Venganza con ratones de campo

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Knox 

Entré en el Honky Tonk por la cocina, dando vueltas a las llaves en el dedo y silbando.

—Alguien está de buen humor —observó Milford, el ayudante de cocina.

Me pregunté hasta qué punto solía comportarme como un capullo para que mi buen humor se hubiese convertido en noticia de última hora, y luego decidí que en realidad me importaba un comino.

Tras asegurarme de transformar mi expresión en mi habitual cara de pocos amigos, me dirigí hacia el bar. Había media docena de clientes repartidos por el local. Max y Silver estaban comiendo brownies detrás de la barra con la mano colocado sobre el vientre.

Fi salió del baño con las manos en las lumbares.

—Por Dios, ¿por qué tengo que mear ciento cuarenta y siete veces al día cuando viene Caperucita Roja? —gruñó, y luego me vio—. ¿Qué leches haces aquí? Si es día de regla.

—Soy el propietario del bar —le recordé mientras lo inspeccionaba.

—Ya. Y también eres lo bastante listo como para no aparecer por aquí cuando tienes a tres mujeres menstruando en un mismo turno.

—¿Dónde está Naomi? —pregunté.

—No uses ese tono conmigo hoy, Knoxy, o te parto la cara.

No había usado ningún tono, pero sabía que no debía señalarlo.

—Os he traído brownies.

—Nos has traído brownies para que no nos encerremos en la cocina a llorar.

Razón no le faltaba. Fi conocía mi secreto: las lágrimas eran mi criptonita. No soportaba a una mujer llorando; me hacía sentir impotente, desesperado, y me cabreaba.

—¿Dónde está Naomi? —repetí, tratando de modular el tono.

—Estoy bien, Knox, gracias por preguntar. Y, aunque siento que tengo el útero estrujado dentro del cuerpo para poder expulsarlo por mi canal femenino, me encanta tener que trabajar esta noche.

Abrí la boca para replicar, pero alzó un dedo.

—No, no. Yo de ti no lo haría —me aconsejó.

Cerré la boca y me dirigí a Silver, que estaba en la barra.

—¿Dónde está Naomi?

Su expresión se mantuvo impertérrita, pero sus ojos se desviaron hacia Fi, quien estaba haciendo un movimiento exagerado de cortarse el cuello.

—¿Va en serio? —pregunté.

Mi gerente puso los ojos en blanco.

—Muy bien. Naomi ha venido, pero ha habido algún problema con la profesora de Waylay. Se ha ido para ocuparse de eso y nos ha pedido que la cubriéramos.

—Cuando vuelva, nos traerá pretzels —terció Max con un trozo de brownie entre los dientes mientras pasaba arrastrando los pies con dos cervezas. Estaba casi seguro de que eso era un atentado contra las normas de higiene, pero era lo bastante listo como para no mencionarlo.

Observé a las mujeres que me rodeaban.

—¿Pensabais que me cabrearía porque se hubiese ido a la escuela a atender un asunto?

Fi esbozó una sonrisita.

—No. Pero es un día muy tranquilo. Me ha parecido que así sería más divertido.

Cerré los ojos y empecé a contar hasta diez.

—¿Por qué no te he echado todavía?

—¡Porque soy maravillosa! —canturreó, abriendo los brazos de par en par. Se estremeció y se agarró el vientre—. Puta regla.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now