Esp. 1.5

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Tiempo: Temporada 2 Capitulo 7 – Capitulo 8

Debido a la rápida rotación del planeta Konib 3, la noche llegó unas horas antes de los que se esperaba al campamento de los paladines de Voltron. Por suerte, Shiro había logrado terminar de armar las tiendas de campaña alteanas, Keith preparar la fogata y Hunk comenzar la preparación de la cena.

A diferencia de muchos planetas bastante diferentes que los paladines habían llegado a visitar en sus viajes por la inmensidad de la galaxia, Konib 3 era el más similar a la tierra hasta ese momento, al menos en sus bosques. Por un breve momento en el que pudieron olvidar donde se encontraban, los cinco terrícolas se sintieron abrumados por un sentimiento que los llamaba a casa como no había sucedido en varias semanas. Y con la oscuridad de la noche, las miles estrellas del universo que brillaban sobre sus cabezas los llenaban de un leve sentimiento de nostalgia.

Por casi una hora no intercambiaron palabra alguna entre ellos como si ninguno se animara a perturbar aquella triste pero reconfortante sensación; al final fue Lance, ya con sus ropas secas, el que acabo con la delicada armonía al acercarse a Hunk y su guisado.

–¿Cómo van ese estofado de los peces alienígenas? –le preguntó mirando dentro de la cacerola que colgaba unos centímetros sobre la fogata. El potaje de color claro hervía con intensidad agitando a los ingredientes en su interior.

Parecía una sopa totalmente normal.

Hunk no contestó de inmediato con palabras, en cambio sumergió su cuchara en su potaje y captó una gran porción para examinarla con su experto paladar.

–¡Delicioso!... para ser hecho con peces alienígenas –comentó este con una sonrisa y levantando el pulgar.

–Creo que llamar a los peces alienígenas no lo vuelve muy apetecible –dijo Keith uniéndose a la conversación. El paladín rojo reposaba recargado de un tocón de madera que usaba como respaldo.

–En realidad, los únicos alienígenos en este planeta somos nosotros –informó Pidge desde el otro lado del campamento. La pequeña paladín continuaba cómodamente sentada en su nido de bolsas para dormir a la distancia perfecta de la fogata para no pasar frio.

–Gracias por el tecnicismo, Pidge –musitó Lance buscando su puesto junto a la fogata.

–Siempre es un placer corregirte, Lance.

El chico moreno hizo un puchero que pasó inadvertido ante una interrupción de Shiro:

–¿Eso es la especia milagroso que compartieron los olkari contigo, Hunk? –señaló al contemplar como el paladín amarillo sacudía la especia negruzca sobre el potaje.

–Sip, hace maravillas con todos mis guisados –comentó Hunk chupándose los dedos –. Nunca salgo sin ella.

Como había indicado Shiro, los olkari habían regalado la misteriosa especia a Hunk como muchos otros regalos después que Voltron salvara su mundo. Al parecer una combinación secreta de ingredientes secos que podía mejorar el sabor de cualquier alimento, inclusive los raros aperitivos alteanos.

–¿En serio? –dijo Keith con recelo –. ¿Salimos sin alimentos del castillo, pero si con la especia de Hunk? –pero al mismo tiempo miraba de soslayo el computador portátil de Pidge que descansaba sobre su regazo.

Al parecer la chica siempre cargaba el aparato consigo sin importar la ocasión.

–Esas son prioridades –remarcó Hunk provocando una leve carcajada por parte de Shiro.

Lance, que había sido ignorado al principio, pronto fue la atención de sus compañeros cuando sacó de entre el equipo de acampar un extraño y largo instrumento. Parecía una sitar hindú con un cuerpo demasiado redondo y con varias extrañas formas geométricas.

Hilos de TelarWhere stories live. Discover now