Capítulo treinta y cuatro

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Brisa

Siempre he sido de las personas que piensan que hay un lugar más allá de la vida. Mi abuela me crio con ese pensamiento y yo lo adopté como parte de mí, desde que tengo memoria. Es bueno creer en ciertas cosas y, aunque tengo tías que consideran que eso es estúpido, sigo pensando que no está mal. Tener fe en el más allá puede llegar a aliviarnos cuando un ser querido ya no está con nosotros.

Pero ¿qué pasa cuando hay un familiar en estado de coma?, ¿qué puedes pensar en esos momentos?, ¿que solo está dormido o que está decidiendo si seguir eligiendo el camino de la vida o caminando por el de la muerte?, ¿cómo alivias esa angustia e impotencia?

—Supe que no te darías por vencida, que resistirías —me dice con voz dulce. Acaricia mi mejilla con ternura y le regalo una sonrisa cálida.

Mi abuela llegó un día después de que desperté del coma y cada vez que entra en mi cuarto para verme me dice que está contenta de que haya logrado despertar. Siempre le agradezco sus palabras.

Mis padres están mirándome con pena y no me gusta que me observen de esa manera, pero no les digo nada y aprecio su visita. Es importante para mí que ellos estén en el mismo cuarto que yo, dándome su apoyo y su amor.

—¿Segura no viste nada, linda?, ¿no recuerdas nada? —insiste por enésima vez. Miro a papá y niego con la cabeza, pero me quedo quieta cuando me mareo rápido.

Desde que logré hablar, quise recordar qué había pasado dentro de mi profundo sueño, porque cuando desperté tuve la sensación de que habían pasado días, y recordé lo del accidente. No vi nada mientras estuve dormida. No me vi en la cama, ni oí a las personas hablar.

—No. Y la verdad, tampoco quiero seguir intentando recordar.

Hoy se cumplen tres días desde que he despertado y no veo la hora de irme a mi casa. No me agradan los hospitales, nunca me agradaron ni nunca me agradarán. Además, tienen ese aroma asqueroso que me inquieta.

Las horas pasan y mis recuerdos de mi ruptura con Liam me atormentan un poco y crean un nudo doloroso en mi garganta. Quiero soltar una lágrima ya que estoy sola, pero suspiro y me retracto cuando veo que Gastón entra por la puerta blanca con una sonrisa tímida en la cara.

—¡Hola! —saludo y espero a que se siente a mi lado.

—¡Hola...! —me responde con mucha ternura. Se inclina hacia mí para darme un beso en la mejilla. Acaricia mi brazo y suelto una queja leve al sentir dolor. Tengo muchos moretones por todos lados y me siento tan débil y cansada que todo me duele. Hasta el más mínimo tacto. Pero los doctores dicen que es normal—. ¿Cómo estás?

Asiento levemente y me muerdo un carrillo para no llorar. Miro un par de segundos su remera gris y luego sus manos.

—He estado mejor.

Me toma de la mano y el contacto me hace sentir muy protegida. Gastón mantiene una sonrisa pequeña en la cara y la aprecio hasta que desaparece. Me encanta esto de que esté aquí conmigo. Me da toda la compañía que necesito y la calidez de un buen amigo que solo él puede darme. Tengo a Matt, pero no se compara con Gastón. Esto es diferente. Besa mis dedos.

—Eso hace un poco de cosquillas —le aviso.

—Me gusta verte sonreír, ¿sabes? —confiesa, de repente.

Me quedo mirándolo y suelto un suspiro largo. El día en que desperté sentí su mano apretando la mía. Quise moverme un poco, pero estaba débil. Mis párpados no se abrían e intenté volver a mover mis dedos. Era como si mi cuerpo se fuera despertando lentamente, como si se tomara todo su tiempo en hacerlo.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora