Epílogo

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Brisa

—¿Puedo pasar? —le pregunto al doctor una vez que sale. Parezco toda una desesperada por la manera en la que me levanto de la silla, pero si lo vemos desde el punto en el que me encuentro, sí estoy desesperada por verlo.

—Sí, está dormido, pero puede pasar —asiente casi sin mirarme. Lo único que quiero es ver a Gastón.

Me giro rápidamente para hacerles una señal a los padres de Gastón para que me dejen un momento a solas con él y, aunque sé que se mueren por ver a su hijo, terminan asintiendo y se dan un abrazo entre ellos. Mis padres me sonríen levemente y les devuelvo la sonrisa un segundo antes de entrar.

Cuando me meto, los ojos se me llenan de lágrimas, y quiero echarme a llorar con fuerza sobre él, pero me contengo para no despertarlo. Me siento muy aliviada de que no esté en peligro, de que la bala haya sido retirada de su cuerpo y de que me hayan dicho que se repondrá muy pronto. A pesar de todo, es doloroso, es insoportable el simple hecho de recordar cuán difícil fue estar en la sala de espera, contando los minutos y segundos para que alguien nos dé algo de información.

Gastón la sacó muy barata, tuvo que soportar mucho dolor y hubo una pérdida de sangre importante, pero al menos la bala no tocó nada supergrave. Y ahora, está bien, descansando e intentando reponerse.

Me siento a su lado un momento. Cuando tomo su mano y siento su calor, puedo respirar sin tanta pesadez. Suspiro lento, le doy un leve apretón y un beso en los nudillos, mientras fijo mi mirada en él, y permito que las lágrimas rueden por mis mejillas. Lo que no me gusta es que por culpa del vendaje en mis manos no pueda sentirlo totalmente, pero me conformo con estar cerca de él.

Estoy tan cansada física y mentalmente que dormir me haría muy bien, después de la noche intensa que tuve, no es para menos. Pero me imagino en la cama sin él, y simplemente siento miedo. Miedo de irme, que alguna cosa pase y terminen diciéndome que Gastón se puso mal y no pudo sobrevivir. La imagen de él cayendo al suelo, mirándome con ojos de terror y diciéndome que me ama, se repite en mi mente una y otra vez.

No es así como esperaba que nos dijéramos que nos amamos, pero a la misma vez pienso que fue el momento perfecto para confesarlo. Gastón para mí lo es todo, tiene una importancia muy significativa en mi vida y siempre la tendrá. Encontró la manera de volver a mí nueve años después, y no es poco. El destino nos puso en el mismo camino otra vez porque quería que tuviéramos ese romance que antes no pudimos.

Sus labios juntos, sus ojos cerrados, su cuerpo relajado y su respiración tranquila es lo más lindo que puedo apreciar en este momento. No veo la hora de que despierte y me pida que le dé un beso, quiero agradecerle lo que hizo, quiero que me escuche al decirle que lo amo. Me muero por oír su voz otra vez.

Me descubro llorando y no puedo evitar soltar un fuerte sollozo. Me tapo la cara. Aunque él esté bien, todavía no logro quitarme el malestar del cuerpo. Mi cabeza sigue viajando a hace horas atrás, y no puedo creer que realmente todo eso haya pasado.

—¿Brisa...? —la voz de Gastón es como una dulce melodía al despertar.

Me reincorporo y me seco rápidamente las lágrimas para verlo. Me siento a un lado de la cama, en el borde, y me inclino hacia él para darle un beso en los labios.

—¿Estás bien? —me pregunta preocupado. Me alejo un poco para que me vea—. No recuerdo qué pasó después de que me dijeras que me amas.

—Eso es porque te desmayaste —respondo—. Yo estoy bien, no me ha pasado nada.

—¿Segura? —quiere levantarse, pero el dolor del disparo lo mantiene a raya. Hace una mueca de dolor y vuelve a intentar levantarse, pero esta vez soy yo quien lo detiene.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora