Una disputa y dos balas

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Knox 

—Estás hecho una mierda —observó Nash, con voz profunda y ronca.

En la habitación, las luces estaban encendidas pero emitían una iluminación tenue. Mi hermano estaba incorporado en la cama, con el pecho desnudo que dejaba al descubierto las vendas y las gasas que le cubrían el hombro izquierdo. Las máquinas pitaban y las pantallas centelleaban.

Estaba pálido. Vulnerable.

Cerré los puños de forma involuntaria.

—Podría decirte lo mismo —le solté, mientras rodeaba la cama despacio y me dejaba caer en la silla que había junto a la ventana oscura.

—Parece peor de lo que es. —Apenas susurraba.

Apoyé los codos en las rodillas y traté de parecer relajado. Pero, por dentro, bullía de rabia. Alguien había intentado poner fin a la vida de Nash.

Nadie se metía con un Morgan y se iba de rositas.

—Un cabrón ha tratado de matarte.

—¿Te molesta que alguien se te haya adelantado?

—¿Saben quién ha sido? —pregunté.

Se le curvaron las comisuras de la boca como si sonreír supusiera un esfuerzo demasiado grande.

—¿Por qué? ¿Quieres traerlo de vuelta?

—Casi te mueres, Nash. Grave dijo que estuviste a esto de desangrarte antes de que llegara la ambulancia. —La gravedad de la situación hizo que la sangre me hirviera.

—Harán falta más que un par de balas y una pelea para terminar conmigo —me aseguró.

Me pasé las palmas por las rodillas, una y otra vez, en un esfuerzo por aplacar la rabia. Me moría por romper algo.

—Naomi ha estado aquí. —Mientras lo decía, no tenía ni idea de por qué lo hacía. Tal vez pronunciar su nombre ayudaba a que todo pareciera más soportable.

—Pues claro. Si le gusto.

—Me da igual la de balas que te hayan disparado: voy a dar el paso.

El suspiro que soltó Nash pareció más bien que tenía problemas para respirar.

—Ya era hora. Cuanto antes la cagues, antes podré intervenir yo y ser el bueno de la película.

—Vete a la mierda, capullo.

—Oye, ¿quién está en una cama en el hospital, imbécil? Soy un puto héroe. No hay mujer que pueda resistirse a un héroe con agujeros de bala.

El héroe en cuestión hizo una mueca cuando se removió en la cama y alargó el brazo hacia la bandeja, pero tuvo que dejarse caer otra vez sobre el colchón.

Me levanté y vertí el agua de la botella en un vaso.

—Sí, bueno, pues tal vez deberías mantenerte al margen un par de días.
Así me das la oportunidad de cagarla hasta el fondo.

Empujé el vaso con la pajita hasta la punta de la bandeja y contemplé cómo se estiraba para alcanzarlo con el brazo bueno. Se le perló la frente de sudor y le tembló la mano cuando sus dedos se cerraron alrededor del plástico.

Nunca había visto a mi hermano así. Lo había visto de mil formas distintas: resacoso, sin fuerzas después de la epidemia de gripe de 1996, agotado después de darlo todo en el partido de fútbol del último curso del instituto. Pero nunca había tenido este aspecto débil.

Apareció otro enfermero que corrió la cortina con una sonrisa de disculpa.

—He venido a comprobar el suero y demás —anunció con amabilidad.

Cosas que nunca dejamos atrásNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ