Mucho en juego

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Naomi 

—Vaya, pero mira qué preciosidad acaba de entrar por la puerta —saltó Fi desde un rincón de la barra del Honky Tonk, donde estaba introduciendo en el sistema los platos especiales de esa noche.

Abrí los brazos y di una vuelta despacio.
¿Quién me iba a decir que un corte de pelo me haría sentir diez años más joven y mil veces más atrevida? Eso sin contar la falda corta vaquera que Stef me había convencido de comprarme.

Stef era la personificación de lo que debía ser un mejor amigo. Mientras esperaba a que yo saliera del probador con la nueva falda, había estado sumido en una teleconferencia con su «gente» y lo había dispuesto todo para que empaquetaran mis cosas y mi casa en Long Island saliera al mercado.

Esta noche se había quedado cuidando de Waylay y no estaba segura de quién de los dos estaba más emocionado con el plan de ver episodio tras episodio de Brooklyn Nine-Nine.

—¿Te gusta cómo me queda el pelo, Fi? —pregunté y sacudí la cabeza para que los rizos botaran.

—Me encanta; mi hermano es un genio con el pelo. Hablando de Jer, ¿tu querido Stef está soltero y, en caso afirmativo, podemos hacer de celestinas?

—¿Por qué lo dices? ¿Jeremiah te ha dicho algo de él? —le exigí saber.

—Bueno, comentó de pasada que tu amigo es el gay más sexy que ha pisado Knockemout en diez años.

Me puse a chillar.

—¡Stef me preguntó si Jeremiah salía con alguien!

—¡Ay, que los vamos a emparejar! —exclamó Fi, y se sacó la piruleta de la boca—. Ah, por cierto, tengo que decirte una cosa.

Sonreí y metí el bolso tras la barra.

—¿Idris Elba por fin ha entrado en razón y te ha ofrecido que te fugues con él a una isla privada?—
Esbozó una sonrisa pícara.

—No es algo tan bueno. Tienes un grupo en la sala privada que empieza a las nueve. Apuestan fuerte.—Me erguí.

—¿Apuestan fuerte?

Fi inclinó la cabeza hacia el pasillo.

—Juegan al póker. Pero es supersecreto: son unos cuantos ricachones a los que les gusta jugarse cinco ceros a las cartas.

—¿Cinco ceros? —Pestañeé—. Pero ¿eso es legal? —Susurré la pregunta a pesar de que estábamos solas en el bar.
Se volvió a meter la piruleta en la boca.

—Bueeeno… Digamos que si hoy viene el guaperas del jefe Morgan, no puede entrar en la sala.

No estaba segura de qué me parecía todo esto. Como persona que se suponía que tenía que proyectar una buena imagen a los ojos de la justicia, no tendría que mentir a un agente de la ley en ningún caso. Pero ya lo resolvería cuando llegara el momento esta noche. Animada como estaba, me metí en la cocina para prepararme para la ajetreada jornada que nos esperaba.

•••

El alcance de mi conocimiento del póker profesional se basaba únicamente en fragmentos de partidas que había visto por televisión cuando cambiaba de canal. Estaba casi segura de que los jugadores de la televisión no se parecían en nada a los que estaban sentados alrededor de la mesa redonda de la trastienda secreta del Honky Tonk.

Por debajo del polo turquesa, el británico Ian tenía unos músculos que hacían pensar que se pasaba el día levantando coches. Tenía la piel oscura, el pelo muy corto y una sonrisa que hacía que le flaquearan las rodillas a cualquier mujer. Llevaba una alianza de bodas con un montón de diamantes.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now