El famoso Stef

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Naomi 

En el trayecto de vuelta a casa, guardé los números de los padres de Nina en mi flamante nuevo teléfono. No eran los primeros contactos que había.

Knox ya se había ocupado de que estuvieran los teléfonos de Liza, del Honky Tonk, de Sherry, del colegio de Waylay y del Café Rev.
Incluso había añadido el suyo.

No estaba segura de qué podía significar o implicar eso. Y, la verdad, estaba tan agotada que ya no me quedaban fuerzas ni para preocuparme. Y más cuando tenía un problema más grave.

Un problema que estaba sentado en los escalones de entrada de la cabaña con una copa de vino en la mano.

—No salgas de la camioneta —gruñó Knox.

Pero ya estaba a medio salir.

—No pasa nada. Lo conozco.

Waylay, embutida en el asiento trasero con todo lo que habíamos comprado, bajó la ventanilla y asomó la cabeza.

—¿Quién es?

—Es Stef —dije.

Este dejó la copa en el suelo y abrió los brazos.
Me lancé corriendo hacia él. Stefan Liao era el hombre más perfecto del mundo. Era inteligente, divertido, atento y generoso hasta el extremo, y tan guapo que dolía mirarlo. Hijo único de un padre que se dedicaba al desarrollo inmobiliario y una madre que se dedicaba al desarrollo de aplicaciones, había nacido con un espíritu emprendedor natural y un gusto exquisito para todo.

Y, no sabía cómo, había tenido la suerte de que fuera mi mejor amigo.

Me levantó en brazos y me dio una vuelta.

—Sigo muy cabreado contigo —me recibió, con una sonrisa.

—Gracias por quererme incluso cuando estás cabreado —le dije, rodeándole el cuello con los brazos e inhalando su colonia cara.

Solo de verlo y abrazarlo me sentí más centrada.

—¿Me vas a presentar a la Rubia y la Bestia? —preguntó Stef.

—No he terminado de abrazarte —insistí.

—Pues espabila, porque la Bestia tiene pinta de querer pegarme un tiro.

—Es más vikingo que Bestia.

Stef me agarró la cabeza con las manos y me dio un beso en la frente.

—Todo saldrá bien. Te lo prometo.

Las lágrimas me anegaron los ojos. Le creí. Y el alivio que me embargó fue suficiente para que brotaran las cataratas del Niágara.

—¿Dónde quieres todas tus mierdas? —gruñó Knox.

Fue suficiente para secar el Niágara entero. Giré sobre los talones y me lo encontré a escasos metros.

—¿En serio?

—Tengo cosas que hacer, Flor. No tengo toda la noche para quedarme aquí viendo cómo te lías con Henry Golding.

—¿Con Henry Golding? Me gusta —intervino Stef.

—Ven, Waylay, que te presento a mi amigo —alcé la voz.

Extasiada tras las compras, los recreativos y la hamburguesa, Waylay se olvidó de poner su expresión de fastidio.

—Waylay Witt, Knox Morgan. Os presento a Stefan Liao, Stef para los amigos. Way para los amigos. Y Leif Erikson cuando está de mal humor.

Stef sonrió, Knox gruñó. Waylay se puso a admirar el reloj inteligente de Stef.

—El placer es mío. Te pareces a tu tía —le dijo Stef a Waylay.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now