El viejo Knox

304 22 2
                                    

Knox 

No iba a admitirlo, pero el rollo este que se traía de reina del hielo me estaba matando.

Habían pasado cinco días desde que le había dicho la verdad a Naomi, desde que había puesto punto final a las cosas para evitar que sufriera. Y me sentía como una puta mierda. El alivio que me esperaba después de haber terminado las cosas nunca había llegado. Al contrario, me había encontrado mal y alterado, casi culpable. Me había sentido peor que con mi primera resaca después de haber cumplido los treinta. Quería que las cosas volvieran a ser como habían sido antes de que Naomi se presentara aquí con las puñeteras flores en la cabeza. Pero no podía ser. No si seguía en el pueblo evitándome.

Era toda una proeza, teniendo en cuenta que vivía con mi abuela. Había cancelado todos los turnos que tenía en el Honky Tonk, y esperaba sentirme aliviado por no tener que encontrármela, pero cuanto más tiempo pasaba sin que ella me respondiera los mensajes o las llamadas, más intranquilo me sentía.

A estas alturas, Naomi ya debería haberlo superado. Joder, yo debería haberlo superado.

—El cliente de las cinco en punto ha cancelado la cita —anunció Stasia cuando volví al Whiskey Clipper después de la pausa para comer. Había ido al Dino’s Pizza y me habían recibido con malas miradas y una pizza fría que ni siquiera había tenido ganas de comerme.

Stasia y Jeremiah estaban recogiendo para cerrar.

—¿Va en serio? —Era el tercer cliente que me cancelaba una cita esta semana. Dos habían cambiado la cita para que los atendiera Jeremiah y, cuando se habían sentado en la silla, no habían parado de dirigirme miradas hostiles. Ninguno había tenido huevos de decirme nada, no obstante. Pero tampoco hacía falta. Bastante paliza me daban las chicas del Honky Tonk.

—Supongo que los habrás cabreado, no sé cómo —musitó Stasia.

—A nadie debería importarle con quién me veo o me dejo de ver — espeté, mientras remojaba el peine en alcohol y guardaba las tijeras.

—Es lo que pasa en un pueblo pequeño —dijo Jeremiah—. A todo el mundo le importa lo de todo el mundo.

—¿Sí? Pues por mí pueden irse a tomar por saco.

—Es evidente que es mucho más feliz desde que salió de esa relación tan horrible —observó Stasia, y fingió que se rascaba la nariz con el dedo corazón.

—¿Quién te paga la nómina? —le recordé.

—Hay cosas más importantes que el dinero.

No tenía por qué aguantar estos insultos. Tenía cosas que hacer, una vida; estos imbéciles ya podían ir olvidándose de mí y de Naomi.

—Me voy al Honky Tonk —anuncié.

—Que pases buena noche —me dijo Jeremiah cuando ya me iba. Sin girarme, le hice una peineta.

En vez de ir al bar, me metí en mi despacho. Ya no me parecía un refugio, sino una prisión. Me había pasado más tiempo encerrado aquí esta semana que en todo el mes pasado. Nunca había llevado el papeleo tan al día ni había estado tan desconectado de lo que ocurría con mis negocios.

—¿Por qué huevos a todo el mundo en este pueblo le importa con quién salgo o dejo de salir? —musité en voz alta.

Agarré el cheque del alquiler de uno de los pisos de arriba. El inquilino también había incluido una nota adhesiva que rezaba «La has cagado».

Empezaba a preocuparme que todo el mundo tuviera razón y hubiese hecho lo que no debía hacer. Y eso me sentaba tan bien como la perspectiva de tener que llevar traje y corbata cada día durante el resto de mi vida.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now