Lectura 62. Robando un corazón.

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Cuenta la leyenda que hace ya muchos años cuando los reyes existían y las princesas peinaban su largo cabello con la esperanza de ser rescatadas. Apareció un rey bondadoso que con gusto cuidaba a su pueblo para que a este no le faltase nada; sin embargo, su hijo era completamente diferente a él.

Aquel adolescente se la pasaba metido en su habitación, sin querer ver a nadie o contactarse con alguien y así se convirtió en un príncipe atrapado en lo alto de una torre... por voluntad propia. Obviamente el rumor se esparció rápidamente por todos los rincones del continente con el típico cuento de hadas "Una princesa espera ser rescatada en lo alto de un torre, pero cuidado que un enorme y tenebroso dragón la está resguardando" y el pobre del príncipe, ya aburrido, tenía que soportar a los tarados que venían en búsqueda de una dichosa princesa.

-Ya te dije por milésima vez... sino te largas de mi habitación, yo mismo te sacare a golpes.- Apretandose el puente de la nariz respiró ya por quinta vez para tranquilizarse, no quería hacer un escándalo, pero el ruidoso príncipe del norte ya lo estaba hartando... bastante... -Lárgate de mi casa... ¡AHORA MISMO JODER!- Explotando ya de la rabia lo voto a patadas. –Como odio a estos príncipes de pacotilla no tienen nada que hacer más que venir a molestar todos los malditos días.- Su voz era profunda y fúnebre, pero su amado padre le enseño que no debía guardar rencor y eso hizo. Solo respiro como siempre y trato de olvidar lo que acaba de pasar.

Bajando las escaleras tranquilamente llegó a su buzón donde encontró unas cartas dirigidas hacia él, la primera carta era de su padre y comenzaba así:

-Hijo mío, ¿Cómo has estado? ¿Estas comiendo bien? Bla bla bla.-Que se preocupaban por él y que era bienvenido las veces que quería al reino; sus padres eran muy considerados con él y trataban de entenderlo con respecto a todas las decisiones que había tomado por si solo, y eso era algo por lo que estaba agradecido.

Y como si el día no fuera a empeorar, sin contar la carta de su padre, pudo a lo lejos escuchar el sonido característico del galopar de un caballo acercándose rápidamente.

-QUERIDA PRINCESA aquí está tu príncipe.- Su caballo se había parado en su patas traseras para luego caer nuevamente algo que a Gold le causo solo molestia. –Pueblerino decidme donde se encuentra la princesa.- Apuntando su espada hacia el rostro del rubio se mostró serio.

-Escucha imbécil.- No podía estar pasando todo esto, ya era el segundo en el día. –Lárgate de mi casa o yo mismo te saco.-

-No me iré sin mi amada.- Esto ya era el colmo, ya estaba ardiendo en furia, primero fue el príncipe de pacotilla y ahora este imbécil.

Con un golpe certero al caballo, este salió corriendo dejando a su jinete en el suelo con un gran golpe en la espalda y algo aturdido, el príncipe trato de levantarse como pudo y empuñar su espada, pero Gold lo pateo esperando que el príncipe se largue, no quería hacerle daño, pero el mismísimo príncipe se lo estaba buscando.

-VETE.- Dijo serio. –Y dile al resto de idiotas que no vengan por estos lares que sino no tendré piedad.- Agarrandolo del cuello de su camisa lo levanto del suelo para recitarle esas palabras y dejarlo ir.

-¡Malditasea!- Maldijo el príncipe corriendo hacia el pueblo para poder curarse las heridas, mientras corría juro vengarse de ese que lo había dejado en ridículo. –Ya verás lo que te espera, a mí NADIE me humilla.-

El rubio estaba ya más tranquilo, mientras que se disponía a almorzar. Le encantaba esa sensación, el silencio lo abrazaba y su mente se despejaba. Sin duda estaba feliz de su decisión de irse del pueblo y vivir solo. Aunque muy aparte de la soledad que anhelaba también tenía otras razones para estar solo. Y en todo ese tiempo que había estado solo ya podía contralarlo.

101 Lecturas Golddy y GoldFred FNAFHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora