¡Que estoy bien!

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Knox 

La había cagado en tantos sentidos que ya no podía hacer otra cosa que empeorarlo todo. Incluso sabiendo lo que debía hacer ahora.

—Knox —gimió Naomi, con la voz amortiguada en la almohada.

Esta vez no gritaba de frustración. Estaba esforzándose por hacer el mínimo ruido posible mientras follábamos en casa de mi abuela, en el dormitorio en el que había crecido. Y estaba a cuatro patas delante de mí.

Creía que sería más fácil si no la miraba a los ojos, si no podía ver cómo se le vidriaban cuando la hacía correrse por última vez. Estaba completamente equivocado.

La agarré con más fuerza de la nuca y refrené las embestidas. Me costó, pero aguantar así, metido hasta el fondo dentro de ella, valía la pena. Se estremeció cuando le di un beso en un omoplato y saqué la lengua para saborear su piel. Quería inspirar su fragancia. Capturar cada segundo de todas estas sensaciones, para siempre, en la memoria.

Estaba demasiado implicado. Me ahogaba. Me había atraído como la miel a las moscas y yo había sido el idiota que se había dejado. Había olvidado todo lo que sabía y había roto todas las promesas que me había hecho, las razones por las que no podía hacer esto. Y cabía la amenazadora posibilidad de que ya fuera demasiado tarde.

—Knox. —Su gemido sonó entrecortado y noté que su vagina se estremecía alrededor de mi polla palpitante. La sangre se me acumuló ahí abajo.
Le acaricié la espalda y aprecié la sedosidad cálida bajo los dedos.

Naomi sacó la cabeza de la almohada y la giró para mirarme por encima del hombro. Tenía el pelo alborotado, los labios hinchados y los párpados pesados. Se me contrajeron los huevos y me mordí el labio.

Lo necesitaba. Necesitaba dárselo. Por última vez.
Hice que se incorporara para que los dos quedáramos de rodillas, y su espalda me acarició el pecho. Levantó los brazos y me agarró del cuello y los hombros.

—Por favor, Knox, por favor —me imploró.

No necesitaba que me lo pidiera más. Le agarré una teta con una mano y, con la otra, me deslicé con suavidad por su cuerpo, hacia su entrepierna, donde nuestros cuerpos aún seguían unidos. Di una embestida tentativa y apoyó la cabeza en mi hombro. La saqué casi por completo antes de volver a metérsela. Iba a correrse, sus músculos ondulaban alrededor de los míos, se contraían mientras le estimulaba el clítoris y la llevaba al borde del orgasmo.

Y la imité. Dejé que su éxtasis me hiciera llegar al mío y me corrí de una forma muy intensa. Entregarle ese chorro caliente me hizo sentir que hacíamos lo correcto. Se arqueó, aceptando todo lo que podía darle, disfrutándolo incluso.
Me encantaba, joder.

Me encantaba… ella. Estaba enamorado.
Y no fue hasta que me hube vaciado del todo, todavía moviéndome en su interior mientras el clímax se apagaba, cuando me acordé de lo equivocado que estaba, de lo mucho que la estaba cagando haciéndole esto cuando sabía lo que tenía que hacer después.

Pero no pude evitarlo. Igual que tampoco pude evitar caer al colchón y rodearla con los brazos, estrechándola contra mí. Aún no había salido de dentro de ella cuando me puse a pensar en cómo iba a ponerle fin a todo.

•••

Una hora después, Naomi estaba profundamente dormida cuando salí con cuidado de la cama. Quería beber algo, algo que fuera lo bastante fuerte como para hacerme olvidar, que me dejara de importar. Y como ansiaba esa insensibilidad, hice caso omiso y me llené un vaso de agua.

—Vaya, alguien está deshidratado.

Estaba tan alterado que mi abuela me sobresaltó.

—Por el amor de Dios, Liza J. ¿Por qué vienes a escondidas?

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now