Un puñetazo en la cara

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Knox

—¿Dónde crees que vas? —pregunté, perezoso, desde la silla plegable que había colocado en medio del camino.

El parachoques del todoterreno ligero se había detenido a unos treinta centímetros de mis rodillas y había levantado una nube de polvo en la parte de atrás. Mi hermano descendió del asiento del conductor y rodeó el vehículo.

—Debería haber sabido que te encontraría aquí —dijo Nash. Apretó la mandíbula mientras sacaba un papelito del bolsillo del uniforme. Lo arrugó y me lo tiró; me dio de lleno en el pecho—. Harvey me ha dicho que te lo diera, puesto que ha sido culpa tuya que haya sobrepasado el límite de velocidad esta mañana.

Era una multa por exceso de velocidad escrita con los garabatos de mi hermano.

—No sé de qué habla Harvey —mentí y me guardé la multa en el bolsillo.

—Veo que sigues siendo un imbécil irresponsable —comentó Nash, como si hubiera sido posible que en los últimos años yo hubiese cambiado mucho.

—Veo que sigues siendo un imbécil obediente y estirado.

Waylon, el perezoso de mi basset hound, decidió activar su cuerpo achaparrado para salir del porche a saludar a su tío.

«Traidor».

Si Waylon creía que iba a conseguir más caricias o más comida humana por otros lares, la lealtad no lo frenaba y no dudaba en ponerse a husmear.
Señalé la cabaña con el botellín de cerveza.

—Vivo aquí, ¿recuerdas? No me ha parecido que redujeras la marcha para hacerme una visita.
Nash no había puesto un pie en mi casa desde hacía más de tres años.

Yo le había hecho las mismas visitas.

Se agachó para dar un poco de amor a Waylon.

—Tengo novedades para Naomi —dijo.

—¿Y…?

—¿Y a ti qué cojones te pasa? No tiene nada que ver contigo, no tienes que hacer de vigilante como si fueras una gárgola horrenda.

Waylon, que presintió que ya no era el protagonista, se me acercó y me dio un empujoncito en la mano con el hocico. Le di un golpecito en un costado y una galleta que tenía guardada en el portabebidas de la silla. La agarró entre los dientes y se fue hacia el porche meneando la cola con la punta blanca en una nube de felicidad.

Me llevé el botellín a los labios.

—Yo la vi primero —le recordé a Nash.

El destello de ira que advertí en su mirada fue gratificante.

—Que te jodan, macho. Tú la cabreaste primero, también.

Me encogí de hombros, despreocupado.

—Da igual. ¿Sabes qué puedes hacer? Coger tus mierdas e irte a casa de Liza J. Ya te traeré yo a Naomi y a Waylay.

—No puedes impedirme que haga mi trabajo, Knox, joder.

Me levanté de la silla.

Cosas que nunca dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora