Una urgencia familiar

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Naomi

Los pies me pedían un descanso a gritos, pero los veinte mil dólares que llevaba en el delantal me daban energía de sobra para afrontar la última hora de mi turno.

—¡Naomi!

Descubrí a Sloane en una mesa del rincón con moteras de mediana edad, las integrantes de la junta de la biblioteca Blaze y Agatha. Sloane llevaba el pelo recogido en una cola alta y vestía unos vaqueros cortados y unas chanclas. Blaze y Agatha iban con sus prendas habituales: vaqueros y cuero vegano.

—¡Hola! —las saludé y me acerqué enseguida—. ¿Habéis salido por el pueblo?

—Estamos de celebración —me explicó Sloane—. ¡La biblioteca acaba de recibir una subvención gigantesca que ni siquiera recuerdo haber solicitado! Y eso no solo significa que podemos empezar a ofrecer desayuno gratuito al público y actualizar los ordenadores de la segunda planta, sino que, además, ya puedo ofrecerte de forma oficial ese puesto a media jornada.

—¿Lo dices en serio? —pregunté, eufórica de alegría.

—Tan en serio como una monja interrogada —añadió Blaze, que dio una palmada a la mesa.
Sloane sonrió.

—Es para ti, si lo quieres.

—¡Sí que lo quiero!

La bibliotecaria me ofreció una mano.

—Bienvenida a la biblioteca pública de Knockemout, coordinadora de promoción sociocultural. Empiezas la semana que viene. Pásate este fin de semana y te explicaremos tus nuevas funciones.

Le agarré la mano y se la estreché, y, luego, le di un abrazo. Después abracé también a Blaze y a Agatha.

—Preciosas y maravillosas que sois… ¿Me dejáis invitaros a una ronda? —pregunté, tras soltar a una Agatha que parecía aturdida.

—Una bibliotecaria pública no puede negarse a una bebida gratis. Lo pone en las ordenanzas del pueblo —respondió Sloane.

—Y nosotras, como lesbianas aficionadas a la literatura, tampoco podemos —terció Agatha.

—Mi mujer tiene razón —coincidió Blaze.

Atravesé la pista de baile serpenteando entre la gente e introduje el pedido de mis nuevas jefas en el sistema. Estaba imaginando el coche que ahora podría permitirme y el escritorio que quería comprarle a Waylay para su nueva habitación cuando apareció Lucian.

—Me parece que me debes un baile —anunció y me ofreció una mano.

Me reí.

—Supongo que es lo menos que puedo hacer, puesto que me has dejado ganar.

—Nunca he dejado ganar a nadie —me aseguró. Me quitó la bandeja de las manos y la dejó en una mesa de mujeres que se dedicaban a la cría de caballos y a quienes no pareció importarles.

—Qué materialista por tu parte —observé. El grupo de música entonó una melodía lenta y vibrante que versaba sobre la pérdida de un amor.

Lucian me atrajo entre sus brazos y, de nuevo, volví a preguntarme por qué Knockemout tenía tantos hombres tremendamente sexys. También me pregunté qué razones tenía Lucian para invitarme a bailar. Me parecía que era un hombre que nunca hacía nada sin una intención oculta.

—Knox y Nash —empezó.

Me felicité en silencio por ser tan perspicaz.

—¿Qué pasa con ellos?

—Son mis mejores amigos. Ha llegado el momento de que pongan fin a su disputa y quiero asegurarme de que no hay nada que la vuelve a avivar.

—¿Y qué tengo que ver yo con eso?

Cosas que nunca dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora