Romperse, desmoronarse y seguir adelante

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Naomi 

«Demasiado complicada, demasiado intensa, demasiado dependiente. No vale la pena». Daba vueltas y vueltas a estos pensamientos en un círculo vicioso mientras caminaba por la acera y Knockemout se desdibujaba por el rabillo del ojo entre las lágrimas que no había derramado.

Había construido una vida aquí. Había erigido una fantasía en mi imaginación, me había tomado cafés con gente por la tarde y había dicho guarradas a alguien para quien había significado otra cosa completamente distinta. No me quería. Nunca había querido estar conmigo y, lo que era peor, tampoco había querido estar con Waylay. Yo había permitido que mi joven e impresionable pupila formara parte de mi relación con un hombre que no iba a estar ahí para ella a largo plazo.

Se lo había visto en los ojos: la lástima, lo mal que se sentía por mí.

«Pobre Naomi, qué estúpida, que se había enamorado del malote que nunca le había prometido nada».

Y el dinero. La desfachatez que había tenido al pensar que podía romperme el corazón y luego darme dinero, como si fuera una prostituta y eso fuera a hacer que todo estuviera bien. Añadía otra dimensión a lo humillada que me sentía.

Me iría a casa de Liza, fingiría que tenía migraña y me pasaría el resto del día en la cama. Y, luego, tendría una charla conmigo misma sobre elegir siempre al hombre incorrecto. Por enésima vez. Y cuando hubiera terminado de echarme la bronca, me aseguraría de que Waylay nunca acabara en situaciones como estas.

Madre mía. Pero si vivía en el pueblo más pueblerino de todos los pueblos. Me lo encontraría por todas partes, en cualquier sitio: en la cafetería, en el trabajo… Este pueblo era el suyo, no el mío.

¿Era este mi lugar, siquiera?

—¡Oye, Naomi! —gritó Bud Nickelbee mientras salía de la ferretería—. Solo quería que supieras que me he pasado esta mañana y te he arreglado la puerta de la entrada.

Me detuve en seco.

—¿Ah, sí?

Inclinó la cabeza.

—Me enteré de lo que pasó y no quería que tuvieras que preocuparte de pedir que hicieran las reparaciones.

Lo abracé con fuerza.

—No sabes lo mucho que significa para mí. Gracias, Bud.

Se encogió de hombros entre mis brazos y me dio unas palmaditas en la espalda, claramente incómodo.

—Imaginé que suficiente tenías ya con todo y pensé que te iría bien un descanso.

—Eres un buen hombre, Bud.

—Vaaaale… —dijo—. ¿Estás bien? ¿Necesitas que llame a alguien? Puedo pedirle a Knox que venga a buscarte.

Negué con la cabeza a toda prisa hasta que la ferretería y su propietario se desdibujaron.

—¡No! —grité—. Quiero decir… Gracias, pero no.

Se abrió la puerta del Dino’s Pizza y se me cayó el alma a los pies cuando Knox salió a la acera. Me volví en dirección contraria rezando para volverme invisible.

—Naomi —me llamó.

Me puse a caminar en dirección opuesta.

—Naomi, venga ya. Espera —dijo Knox.

Sin embargo, con solo unas frases, había perdido de forma permanente el privilegio de que le prestara atención cuando me dijera lo que tenía que hacer.

Cosas que nunca dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora