El huerto 🔞

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Knox 

—Se ha escapado de casa —dijo Naomi, mirando por la ventanilla y agarrando la bolsa de pretzels calientes que llevaba en el regazo.

—No se ha escapado, se ha ido de extranjis —rebatí.

—Sea como sea, ¿cómo me hace quedar como tutora? He dejado que una niña de once años se pasee por el pueblo con un tarro de ratones y un virus informático.

—Flor, tienes que dejar de ponerte tan nerviosa por esto de la custodia.
¿De verdad crees que cualquier juez con dos dedos de frente va a decidir que Way está mejor con su madre?

Me fulminó con la mirada.

—Cuando sean tus decisiones vitales las que estén siendo inspeccionadas con lupa por el sistema legal, decides si ponerte nervioso o no.

Negué con la cabeza y doblé por un sendero por el que la camioneta apenas pasaba.

—Por aquí no se va a trabajar —observó.

—No volvemos al bar todavía —le dije mientras dábamos botes por el camino lleno de baches.

—Tengo que volver, hace rato que ha empezado mi turno —insistió.

—Cielo, tienes que dejar de obsesionarte por las cosas que deberías estar haciendo y sacar tiempo para lo que tú quieras hacer.

—Quiero volver al trabajo. Hoy no tengo tiempo para que me mates en el bosque.

Los árboles se separaron y un prado de hierba alta se extendió delante de nosotros.

—Knox, ¿qué haces?

—Acabo de ver cómo le plantabas cara a esa dictadora que quería desahogarse con una niña —empecé.

—Hay personas que no saben gestionar su dolor —dijo Naomi, con la vista fija al otro lado de la ventanilla, otra vez—. Y por eso se desahogan con quien tengan cerca.

—Ya, bueno, pues me ha gustado ver cómo te enfrentabas a una abusona con esa minifalda que llevas.

—¿Y por eso me has secuestrado? —preguntó—. ¿Dónde estamos?

Detuve la camioneta junto a los árboles y paré el motor.

—El huerto. Al menos, así es como se llamaba cuando iba al instituto.
Solíamos traer cerveza a escondidas y hacíamos hogueras. La mitad de mi clase perdió la virginidad en este campo.

La sombra de una sonrisa le aleteó en los labios.

—¿Y tú?

Rodeé el respaldo de su asiento con el brazo.

—No. Yo la perdí en el establo de Laura Beyler.

—Knox Morgan, ¿me has traído aquí para darnos el lote cuando debería estar trabajando?

Parecía consternada.

—Ah, pretendo hacer mucho más que darnos el lote —dije, mientras me inclinaba hacia ella para desabrocharle el cinturón. Una vez conseguido, le quité los pretzels del regazo y los tiré al asiento de atrás.

—No puede ser que lo digas en serio. Tengo que trabajar.

—Cielo, yo no hago bromas cuando se trata de sexo. Además, trabajas para mí.

—Sí, en tu bar, que está lleno de mujeres con síndrome premenstrual esperando esos pretzels.

Negué con la cabeza.

—Todo el pueblo sabe que es Código Rojo. Será una noche tranquila.

—Me incomoda que un pueblo entero conozca el ciclo menstrual de unas mujeres.

Cosas que nunca dejamos atrásTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon