Lío familiar

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Knox  Incluso con las inoportunas intromisiones de los padres de Naomi y luego de la desaprobatoria asistenta social a quien resulta que le faltaba una firma en una página, estaba de un humor maravilloso cuando volví al hospital.

Que sí, que el rollo de fingir que estábamos en una relación puede que fuera (o sería, sin duda) un coñazo. Pero así Naomi saldría de su aprieto y, además, cabrearía a mi hermano.

Esa mañana me desperté sabiendo que, con una sola vez, no tendría suficiente de ella. Ahora podríamos enrollarnos unas cuantas semanas, hartarnos el uno del otro y, cuando sus padres se hubieran ido a casa, podríamos volver a nuestras respectivas vidas con las necesidades satisfechas. En definitiva, no era una mala opción.

Entré a la habitación de Nash y me encontré con gran parte del departamento de policía de Knockemout hacinado dentro.

—Infórmame de lo que encontráis en el despacho y el almacén —dijo Nash desde la cama. Tenía mejor color.

—Me alegro de que no estiraras la pata, hijo —dijo Grave.

Los demás asintieron para demostrar su concordancia.

—Sí, sí. Y ahora largaos de aquí y tratad de evitar que Knockemout se venga abajo.

Dediqué un asentimiento a cada agente a medida que se fueron mientras pensaba en lo que Naomi me había dicho sobre que Nash había hecho limpieza en el departamento para servir mejor al pueblo. Tenía razón.

Supongo que los dos queríamos hacer lo mejor para el sitio que nos había ofrecido un hogar.

—Bueno… ¿Cómo está Naomi? —preguntó Nash, que parecía solo un poco irritado, después de que el último agente hubiese cruzado el umbral.

—Bien —respondí.

Los Morgan no éramos de los que andábamos contando a quién nos tirábamos. Pero sí que me permití una sonrisilla de suficiencia.

—¿Ya la has cagado?

—Eres gracioso hasta cuando estás sondado y de medicinas hasta el culo.

Suspiró y supe que estaba harto de estar encerrado en el hospital.

—¿De qué iba esta reunión? —le pregunté.

—Ayer por la noche hubo un par de robos. Un despacho y un almacén, los dos propiedad de Rodney Gibbons. En el despacho no ha sido mucho, alguien robó la calderilla que había y abrió la caja fuerte; tenían la combinación en un post-it junto al ordenador. En cambio, el almacén está destrozado. Nadie ha visto nada en ninguno de los dos sitios —me explicó.

—¿Hasta cuándo te tendrán aquí? —pregunté.

Nash usó el pulgar para rascarse el entrecejo, señal de que estaba frustrado.

—Hasta vete a saber cuándo, joder. Me dijeron que, como muy pronto, podría salir dentro de un par de días. Pero luego me tocará fisioterapia para ver cuánta movilidad recupero.

Si Nash no recuperaba el cien por cien de movilidad, lo encadenarían a un escritorio hasta el día de su jubilación. Incluso yo sabía que detestaba esa posibilidad.

—Entonces, no hagas el tonto —le aconsejé—. Haz lo que te diga el médico. Haz fisioterapia y arregla las cosas. Nadie te quiere detrás de una mesa.

—Ya. Luce está investigándolo —comentó, para cambiar de tema. No sonaba muy entusiasmado.

—¿Ah, sí? —pregunté, como quien no quiere la cosa.

—Sabes de sobra que lo está haciendo. Y son asuntos policiales, no necesito que ninguno de vosotros, que no sois más que unos amateurs, os paseéis por todos lados removiendo la mierda.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now