Allanamiento de morada

402 26 0
                                    

Knox 

Nash bostezó y se rascó la cara con una mano. Estaba sentado en la mesa del comedor, ataviado con pantalones de chándal, y en su acostumbrado careto afeitado empezaba a despuntar una barba.

—Mira, ya te lo he dicho. No recuerdo una mierda del tiroteo; ni siquiera recuerdo haber parado el coche.

Eran pasadas las dos de la madrugada, pero Lucian se había empecinado en que pusiéramos en común lo que cada uno de nosotros sabía de la situación. Di la vuelta al móvil para ver si Naomi me había escrito. Se suponía que me iba a mandar un mensaje en cuanto llegara a casa. Después de la noche que había pasado, me inquietaba dejar que condujera hasta allí sola. Pero Lucian había insistido mucho en que teníamos que hablar con Nash.

—¿Es normal que no lo recuerdes? —pregunté.
Nash se encogió de hombros con el brazo bueno.

—¿Qué cojones sabré yo? Es la primera vez que me disparan.

Se lo estaba tomando todo a la ligera, pero la oscuridad que asomaba bajo sus ojos no tenía nada que ver con las horas que eran.

Lucian, en cambio, parecía que acabara de cogerle el ritmo al día. Iba ataviado con lo que le quedaba de un traje muy caro; la corbata y la americana colgaban del respaldo del sofá de Nash. Incluso cuando éramos niños, dormía poco y ligero. Cada vez que nos veíamos y pasábamos la noche todos juntos, era el último en dormirse y el primero en levantarse.

Nunca habíamos hablado de los fantasmas que no le dejaban dormir. No hacía falta.

—Necesitamos la grabación de la cámara del coche —dijo Lucian. Se inclinó hacia adelante, con los codos en las rodillas y un vaso de bourbon en una mano.

Mi hermano negaba con la cabeza.

—Y una mierda, Luce. Sabes que no puedo hacerlo, son pruebas de una investigación abierta. Sé que la ley no significa mucho para vosotros dos, pero…

—Todos tenemos el mismo objetivo: descubrir quién coño te pegó dos tiros y te dejó por muerto —intervine—. Si yo fuera tú, no estaría cabreado porque hubiera más ojos y oídos. —Volví a dar la vuelta al teléfono. Ningún mensaje.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Nash, señalando el móvil con la cabeza—. ¿Te está pegando una paliza Liza J. en el Apalabrados?

—Naomi todavía no ha llegado a casa.

—Pero si es un trayecto de cinco minutos —señaló Nash.

Lucian me miró.

—¿No se lo has dicho?

—¿Qué tiene que decirme?

—El ex de Naomi se ha presentado en el Honky Tonk esta noche. No ha sido muy gentil con ella, la ha asustado.

—Madre mía. ¿Y dónde lo has enterrado?

Lucian sonrió con picardía.

—No quieres saberlo.

Nash se pellizcó el puente de la nariz.

—De verdad que no quiero tener que hacer todo ese papeleo.

—Tranquilo —le dije—. No está muerto. Pero como vuelva a aparecer por aquí, no prometo nada.

—Knox le ha dejado dar el primer puñetazo delante de testigos — explicó Lucian.

—¿Y qué más ha hecho delante de testigos? ¿Romperle el puto cuello?

—No, solo la nariz. Luego lo he acompañado al aparcamiento y le he ayudado a entender que como vuelva a acercarse a menos de ciento cincuenta kilómetros de Naomi, mi abogado hará que sea su cometido vital llevarlo a la quiebra a él, a su familia y a la empresa de su familia.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now