiera aparecido…, si yo hubiera llegado un minuto más tarde…, si Nash no hubiera sido tan diestro con su brazo malo… Tantas posibilidades y, sin embargo, ahí estaba yo, aferrado como si me fuera la vida en ello a lo mejor que me había pasado.

—¿Qué es esto, un desfile? —preguntó uno de los oficiales uniformados.

Pasó una moto seguida de otra, y otra más. Doce en total. A las que siguieron cuatro vehículos.
Los motores se apagaron, se abrieron las puertas y apareció el puto pueblo.

Parpadeé unas cuantas veces cuando vi a Wraith ayudar a mi abuela a bajarse de su moto. Lou y Amanda salieron de su todoterreno y echaron a correr; Jeremiah, Stasia y Stef iban a la zaga; Silver y Max bajaron de la furgoneta de Fi junto con Milford y cuatro clientes habituales del Honky Tonk.

Justice y Tallulah bajaron de sus respectivas motos y echaron a correr.

—¿Podemos zanjar ya el asunto? —le pregunté a la agente.

—Solo una pregunta más, señora Witt —dijo—. Un coche patrulla ha detenido a una mujer que afirma ser Naomi Witt. La han pillado intentando robar un Mustang a dos manzanas de aquí. ¿Tiene alguna idea de quién puede ser?

—No me fastidie —gruñó Naomi.

Localicé a Nash y Lucian abandonando a un puñado de oficiales. Mi hermano me hizo un gesto con la cabeza para que me acercara a ellos.
Le hice una seña a Lou para que me sustituyera.

—Ahora vuelvo, Flor —le dije.

Naomi me sonrió mientras su padre se apresuraba a reemplazarme con Amanda pisándole los talones. Se paró lo justo para darme un beso ruidoso en la mejilla y un buen cachete en el culo.

—Gracias por rescatar a mis chicas —me susurró, y se centró en su hija —. ¡Cariño, te hemos traído café!

—¿Ya has arreglado las cosas de una vez? —me preguntó Stef.

—Le he dicho a nuestra niña que vamos a casarnos. Así que, sí, ya está todo arreglado.

—Bien. Entonces no tengo que arruinarte la vida —replicó—. No te dejo solo ni dos semanas y mira lo que pasa, Witty.

—¡Madre mía, Stef! ¿Cuándo has vuelto?

Noté que alguien me daba la mano mientras caminaba y miré abajo.

Waylay había entrelazado sus dedos con los míos; en la otra mano llevaba la correa de Waylon. Daba la impresión de que mi perro no quería hacer más que tumbarse y dormir un mes.

—¿Iba en serio lo de los vestidos? —me preguntó mientras nos acercábamos a mi hermano.
Le solté la mano y la estreché contra mi costado abrazándola por los hombros.

—Claro, peque.

—¿Iba en serio lo que le has dicho a la tía Naomi? ¿Lo de que la quieres y eso?

Me detuve y giré el rostro hacia ella.

—No he estado más seguro de nada en toda mi vida —le garanticé.

—Entonces, ¿no volverás a dejarnos?

Le di un apretón en los hombros y contesté:

—Nunca. Estaba para el arrastre sin vosotras.

—¿Sin mí también? —inquirió.

Vi el brillo de esperanza en su mirada, pero enseguida lo hizo desaparecer.

—Way, eres lista, valiente, preciosa, y lo voy a pasar fatal cuando empieces a tener citas. Te quiero un huevo, y no solo porque vengas con el lote.

Se puso tan seria que casi me partió el corazón.

—¿Me seguirás queriendo si te cuento algo? ¿Algo malo?

Como Duncan Hugo hubiera tocado a Waylay, lo atraparía, le cortaría las manos y lo obligaría a comérselas.

—Peque, nada de lo que me digas hará que deje de quererte.

—¿Me lo prometes?

—Te lo juro por tus zapatillas molonas.

Se las miró, volvió a mirarme a mí y sonrió de lado.

—A lo mejor yo también te quiero un huevo.

Le di un abrazo de oso y le apreté la cara contra mi esternón. Cuando me rodeó la cintura, de pronto, sentí que el corazón se me iba a salir del pecho.

—Pero no le digas a la tía Naomi que lo he dicho así.

—Trato hecho.

Se apartó y dijo:

—Vale, pues el caso es…

Poco después, acompañé a Waylay hasta Nash y Lucian. Un técnico de emergencias sanitarias le había cosido los puntos a Nash; los dos tenían varios cortes y arañazos visibles cubiertos con apósitos. Al día siguiente nos dolería todo. Y al otro. Y seguramente al próximo.

—Naomi me ha contado que Tina y Hugo buscaban un USB con información —me explicó Nash—. Por lo visto, nadie sabe qué información contenía o qué ha sido del USB.

—Waylay, ¿qué tal si vas a ver si tu tía necesita algo? —propuso Lucian.

Seguí su mirada y vi que no le quitaba ojo a Sloane, que rondaba cerca de Naomi, sus padres y Stef.

—En realidad, Way quería contarnos algo —dije. Le di un apretón en el hombro y añadí—: Adelante, peque.

Waylay tomó aire y se agachó a desatarse una zapatilla.

—Buscaban esto —dijo con el broche en forma de corazón en la mano tras enderezarse.

Nash se lo quitó, lo sostuvo entre los dedos y frunció el ceño. Con cuidado, lo separó por la mitad.

—¡¿Qué me estás contando?!

—Es un USB —explicó Waylay—. Mamá estaba contentísima cuando lo trajo a casa. No dejaba de repetir que al fin cobraría y que pronto conduciría un todoterreno de la leche y se zamparía un bistec mañana, tarde y noche. Me picó la curiosidad y se lo birlé. Era una lista de nombres y direcciones. Pensé que podía ser importante, así que me pasé el archivo a mi USB por si acaso. Siempre lo pierde todo.

Le hice un gesto con la cabeza para que continuara.

—Mamá se enfadó conmigo por una gilip…, digo, tontería y me cortó el pelo como castigo. Así que decidí devolvérsela. Le robé el USB para que creyera que lo había perdido y lo escondí en la biblioteca, pero no en la sección de ficción histórica como le dije a Duncan. Está atado con cinta al fondo de un archivador. No sabía que entrarían en la casa de la tía Naomi ni que nos raptarían y todo ese rollo, lo juro —dijo.

Nash le tocó el hombro y dijo:

—No te la vas a cargar por esto, Waylay. Has hecho lo correcto al contármelo.

—Me dijo que dispararía a la tía Naomi si no le decía dónde estaba. Intenté decírselo, pero me puso una cinta en la boca —añadió.

Gruñí al enterarme de aquello.

—No es culpa tuya —reiteró Nash.

Pero sí de su madre, por lo que no lamentaba que estuviera presa. Sin embargo, decidí que no era el mejor momento para contárselo a Waylay.

—Hay algo más —dijo.

—¿Qué más? —preguntó Nash.

—Tu nombre salía en la lista.

Lucian y yo nos miramos.

—Tenemos que verla —declaró Lucian.

Nash le tapó las orejas a Waylay y dijo:

—Y una mierda, mamones. Esto es asunto de la policía. Ven, Way, vamos a contárselo a tu tía y a pedirle a Sloane que nos deje entrar en la biblioteca.

—Vale —dijo—. ¿Knox?

—¿Sí, peque?

Dobló el dedo para que me acercase y me agaché. Procuré no sonreír tras oír lo que me susurró al oído.

—Vale. Nos vemos en casa —dije mientras la despeinaba.

Vimos cómo Nash la acompañaba a la ambulancia.

—Necesitamos la dichosa lista —dijo Lucian.
Se me escapó una sonrisa.

—¿Qué pasa? —inquirió.

—No es la única copia. También la subió al servidor de la biblioteca.

Se quedó inmóvil un segundo y luego se tronchó de risa. Sloane lo miró al momento. Entonces caí en que Lucian no solía reír. No como antes, cuando éramos críos y todo era motivo de risa.

—Las vas a pasar canutas cuando empiece a salir con chicos —dijo.

«Uy, sí, qué ganas».

Nos acercamos a Naomi, que estaba de pie tapada con una manta y sujetando un café. A pesar de todo lo que había visto esa noche, a pesar de todo lo que había hecho mal, la sonrisa que me brindó me iluminó por dentro.

Le di una palmada a Lucian en el hombro y le dije:

—Eh, ¿qué te parecería ser copadrino?

Pokračovať v čítaní

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