De vuelta a casa

741 38 7
                                    

Knox

Tenía papeleo pendiente, pero me parecía mucho más interesante ver cómo se estrellaba estrepitosamente mi trabajadora más nueva.

Naomi se paseó meneando ese culo de clase alta como una profesora de guardería idealista en su primer día. Y aunque era cierto que detestaba a Wylie Odgen, y no me faltaban razones, no me importaba usarlo para que me diera la razón.

Este no era un lugar adecuado para Naomi. Y si tenía que demostrarlo ofreciéndosela a un loco, no me quedaba otra.

Los ojos bizcos de Wylie se centraron en ella y asomó la lengua entre los labios. Sabía que había unas normas y que no me lo iba a pensar dos veces para echarlo a patadas de aquí si se atrevía a poner un dedo encima de una de mis trabajadoras, pero eso no impedía que fuera un viejo asqueroso.

—¿Qué te pasa con la que no es Tina? —me preguntó Silver mientras apretaba el botón de la batidora y servía vodka en tres vasos de whisky.
No respondí. Contestar preguntas no hacía más que animar a continuar una conversación. Observé cómo Wylie prodigaba a Naomi su particular atención pervertida sin sentir ni un solo remordimiento.

Esta mujer no era mi tipo en ninguna dimensión. Qué leches, si incluso con vaqueros y la camiseta del Honky Tonk seguía teniendo pinta de ser de clase alta, caprichosa y exigente. No estaría satisfecha solo con un revolcón.

Era el tipo de mujer que tenía expectativas y planes a largo plazo, que hacía listas y decía «perdona, ¿te importaría…?» y «por favor, ¿podrías…?».

Normalmente, era capaz de ignorar la atracción que me producía una mujer que no era mi tipo.

¿Tal vez necesitaba un descanso? Hacía un tiempecillo de la última vez que me había tomado unos días de fiesta, que me había divertido, que había echado un polvo. Hice los cálculos y esbocé una mueca: hacía más que un tiempecillo. Eso era lo que necesitaba. Pasar unos días fuera. Quizá me iría a la playa, leería un poco, me tomaría unas cervezas que no fueran de mi inventario. Echaría un buen polvo con una tía que no quisiera compromisos ni tuviera expectativas.

Hice caso omiso de mi propia reacción reflejo ante el plan: «bah».

Después de cumplir los cuarenta, me había dado cuenta de que ir de caza me producía una ambivalencia alarmante. Pereza, sobre todo. La búsqueda, la selección de la presa, el flirteo. Lo que en otra época me había resultado divertido, ahora parecía mucho trabajo solo para una noche o un par. Pero encontraría las ganas y me desahogaría de mi frustración sexual.

Entonces, podría volver aquí y no sentir la necesidad de hacerme una paja cada vez que veía a Naomi Witt.

Resuelto este tema, me serví un vaso de agua del sifón y observé cómo Naomi trataba de irse de la mesa, pero Wylie se lo impedía. El cabrón había tenido los huevos de agarrarla de la muñeca.

—Ay, joder —soltó Silver entre dientes cuando yo me bajé del taburete.

—Hostia —musité, mientras cruzaba el bar.

—Pero no te entretengas, Naomi —le decía Wylie—. A los chicos y a mí nos encanta mirar esa cara que tienes.

—Entre otras cosas —añadió uno de los idiotas de sus amigos, lo que provocó una carcajada generalizada en toda la mesa.

Cosas que nunca dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora