El cambiazo

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Naomi 

—Cinco, cuatro, tres, dos…

—¡Espera! ¿Qué te hace pensar que Waylay sabe dónde está lo que sea que estés buscando? —pregunté, desesperada por distraer a Duncan de su cuenta atrás mortal—. No es más que una niña.

—Mmmmm —refunfuñó Waylay, a todas luces ofendida. Tina no dijo nada; tenía los ojos clavados en Duncan. Me extrañó que no hubiera estallado en llamas de las chispas que le lanzaba. El tío no se imaginaba la mecha que acababa de prender. Yo solo rezaba para que mi hermana no nos matase cuando explotase, cosa que sucedería en breve.

—Muy fácil. Tina birló el USB y desapareció, y solo había otra persona en la casa: la mocosa consentida amante de la tecnología y con la mano muy larga.

—¿Tina te dijo que había desaparecido?

—No, fue Papá Noel —respondió Duncan con los ojos en blanco.

—¿Y no se te ha ocurrido que, quizá, sea Tina quien tiene el USB? A lo mejor se lo cogió para quedarse con tu parte.

Tina y Duncan me miraron. No sabía si había mejorado o empeorado la situación, pero, al menos, ahora la pistola apuntaba al suelo. Me arrodillé y me centré en el nudo de la muñeca de Waylay.

—No la escuches —dijo Tina tras volver en sí—. Está haciendo lo que hacía con nuestros padres, te está manipulando.

—Qué rabia me da eso —replicó Duncan, y volvió a levantar la pistola —. ¿Por dónde iba? ¿Cinco?

—¿Nueve? —sugerí sin mucho afán.

—Tienes que ir al baño —me informó Tina.

—¿Cómo?

Me miró atentamente.

—Que tienes que ir al baño —repitió, y se volvió hacia Duncan—. Es que le ha venido la regla. No querrás dispararle y que te manche toda la casa, ¿no, Dunc?

—Qué asco, no me hables de eso —se quejó con cara de estar a punto de vomitar.

—La llevaré al baño y hablaremos con la niña para que nos diga dónde ha escondido el USB —dijo, mirando a Waylay—. Luego iré a por el pollo frito que tanto te gusta.

Era evidente que Tina tramaba algo. Tenía cara de estar maquinando, y a mí no me había venido la regla. La alerta roja del Honky Tonk era en dos semanas.

—Eso ya me gusta más —dijo Duncan, contento de que su mujercita hubiera vuelto al redil—. No iba en serio lo de dispararte, T.

—Sé que estás muy estresado, cariño —comentó Tina mientras me sacaba a rastras del cuarto y me llevaba a una puerta en la que ponía «SER CIO»—. ¡Descansa, tómate una cerveza! ¡Ahora volvemos! —gritó por encima del hombro.

Me obligó a entrar en un cubículo que había que desinfectar con un cargamento de lejía.

—Quítate la ropa —dijo cuando se cerró la puerta.

—¿Cómo? No podemos dejar a Waylay sola con él, está loco.

—Ya me he dado cuenta. Que te quites la ropa, joder —insistió mientras se bajaba los pantalones.

—Te has vuelto loca. Esto va más allá que otra mala decisión con consecuencias terribles. Te falta un tornillo, ¿a que sí?

—Me cago en todo. No quiero tener una relación incestuosa contigo ni vamos a grabar una peli porno, vamos a intercambiarnos. Duncan no dejará que vayas a pedir ayuda, pero a mí, sí. —Se quitó la camiseta por la cabeza y me la tiró. Me dio en la cara.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now