La caballería

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Knox 

Le di un golpe bajo y fuerte y lo mandé directo al suelo. Una parte de mí era consciente de que Naomi estaba hecha un ovillo.

Debía llegar hasta ella, pero no podía dejar de pegar al hombre que tenía debajo.
Le clavé el puño una y otra vez hasta que alguien me agarró por detrás y me apartó de él.

—Ya vale —dijo Lucian.

Duncan Hugo dejó de existir para mí.
Solo existían Naomi y Waylay. Esta se arrodilló a su lado y se llevó la mano a su pecho. Las lágrimas que empañaban sus ojos azules me hirieron el alma.

—Despierta, tía Naomi —susurró.

Salvé la distancia que nos separaba y abracé a Waylay.

—Haz que despierte, Knox —me suplicó.

El tonto de mi perro se interpuso entre ellas y empezó a aullar.
Lucian estaba al teléfono y le palpaba el cuello amoratado a Naomi.

—Necesitamos una ambulancia —dijo.

Sin soltar a Waylay, me acerqué a Naomi y tomé entre mis manos el rostro de la mujer a la que amaba. La mujer a la que había perdido y sin la que no podía vivir.

—Joder, Flor, despierta —gruñí. Me ardían los ojos y la garganta, y veía borroso por culpa de los lagrimones que me enturbiaban la vista.

Casi me lo perdí. El imperceptible movimiento de sus largas pestañas.

Pero es que cuando abrió esos ojazos color avellana, estaba segurísimo de que alucinaba.

—Café —dijo a duras penas.

Madre mía, cómo la quería.
Waylay se tensó y por poco me ahogó con el brazo.

—¡No me has dejado!

—Gracias a Dios —susurró Lucian, que se pasó el dorso de la mano por la frente y se apoyó en los codos.

—Pues claro que no te he dejado —dijo Naomi con la voz áspera. Los moretones de su garganta me hicieron desear acabar con la vida del hombre que se los había causado. Pero tenía prioridades.

—Bienvenida, Flor —susurré. Me agaché y la besé en la mejilla, momento que aproveché para inhalar su aroma.

—Knox —musitó—. Has venido.

Antes de que pudiera contestar, la puerta lateral por la que me había colado mientras Lucian ejercía de distracción se abrió de sopetón. Vi la pistola y el brillo en los ojos del hombre y supe lo que pasaría. Actué por instinto: atraje a Waylay hacia mí y usé mi cuerpo para cubrirlas a ella y a Naomi en el suelo.

Se oyeron dos disparos rápidos, pero no sentí nada. Ningún dolor. Solo a mis chicas, sanas y salvas debajo de mí.

Me atreví a mirar arriba y vi al pistolero en el suelo.

—Imbéciles de mierda —dijo Nash mientras se apoyaba en la pared.

Tenía un corte en la cara, sangre en la camiseta y sudaba como un cerdo.

—¿Has usado la derecha? —inquirió Lucian, impresionado.

Mi hermano le restó importancia con un gesto de la mano mientras se deslizaba por la pared.

—Ya os he dicho que soy el puto amo en mi trabajo.

—¿Estamos vivas? —preguntó Waylay debajo de mí.

—Estamos vivas, tesoro —le aseguró Naomi.
Al apartarme de ellas con cuidado, me miraron igual de sonrientes.

Señalé a Waylay y dije:

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now